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Sociedad

Latinoamérica y la filosofía situada

La evidencia de un pensar filosófico arraigado en la propia realidad puede rastrearse en distintos períodos históricos. Prueba de ello quedó plasmado en el contrapunto que entablaron Augusto Salazar Bondy y Leopoldo Zea Aguilar.


América latina ha sido desde siempre tierra fértil para las más diversas experiencias sociales, culturales y políticas. Esto a su vez tendrá un correlato en los respectivos debates y reflexiones emergentes en el campo de la historia, la antropología, el arte y las ciencias sociales y humanas en general. Pero, ¿no cabe aun preguntarse qué pasa con la filosofía en nuestro continente? ¿Existe lo “latinoamericano” –así como existe lo “griego”, lo “germano” o lo “sajón”– en tanto perspectiva del mundo y de la vida? ¿Por qué aún hoy nuestras currículas universitarias hablan de “pensamiento” latinoamericano y no de “filosofía”?

La evidencia de un pensar filosófico arraigado en nuestra realidad puede rastrearse en distintos períodos históricos. Prueba de ello resulta el colosal esfuerzo plasmado en la obra coordinada por Enrique Dussel: Historia del Pensamiento Filosófico Latinoamericano, del Caribe y Latino, que abarca desde el año 1300 al 2000. Las cosmovisiones de los pueblos originarios, sumadas al diálogo intercultural que comenzó a darse desde la llegada a América de Fray Bartolomé de las Casas, nos hablan de un bagaje teórico de indudable contenido filosófico.

Contrapunto en los 60

Sin embargo, el debate en torno de la posibilidad de una filosofía situada tiene un momento clave en el contrapunto que hacia finales de la década del 60 entablaron el peruano Augusto Salazar Bondy (1925-1974) y el mexicano Leopoldo Zea Aguilar (1912-2004). A priori, es significativo mencionar la contemporaneidad de esta disputa con los textos del alemán Martin Heidegger: El final de la filosofía y la tarea del pensar, y del francés Jean-François Lyotard: La condición posmoderna. Esto nos mueve a reflexionar sobre los diferentes horizontes que cada cultura traza sobre sí misma: mientras Europa se replanteaba el sentido de su filosofía y hasta un cambio de era, en América aún se discutía sobre la posibilidad del filosofar mismo.

En 1968 Salazar Bondy tituló su obra más difundida con una pregunta: ¿Existe una filosofía de nuestra América? La reacción de Leopoldo Zea fue de sorpresa ante semejante interrogante, proponiendo al año siguiente una serie de respuestas en su texto La filosofía americana como filosofía sin más. Ambos autores coinciden en que las ideas importadas desde los países dominantes ejercen una subordinación sobre nuestra propia capacidad de pensar. De allí que toda la producción filosófica latinoamericana resultara apenas una repetición de sistemas y métodos ajenos, transcriptos con mayor o menor rigurosidad o elegancia.

Dominación y subdesarrollo

Es decir, la filosofía en nuestro continente –al menos la desarrollada en ámbitos académicos– no ha sido otra cosa que un mero plagio de ideas importadas. Pero Zea profundiza este análisis afirmando que la relación de dependencia que los pueblos de América latina guardan respecto del mundo central es percibida como un complejo de inferioridad. Los latinoamericanos no son los únicos en dudar de su propia capacidad de filosofar; sin embargo, en nuestro caso la duda es tan profunda que se convierte en un tema de por sí.

Las discrepancias girarán entonces en torno de la posibilidad de un pensar latinoamericano. Mientras Salazar Bondy denuncia la falta de autenticidad y originalidad en nuestra filosofía, Zea advierte que esto emerge como una carencia sólo cuando aplicamos parámetros europeos. Para el maestro mexicano, la búsqueda de la autenticidad se logra adoptando un gesto reflexivo en relación con nuestra realidad, nuestros conflictos humanos y nuestro tiempo. La persecución de un pensar “original” muchas veces se revela como mero exotismo.

Salazar Bondy sostendrá que la condición previa para hablar de filosofía latinoamericana es la cancelación del subdesarrollo y de las relaciones de dominación políticas y económicas. Para revertir esto resulta imperioso partir de cero, negando el ser hispanoamericano en la perspectiva de un cambio de estructuras.

Filosofía de la Liberación

Por su parte, Zea advierte que ese ser hispanoamericano debe liberarse, pero sin ser negado, ya que debajo de la piel del dominado late pura y simplemente el hombre.

Desde una lógica dialéctica afirma que no se trata de anular el antecedente, sino de asumirlo y asimilarlo. Por otra parte, si esperamos que la filosofía llegue al final de la acción –como un premio– ésta seguirá siendo enajenada. Para romper con esa enajenación es prioritario como punto de partida asumir una profunda toma de conciencia.

En ese sentido, y en esto coincide con su colega peruano, la filosofía debe cumplir el rol de preparar y orientar el cambio. Con marcada ambición teleológica y el optimismo propio de aquella etapa histórica, Zea anuncia que el capítulo latinoamericano no puede ser sólo un momento más de la liberación del hombre, sino su etapa final. Por esto mismo, el pensamiento latinoamericano debe revelarse como filosofía sin más: “Una filosofía del hombre, común a todos los hombres.”

El debate entre ambos pensadores proseguirá hasta el fallecimiento de Augusto Salazar Bondy. Las ideas vertidas por cada uno quedarán como legado fundacional para buena parte de las discusiones del presente. Con la irrupción de la Filosofía de la Liberación –movimiento al que prontamente adhirió Leopoldo Zea– autenticidad y originalidad encontrarán una síntesis que obligará a buena parte de la comunidad filosófica internacional a posar su mirada sobre estas latitudes.

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