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Y el hombre calló, y miró a otro lado

Por: Liliana Nartallo y Carlos Duclos

Además de las víctimas, en la conmemoración estuvieron el premier israelí Netanyahu y el presidente polaco Kaczynski.
Además de las víctimas, en la conmemoración estuvieron el premier israelí Netanyahu y el presidente polaco Kaczynski.

Ayer fue el día mundial de Conmemoración del Holocausto, o, para decirlo correctamente, el Yom Hashoá (recordatorio de lo que fue la Shoá). La fecha marca el aniversario de la liberación del campo de Auschwitz y si bien, de manera especial, involucra al pueblo judío también se debe tener presente a otros grupos minoritarios que fueron perseguidos y torturados.

Un hombre que con una conducta rayana con la locura pretendió erigirse en Dios y planeó, nada más ni nada menos, que perfeccionar la raza humana. Un absurdo absoluto que muestra, claramente, que no tenía en cuenta la potestad y la sabia perfección de nuestro Creador. No estaba solo, tenía infinidad de seguidores que lo admiraban y vitoreaban mientras perpetraba semejante maldad. Muchos de quienes no lo seguían permanecieron mudos.

¿Dónde estaba el resto del mundo mientras esto ocurría? Un dolor sin límite asoló una parte de la Tierra y el hombre calló, dio vuelta la cara y miró hacia otro lado. Observó y permitió la discriminación, las deportaciones, los campos de concentración, los ghetos, las cámaras de gas, la muerte por inanición, los trabajos forzados, proyectos aberrantes como Lebensborn y todo tipo de experimentos descabellados realizados con vidas humanas.

Familias enteras asesinadas o separadas, niños inocentes que sufrieron todo tipo de maltrato y muerte, madres desesperadas que no querían alejarse de los suyos y no encontraron una palabra, un consuelo. Se tuvieron que sobreponer y ahogar sus llantos para no ser castigadas y aniquiladas.

Sería un olvido imperdonable no mencionar que hubo un grupo de personas que arriesgando su propia vida se solidarizó con las víctimas y ofreció ayuda desinteresada, como el caso de Oskar Schindler, Irena Sendler y Miep Gies, entre otros.

Aún hoy, después de tantos testimonios de todo tipo, están los que niegan el Holocausto, los que dicen que esta barbarie no existió. Otro gran absurdo.

Nada mejor para reflejar y poner de manifiesto ese silencio cómplice que las palabras del pastor luterano Martín Niemoeller, cuando dice: “Primero vinieron por los judíos./ Y no dije nada, porque yo no era judío./ Después vinieron por los comunistas./ Pero no dije nada porque yo no era un comunista./ Luego vinieron por los sindicalizados./ Y no dije nada porque yo no era sindicalizado./ Luego vinieron por los católicos./ Y no dije nada porque yo no era católico./ Luego vinieron por mí./ Y ya no había nadie que quedara para decir nada por mí.”

Los sobrevivientes de la Shoá van dejando pausadamente este mundo, e irán alcanzando la merecida paz eterna sabiendo que cumplieron con la misión de contar lo ocurrido.

Es nuestro deber, a manera de homenaje, no permitir que se olvide: cada uno desde su lugar debe trasmitir a las nuevas generaciones lo que allí se vivió.

La finalidad de abordar este tema tanto en el área educativa como en el seno de las familias, no es para que los judíos, que fueron los más afectados, aparezcan como víctimas, ya que este pueblo ha dado muestras de un gran valor y ha avanzado a pesar de tanto dolor. El objetivo por el cual no debe dejar de mencionarse es que todas las naciones del mundo, gobernantes y habitantes, no guarden silencio ante cualquier atropello perverso y unidos levanten sus voces al grito de: ¡Que no suceda nunca más!

El compromiso con la vida

Hace muchos años, leyendo unas cartas de Séneca, quedó grabada para siempre en uno de los autores de esta columna de hoy unas palabras del gran pensador romano: la vida es como una leyenda, como un cuento, no importa que sea larga, sino que esté bien narrada.

