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“Wayne”, el amor en un mundo que lo niega

En tono de comedia irreverente, es una road movie que describe a una pareja adolescente que, sin poder escapar a las condiciones imperantes de violencia, se lanza a la ruta para encontrar un refugio compartido en el que brilla la ternura


Wayne, la nueva serie original de youtube, es una pequeña y enorme maravilla. Sale al ruedo de modo implacable. No comienza, irrumpe. En pocos trazos establece la figura de algunos estereotipos que derrumba al instante. En pocos movimientos dibuja la topografía del lugar común para borronearlo en el mismo gesto. Wayne, la serie, sabe que los remañidos códigos de género que hace funcionar a la perfección son apenas los engranajes de un mecanismo algo disfuncional que ilumina su impostura. Fuga, venganza, pandilleros, policía pueblerina, violencia explícita e injustificada, humor irreverente, todos los clichés de una road movie que navega entre yeites de los 80 y de los 90 se lanzan vertiginosamente  a la pantalla desde el primer momento, pero a sabiendas de que aquí no se trata de un vacuo ejercicio celebratorio de una dudosa cultura popular retro, sino, en cambio, de una aguda puesta en perspectiva de un estado de situación social cercano a la elucubración postapocaliptica. Allí, en ese punto, Wayne es la nueva gran road movie norteamericana. Un viaje demencial a través de un mundo hecho de deshechos, de residuos, de exclusiones. Todo ese mundo está en ruinas, todos los que allí sobreviven lo hacen como lo que ha sido descartado, lo que no ha podido ingresar en los privilegios de una vida fraguada en las fantasías desgraciadas de un capitalismo que se derrumba. La violencia, para estos descastados, es el modo de expresar incluso los afectos. La miseria, tanto material como emocional, es la norma. Wayne propone, desde el explosivo comienzo, la osada puesta en forma de un relato que, aunque disfrazado de cierta liviandad, termina por configurar una experiencia tan sensible como violenta, tan reflexiva como incorrecta, y tan festiva como crítica. Wayne es un hallazgo al que hay que dejar crecer, al que hay que creerle, al que hay que permitirle que nos invite a jugar un juego extraño, impreciso, dudoso e incómodo. Hay que confiar en sus astucias y en su profunda sensibilidad para saber que, en principio, el desborde de violencia no responde a lo gratuito y arbitrario, sino que es el punto nodal de una poética camp que termina por emocionar, haciendo brillar una extraña ternura en medio de la hecatombe, y que termina también por hacer carne en la presentación de un mundo en el que los adultos han perdido todo horizonte, y en el que a la lxs niñxs les queda la dificultosa tarea de inventar otros nuevos con lo poco que han recibido.

Inadaptados que empatizan

Ahora bien, ¿de que trata la serie? Brevemente: Wayne, el personaje, es un adolescente solitario, extraño, y una suerte de justiciero impenitente. Se reconoce como un bárbaro (Conan) que no se ajusta al escándalo civilizatoria. Ante cada injusticia que presencia, no puede sino actuar de forma ultraviolenta para repararla. Su arma es un martillo que lleva siempre consigo. Vive sólo con su padre postrado por el cáncer, que en el primer capítulo muere. Del es una niña también solitaria. Su familia es un caos. Madre adicta. Padre alcohólico y violento, y dos hermanos que parecen cavernícolas desquiciados. Habrá incluso un hermoso capítulo dedicado íntegramente a ella y a su historia, uno de los momentos mas sensibles de todo el relato. Siguiendo, Wayne y Del se conocen y empatizan de inmediato, pero estableciendo un código propio de dos inadaptados. Después de la muerte del padre de Wayne, ambos deciden huir para recuperar un auto que le pertenecía al difunto.  Tras ellos salen un memorable policía local que podría ser un habitante de Twin Peaks, un maestro de escuela conflictuado, y la salvaje familia de Del. Fuga y persecución, nada nuevo, pero la anécdota, realmente, es lo de menos. Wayne apunta para otro lado.

