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Yo sí conmemoro el 2 de abril

Por: Luis Novaresio.

Habrá que agradecerles a los intelectuales anti K que con su prédica reciente han conseguido que el día de mañana quede consagrado, una vez más, como un punto de desencuentro nacional. Notable la tarea de esta treintena de prestigiosos pensadores, historiadores políticos, sociólogos y periodistas. Tarea cumplida. En este lunes 2 de abril, si conmemoro, soy un mezquino partidario de convicciones terroristas que se enmascara en la política del oficialismo. Acompañar la fecha de mañana es cristalizar el mandato del nacionalismo acrítico y quedar pegado al hecho dictatorial que nació el 24 de marzo de 1976. Dicho todo esto, en palabras de Marcos Aguinis, Graciela Fernández Meijide, Santiago Kovadlof, Beatriz Sarlo y Jorge Lanata, entre otros.

¿Es justo ser espectadores de semejante maniqueísmo? La tarea de un intelectual, ¿sólo implica desentrañar racionalmente un hecho histórico con asepsia absoluta de los sentimientos y circunstancias vividas fuera de los laboratorios del pensamiento por un colectivo social –o parte de él– al que ellos mismos pertenecen?

Esta semana se conoció el documento “A treinta años de la guerra de Malvinas” suscripto por prestigiosas firmas como las mencionadas, que se han desmarcado con sus posiciones de la ultraoficialista Carta Abierta. Allí se propone lisa y llanamente olvidar el 2 de abril como materia de conmemoración. No hace mucho, este mismo grupo sostuvo que los derechos de los isleños kelpers debían ser atendidos y respetados al tiempo que el gobierno nacional impulsaba, al menos en sus dichos, la rediscusión de la soberanía argentina sobre el archipiélago.

La tan brillante como perjudicial (de lógica reduccionista) estrategia del entonces presidente Néstor Kirchner, que descubrió que el modo de construir adhesiones a su proyecto era radicalizar cualquier posición para dividir irracionalmente a la sociedad en partidarios o traidores, encuentra en este tipo de documentos un funcional opuesto de características ideales. ¿Pueden intelectuales como Sarlo o Sebreli no darse cuenta de que los K agradecen que se crucen de manera tan rimbombante a la vereda de enfrente para dejar despoblada la inmensa avenida de sutilezas, consensos o acuerdos que podrían haber quedado en el medio? No parece. Habrá que ver si sólo hay convicción militante en estos documentos o no quedará algún resabio de vanidad o rencor en el dictado de sus palabras.

Las tierras de las islas

El mar es hermoso. Las islas son hermosas. Un penetrante silencio te aturde cuando dejás el puesto aduanero. Porque hay que pasar por aduanas. Y ahí sí, lo reconozco, aflora un innecesario sentimiento de eso que no sé definir, pero percibo con todo el cuerpo, y que llamamos patria. Si es tu patria ¿por qué acreditarlo en ese momento burocrático? Te revisan el pasaporte, te revisan con los ojos a vos de manera mucho más minuciosa y vejatoria y te dejan esperando al lado de un muestrario de municiones que se usaron en la guerra. Eso ya ni siquiera importa cuando pienso en mi viaje a Malvinas hace unos años.

El primer recuerdo más penetrante es la belleza del lugar. Uno viaja desde Chile con la infantil convicción de que el escenario de una guerra no debería permitir la contradicción de paisajes inolvidables, naturalezas irrepetibles. Pero ahí están.

Enseguida las postales, que serían envidiadas por las agencias de turismo, se transforman en pozos negros del recuerdo. Pozos negros. Abismales. Retazos de armamentos dejados en los lugares en donde los ingleses cantaron victoria y los tuyos murieron de frío o de injusticia pura. Los mismos que allí se desangraron y hoy deberían tener tu misma edad (ahí siento que cuento con una ventaja arbitraria sobre los intelectuales: tengo, sólo por meses, la fortuna de no haber ido a la guerra). Campos cerrados con carteles rojos que indican que las minas personales no fueron removidas. Un pequeño museo con las cartas que vos y yo les mandábamos a los combatientes envolviendo chocolates que nunca llegaron a destino y un cementerio en el que sobrevuela cierto descuido con las tumbas de los soldados argentinos caídos en combate.