Claro, no se aspira a ser un Borges, un Dante, un Cervantes o un Tolstoi en cuestión de vida; es decir, y para ser más precisos y aclarar más la idea, no es posible para el hombre común aspirar a ser un paradigma sobresaliente en cuanto a lo que a vivir correctamente se refiere; bastará, sin dudas, con vivir de acuerdo con ciertos principios y adoptar algunos compromisos. El primer compromiso que debe hacerse para sí cualquier ser humano es el del respeto por la vida propia y el de la existencia de los demás. Se trata de la defensa de la propia vida y a continuación, y de inmediato, de la vida del otro.

Pero la defensa de esta vida no debe circunscribirse únicamente a la defensa literal, al resguardo del accionar biológico. ¿De qué sirve defender la vida intrauterina, por ejemplo, si se permite que millones de personas padezcan hambre y miseria? ¿De qué sirve defender la vida hasta el último instante regido por el orden natural, si por otra parte se posibilita que se maten, sin más, los sueños y esperanzas de miles o millones de personas que acaban sometidas a la desgracia de permanecer, pero no de vivir?

El no al aborto, por ejemplo, el no a la eutanasia, sólo adquiere dimensión y sublimidad si va acompañado del no a toda forma de sometimiento humano, si está acompasado de la defensa de todos y cada uno de los derechos del hombre, desde que es fecundado hasta el último instante de su vida.

Una buena vida, una vida bien narrada, una vida más o menos aceptable, debe comprender el compromiso de la defensa de la vida de todos. Y este “de todos” involucra a cualquier ser humano sin que se tengan en cuenta condiciones de sexo, religión, creencia o no creencia, raza, ideología política, edad, o nivel de riqueza o de pobreza. Un ser humano no es tal por ser judío o cristiano, comunista o económicamente liberal, negro, amarillo o blanco, creyente o no creyente, rico o pobre. Un ser humano es ser humano, y nada más.

Irrita, enoja, causa estupor e indigna a la sensibilidad de muchas personas que creen en la Justicia, en los derechos y que están comprometidas con la vida, que haya, aún hoy, seguidores del nazismo (mimetizados en otras banderas, pero con la misma malicia) que nieguen descaradamente la Shoá.

Como bien se dice más arriba, en la Shoá no sólo murieron judíos, sino cristianos (protestantes y católicos), comunistas, gitanos, homosexuales, negros, etcétera. Si bien la mayoría asesinada, millones, fue hebrea, la Shoá no es Shoá sólo por los muertos judíos. En tal sentido, cabe decir que el judaísmo siempre resaltó ese hecho y, no sólo eso, sino que exaltó con condecoraciones, siempre, a los no judíos que se acordaron de los hijos de Israel salvándolos de las garras del mal (nazismo).

Preocupa, por lo demás, que los hombres de buena voluntad no adviertan hoy que sobre el mundo se cierne peligrosamente un gran campo de concentración caracterizado por el auge del antisemitismo y de la discriminación en sus diversos aspectos.

Por eso es bueno recordar las palabras del pastor luterano Martín Niemoeller: “Primero vinieron por los judíos y no dije nada, porque yo no era judío. Después vinieron por los comunistas, pero no dije nada porque yo no era un comunista. Luego vinieron por los sindicalizados y no dije nada porque yo no era sindicalizado. Luego vinieron por los católicos (…)”. En esta suerte de “luegos”, se podría añadir, por ejemplo: luego vinieron por los pobres, por los seres humanos con capacidades diferentes, por los negros, por los buenos, por los que no piensan como ellos.

Y la verdad es que mucho de esto está pasando hoy en el mundo, en nuestro país, en nuestra propia ciudad. Hay cientos de miles, millones, de personas marginadas, arrojadas a la exclusión, discriminadas. Pero son pocos los que se preocupan y ocupan de la cuestión porque suponen que están salvados. Salvados momentáneamente, hasta que el mal también acuda a buscarlos y los arroje a uno de los nuevos campos de exterminio que existen en el mundo. No se ven, son intangibles, pero en los nuevos predios de tortura y muerte, también se llora, como en los del régimen nazi. En ellos también se queman, en el horno de la injusticia, los sueños y oportunidades. En ellos se arroja a la cámara de gas a la vida digna.

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