Conmovedora dulzura

Wayne podría llamarse con justicia Wayne y Del, como si de una Bonie and Clyde moderna se tratase. Porque la serie trata de igual modo de los dos, ella y él, dos personajes fuertes, dos adolescentes desesperados que encaran una suerte de huida justiciera en la que el horizonte debe inventarse desde cero. Un niño de 16 años y una niña de 14 que al reconocerse tanto solos como juntos deben reinventar en el camino las formas posibles del amor, porque las que se les han presentado, no son sino aciagas variaciones de la violencia que articula el mundo que habitan. Wayne es una serie sobre el amor y sobre la soledad, sobre una ternura que aún es posible en el corazón profundo del derrumbe. Sobre la desesperación. Sobre la impotencia. Sobre las madres y los padres, siempre terribles. Sobre las hijas y los hijos, siempre tan solos. Sobre las ruinas que deja la barbarie capitalista y sobre la necesidad de encontrar o inventar otros modos de vida. Nuevas formas proyectadas desde el fondo de una dulzura prístina, pero dulzura que se revela en una ingenuidad acechada por los pormenores de la violencia. Wayne y Del son como unos Bonnie and Clyde adolescentes, pero quizás mas como unos Sailor y Lula (Corazón salvaje, David Lynch, 1990) del siglo XXI. Una pareja que, sin poder escapar a las condiciones imperantes de la violencia, se lanza a la ruta para encontrar algo parecido a un refugio compartido. Algo parecido al amor. A la familia. A la solidaridad. Pero el problema es que poco tienen a mano mas que esa dificultad de concebir un vínculo mas allá de la brutalidad que campea en ese mundo. Pero es ahí donde estalla la posibilidad de una ternura extraña. De allí que esa ternura que aflora en Wayne y Del es una ternura que abruma, que sorprende, que desarma. Incluso a veces un gesto algo brutal se reconfigura como el signo de una inocencia que resiste a la barbarie, con lo que tiene, así, tal vez errando, pero sin condenas morales, floreciendo en cambio en medio del desastre para reencontrase y sobreponerse. Esa dulzura de Wayne y Del sobrevive al inventarse, porque es una dulzura que se desconoce, que no puede tener lugar. Por eso, tal vez, resulta tan conmovedora.

Sobreponerse entre las ruinas

Hay algo que aclarar: Wayne es una comedia desbocada e irreverente. Y eso tal vez la hace tan desestabilizadora: esa suerte de festividad irrespetuosa con la que se acerca a sus puntos mas sensibles. ¿Cómo abordar todo lo dicho arriba con el desprejuicio de ese humor que rompe toda sospecha de corrección, o con la irrupción de esas violencias gráficas que parecen colindar con las mas infames representaciones del cine contemporáneo? Esa es la fortaleza de la serie, el modo en que parte de todos esos estereotipos para dejar que se desborden en sus matices contradictorios, para dejar que se derramen en aristas múltiples que deshacen al clisé para dejar que hable otra cosa y de otra cosa. ¿De qué? De la obstinación de una niña y de un niño de sobreponerse juntos entre las ruinas que ha dejado el mundo adulto. Reinventar el amor sin saber de que se trata. Reinventar la posibilidad de un vínculo sin haber visto nunca mas que desolación. Y hacerlo ya no sólxs, sino ahora juntxs, ella y él, y aprendiendo tristemente que en ese mundo no  tienen otras cosa mas que la posibilidad dada por ellxs mismxs.  Y es que ninguno de los adultos que presenta la serie se muestra capaz, más allá de sus intenciones, de contenerlos, de darles respuesta o simplemente cariño. Esos adultos destrozados y destructores, y la topografía miserable del paisaje que habitan, son las huellas de una devastación social que sólo produce ruinas, exclusiones y residuos. Ser destrozados y esparcir los destrozos. ¿Quién es culpable? ¿Quién inocente? Ellos son lo que queda de una fiesta en la que nunca tuvieron oportunidad de participar. A sus hijas y a sus hijos les queda ahora la tarea de inventar otros horizontes desde las ruinas. Y a eso se lanzan Wayne y Del, como dos bólidos, violentos también, pero sin tener quizás plena conciencia de lo que les toca, descubriendo en cambio en el camino, y entre la extrema profusión de violencia, que existe un “juntxs” que el mundo desconoce. Y que el amor aún es posible incluso en ese ambiente que lo niega.

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