País

QEPD D10s

Y al tercer día…

¿Dónde estará a punto de patear ahora que le corrieron el arco tan lejos? ¿Donde ensaya sus endiabladas gambetas? ¿A quién muestra y esconde la pelota? ¿Estará, acaso, dejando a sus peores rivales por el camino? Porque lo único seguro es que, donde esté, ahora mismo está alzando una copa


Rubén Adalberto Pron

Especial para El Ciudadano

Caronte lo arrimó a la orilla del Cielo y se pegó la vuelta antes de que la bajante de la marea le hiciera encallar la barca.

Él pegó un saltito, a poca distancia de la tierra firme –en este Cielo no hay sólo nubes–, y salpicó algunas gotas.

Alzó la vista y midió lo que le faltaba para pisar la alfombra verde que tenía por delante y dio los primeros pasos sin hundirse. Ése fue su nuevo primer milagro.

***

El comienzo del piso sólido estaba marcado por una raya blanca, de cal, donde morían las olas, y más allá, como a noventa metros (que podrían ser también ciento veinte), había algo así como un arco.

Aguzó la mirada y le pareció que quien estaba parado en medio era más grande de lo que son los arqueros en la Tierra y que sería difícil que se le colara algo, o alguien, pero eso no lo amedrentó.

Con pícara sonrisa, apenas esbozada, encaró derecho.

Le llamó la atención que nadie le saliera al cruce, y que nadie los acompañara en el avance, y eso lo inquietó un poco. ¡Quién sabe qué tácticas diseñan los técnicos de ahora! ¡Por dónde vendría la plancha que le abulte otra vez el tobillo ya trillado!

Pero concentrándose en su objetivo disipó cualquier preocupación y con la picardía en cada tranco avanzó quebrando la cintura, haciendo eses y otros jeroglíficos, girando sobre sí mismo, arrancando con ímpetu y frenando en seco, retomando la marcha, brincando en el aire y alzando disimuladamente el puño al costado de la cabeza sin que nadie le tocara pito.

En un momento le pareció ver a un costado a Anubis, aquel egipcio con cabeza de perro y balanza de pesar corazones de difuntos, que insinuó adelantársele pero que, viendo que su intento sería infructuoso, retrocedió hasta detrás de la línea de cal.

***

Finalmente pisó el cuadro grande. Ahí fue cuando vio que el que cuidaba el arco llevaba en la cintura un manojo de llaves. Y también vio al costado del palo derecho a una figura extraña, toda teñida de rojo, que le trajo como un relámpago el recuerdo de una doble visera, allá por Avellaneda.

El personaje sonreía, sobrador, afirmado en una especie de horquilla de tres dientes. Y mientras lo hacía mecía suavemente hacia uno y otro lado lo que parecía una cola. Sí, la cola de un gato que acecha a una presa. O la cabeza oscilante de una cobra lista para lanzar el ataque.

Él lo ignoró, olímpicamente como se dice, y fijó la mirada en el arco buscando el hueco propicio para su cometido.

***

Al verlo venir tan resueltamente el guardavalla se adelantó para achicarle el ángulo de disparo. Esfuerzo inútil. Él le hizo una finta, le amagó por la derecha y por la izquierda y cuando el grandote de las llaves se abrió de piernas para afirmarse mejor le metió un caño que lo dejó papando moscas sin saber qué estaba pasando.

Para cuando se repuso de la sorpresa y el escarnio, el Diego ya estaba adentro y se perdía, juguetón y feliz, ovacionado desde todos los costados como si no hubiera hinchada visitante.

***

Cuando llegó a destino se detuvo, miró para todos lados, saludó alzando los brazos, y encarando al que ocupaba el trono que tenía enfrente le guiñó un ojo cómplice y le dijo, sin más trámite, con la total desfachatez del que sabe que ya ha pagado todas sus deudas en la Tierra: “Ya llegué. ¿Dónde me siento?”.

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