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WikiLeaks desnuda giro argentino

Las revelaciones de WikiLeaks desnudaron la ansiedad de Estados Unidos por recuperar el control de lo que denomina Hemisferio Occidental, pero también mostraron un giro del gobierno de Cristina Kirchner.

Las revelaciones de WikiLeaks desnudaron la ansiedad de Estados Unidos por recuperar el control de lo que denomina Hemisferio Occidental, pero también mostraron un giro del gobierno de Cristina Kirchner con respecto a Washington.

Después de haber descuidado a su patio trasero por sus prioridades en otras regiones del mundo, la Casa Blanca trató en los últimos años de aislar o contener a Hugo Chávez por medio de sus gobiernos más cercanos en Latinoamérica.

Bajo esa premisa se inscribe la oscilante relación que Estados Unidos mantuvo con los Kirchner y que queda de manifiesto en los cables “desclasificados” del Departamento de Estado que hoy conduce Hillary Clinton.

Los gobernantes argentinos tuvieron comportamientos contradictorios hacia la potencia norteamericana, con denuncias públicas permanentes que parecieron contradecir los mensajes reservados hoy revelados. Lo cierto es que nunca fueron santos de la devoción de Washington, pero podían llegar a funcionar como puente con el eje bolivariano.

No es nuevo: los mismos funcionarios argentinos se cansaron de jactarse por el hecho de ser necesarios para la Casa Blanca precisamente por su llegada a los gobiernos del Alba.

En situaciones similares a las de la Argentina quedaron los gobiernos de Brasil, México y Chile, a los que el “cablegate” mostró hablando de la “contención de Chávez” y sus aliados.

La gran pregunta es si la información filtrada por WikiLeaks es sólo chusmerío –parece demasiado banal el concepto para hablar de información reservada sobre países– o una caja de pandora con futuro de bomba de acción progresiva.

La respuesta la tiene el tiempo. Sólo una mínima cantidad de cables reservados fueron revelados hasta ahora de los 2.300 que hay anunciados sobre la región.

Parte de este nuevo escenario incierto se vio en Mar del Plata. Durante la Cumbre Iberoamericana hubo una sorda puja sobre la importancia que se le iba a asignar el tema.

Los gobiernos de la izquierda, que de alguna manera fueron blanco principal de los cables reservados, buscaron que el foro se convirtiera en su parlante y los más moderados quisieron esconderlo debajo de la alfombra roja del Hotel Provincial.

El cambio

Quizá la gran revelación de la cumbre fue que la Argentina definitivamente se puso del lado de los moderados como nunca antes en el ciclo kirchnerista.

Esto pese a que en los cables aparecen excesos como el pedido de informes sobre la salud psicológica de la presidenta o cuestiones graves como las presuntas vinculaciones de Aníbal Fernández con el narcotráfico.

Por episodios bastante menores, la reacción argentina fue explosiva en años anteriores.

Queda la duda si la ausencia física de Néstor Kirchner fue determinante para el giro o si hubo discreción porque el gobierno teme nuevas revelaciones, o simplemente porque necesita construir otra relación con Estados Unidos para consolidar su ya evidente intento por mejorar su reputación internacional.

Los funcionarios argentinos hablan de un círculo virtuoso dibujado a través de la normalización de las estadísticas del Indec –para lo cual se convocó nada menos que al FMI–, un acuerdo con el Club de París y la llegada de un flujo de inversiones como el de sus vecinos disciplinados. En todo este proceso la cooperación estadounidense puede ser central.

Lo cierto es que en Mar del Plata, la presidenta anfitriona fue decisiva para que quedara desarticulada desde el inicio la posibilidad de imponer una declaración en el marco del encuentro.

En ese contexto, la cuestión se trasladó a los debates, donde sólo Cuba, Bolivia y Venezuela plantearon el tema, pero no a través de sus presidentes que estuvieron ausentes.

Precisamente esos faltazos alimentaron las especulaciones, aunque sólo la de Evo Morales es atribuible al caso. Las inundaciones en Venezuela fueron lo suficientemente graves como para que Chávez cancelara su viaje y Daniel Ortega suspendió su visita por el conflicto entre Nicaragua y Costa Rica. Nunca estuvo en carpeta que llegara el cubano Raúl Castro.

El mandatario boliviano se tomó varios días para salir a hablar sobre el cable en el que Cristina Kirchner dijo que Morales es una persona difícil y otro en el que el ministro de Defensa brasileño filtró que tenía un tumor en la nariz.

El mismo ministro Nelson Jobim deslizó –según otro correo– que las Farc tenían presencia en Venezuela; y, entre otros del mismo estilo, también aparece el presidente mexicano Felipe Calderón pidiendo a Washington más firmeza contra Caracas.

“Tal vez estas declaraciones, estas informaciones que tenemos son para enfrentarnos entre presidentes. (Para lograr) que Evo Morales desconfíe de Cristina; que Evo Morales desconfíe del gobierno de Lula o de su ministro, o que Evo Morales desconfíe de la ex presidenta (Michelle) Bachelet”, sostuvo el mandatario hablando en tercera persona.

En medio de cuestionamientos a Estados Unidos, desde Bolivia Morales pidió evitar “divisiones” en la región. Lo mismo hicieron su par Rafael Correa al llegar a la Argentina –aunque guardó prudente silencio sobre el tema en Mar del Plata– y los cancilleres de Cuba y Venezuela.

Como la historia de WikiLeaks recién comienza, el de Morales, Correa y Chávez fue otro mensaje que interpela el futuro.

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