El césped muy verde es mecido por el viento helado. Las cruces blancas dan un sonido secundario cuando son golpeadas por los rosarios que las coronan, dejados, vaya a saberse, por madres y padres que sí fueron a despedirse por ellos mismos o por familiares que los representaron en ese elemental gesto de desarraigo físico.

En Darwin, en el camposanto, supe que el 2 de abril era una fecha nacional. Nadie es la patria. Pero la patria es un acto perpetuo, un fuego misterioso, dijo el poeta. Los soldados muertos en Malvinas, me lo explicaron.

Cipayos sin sintonía fina

No es justo que los intelectuales anti K nos obliguen con sus documentos a revalidar pergaminos o pasar por el tamiz de su balanza libertaria para no ser acusados de funcionales “al modelo”. Su posición manda, a los de buena leche, a repetir que la dictadura fue nefasta, que la guerra fue un imperdonable recurso demencial para perpetuarse en el poder y que los que comandaron a los que murieron, a los que fueron mutilados en sus cuerpos o almas, no merecen otra memoria que la cárcel discernida por el derecho penal. Punto y aparte.

Defender el recuerdo del 2 de abril como fecha patria no es ser kirchnerista ni es tener la ambición de aplaudir los monólogos de atril que se autodefinen como incuestionables. Tampoco se quiere bailar por un sueño de la mano de Florencia Peña ni gestionar un impreso en Ciccone Calcográfica.

Conmemorar el día de mañana es abrir el lugar del acompañamiento a los que con sus manos y sus pies fueron víctimas de la injusticia. Acompañar. Reconocer después de tanto tiempo. Y el hecho de esa siniestra guerra no les quita a los reconocidos y acompañados su condición de héroes. Bastaría que Sarlo y los suyos miraran en el diccionario y supieran que los que fueron a pelear obligados por la dictadura son varones que deberían ser abrazados públicamente por sus hazañas y virtudes. ¿Cuáles? ¡Tantas! Padecer la impiedad de una guerra, pasar hambre, perder su cuerpo o parte de él y presenciar la muerte de los suyos, resistir al olvido premeditado, haber sido ingresados por la puerta trasera de un país que esconde lo que no le trae buenos recuerdos y un sinnúmero de etcéteras dolientes.

Esos hombres quieren que mañana se los acompañe. No piden otro día, como con liviandad se les propone. Ellos parieron su historia personal el 2 de abril. ¿Preguntaron los intelectuales a los ex combatientes qué sienten? ¿No lo hubieran merecido? ¿Es oportuno firmar un documento que señala el verdadero aprovechamiento que hace este gobierno para sembrar cortinas de humo y así ocultar la corrupción, la inseguridad o la inflación sin considerar que en el medio van los que pelearon a matar o morir hace 30 años?

Habría que inquirir si en este momento, en donde un aroma a crisis que se percibe en la vida de todos los días de la mayoría, no hay espacios que deberían ser preservados del juego malsano y primitivo de partidarios del modelo y opositores al mismo. Tan gurkas, parece, los unos como los otros.

No reconocer el 2 de abril es agredir, cuanto menos de manera colateral, a los ex combatientes que sí fueron héroes y merecen su reconocimiento. Si racionalmente no es así, habrá que pedirles a los intelectuales que hagan el esfuerzo de entender los sentimientos de los honestos soldados correntinos, formoseños y todos los otros que murieron o vieron pasar rozando a la misma Parca. Un pensador debería poder hacerlo contemplando algo más que la lógica política y el devaneo especulativo que se hace sentado en un escritorio. Pedírselo al que hace 30 años pasó frío en sus pies es demasiado petulante.

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