Espectáculos

Crónica

¿Vos tenés experiencia?, Festival Bandera 2022

El cronista cuenta cómo vivió la tercera edición de este multitudinario festival y qué recitales disfrutó en los distintos escenarios en el predio del Hipódromo


Foto Cecilia Córdoba

Por Roky Bigiolli

Es sábado 22 de octubre del 2022, estoy preparándome para intentar captar una aguafuerte de la tercera edición del Festival Bandera en el Hipódromo de la ciudad de Rosario. Mi plan trazado consta en pasar más de 10 horas ininterrumpidas de shows, ya apunté a quienes quiero ver. Tengo 45 años, poca ejercitación física y una pandemia mediante que me dejó achaques. Hoy, por ejemplo, me levanté con una puntada de dolor en la rodilla izquierda. Dejo a mi hija a la casa de los abuelos, tengo una linda caminata para pensar antes de dar fe a mi acreditación e ingresar al festival. Llevame corazón.

El último recuerdo que tengo de haber asistido a un festival de características similares fue en el 2001. La primera edición del aclamado festival que se realiza en el valle de punilla. Sí, es la prehistoria. Me acuerdo que llegamos a los alrededores de la plaza Próspero Molina, sin entradas pero con muchas expectativas de ver las bandas. Escuchamos a Palo Pandolfo desde afuera y terminamos rodando por debajo de un alambrado cuando empezaban a tocar Las Pelotas. Casualmente, aquella vez, arrancaron su show con “Muchos mitos”.

16 hs. Me tomo una lata de cerveza para entrar con el piloto encendido. En el vallado de ingreso saludo con un beso a la Flor que viene en contramano capitaneando un grupo de adolescentes, me parece que es el sobrinaje. Adentro nos cruzamos, le digo inocentemente. Eso no sucedió. Con el correr de las horas el predio se pobló con miles de personas. Cuando entro el sol es un aliado, la tarde está para remera. En uno de los escenarios principales termina su set The Colorated. Así que aprovecho el breve intervalo y me pongo a recorrer las instalaciones. En el escenario del fondo, al que nombraron con la marca de un aperitivo, está tocando alguien que no conozco. No conozco a varios. Lo veo al Ari picando unas papa fritas y me acerco a saludarlo. Siempre hay una buena charla con Ariel. Me invita a que vayamos a ver a los 1915. Yo no los conocía, suenan piola, son esas bandas de pibes que la rompen interpretando instrumentos. Estos tienen además destellos de bandas argentinas de los 80s. Me quedo un rato escuchando y vuelvo para el escenario del fondo a escuchar a los Pasado Verde. En ese momento me doy cuenta que voy a entrar en una trashumancia de la cual no voy poder zafar en toda la jornada. Freno, me fumo un pucho. No llego a ver la banda.

Voy a un punto de hidratación a tomar agua, todavía no hay tanta gente. Vuelvo a los escenarios principales: Este y Oeste, así se llaman. Están uno al lado del otro, separados por una pantalla. En ese momento, en el Oeste, está tocando Saramalacara y su banda. Sara es parte de la Rip Gang, colectivo de músicos urbanos del cual forma parte Dillom. El Dillom es su novio y mira el show desde un costado. Cuando Sara termina él la recibe con un abrazo y le pasa su campera. Ese gesto de ternura los define. Luego de Saramalacara comienza el show de Taichu en el escenario de al lado. Taichu es otra miembro de la Rip Gang. Me gustaron los dos shows. Sus traps, hip hop o como sea que se etiquete, llevan un espíritu punkrockero que me convoca. Moví las piernas al son. No mucho más para agregar.

Nos encontramos con un colega de generación y nos aferramos a una charla para poder sobrellevar el abismo que nos separa de los artistas jóvenes que acabamos de ver. Es todo un ejercicio aceptar a los músicos nuevos cuando uno está acostumbrado a escuchar bandas viejas o de pares generacionales. Arrancan Los Espíritus en el escenario Oeste, escucho algunos temas y me voy. Suenan bárbaro pero me aburren. Esto es algo que me sucede mucho con los músicos nuevos. Talentosos en interpretación, aburridos en esencia. ¿Para quién tocan? Tocan para un numeroso público que los siguen y los festejan. Así es. Vuelvo al punto de hidratación, ahora la fila de espera es de 50 metros. El sol se está yendo y el frio va cobrar protagonismo hasta el fin del festival. Me alejo de los escenarios principales, está por empezar el show de El Kuelgue, me alejo. Necesito tirarme un rato en el pasto, voy al costado del escenario más chico. Van a ser las 19. Me descalzo para masajearme los pies, ya estoy cansado. Así me quedo esperando el show de Killer Burritos.

Qué cosa seria los Killer Burritos. Dieron un show breve y conmovedor. Los noté con cierto apuro pero haciendo un gran trabajo. Repasaron el disco Fugitivo casi completo sobre unas visuales de salpicones de sangre. Y sí, no está todo bien por estos pagos. Para cerrar largaron una versión de “No Toquen” de Charly García que nos dejó bien sopapeados. Aprovecho: ¡Feliz cumple, Charly! No dejo de emocionarme con las canciones de los KB, no me aburren nunca. Me hubiese gustado verlos pisado algunos de los escenarios principales. Que los vea ese público desprevenido que rondaba por la zona. Escuchá, loco. Está buenísima esta banda. Pero no fue así la historia y yo otra vez a las corridas hacia la zona de los escenarios principales a enganchar la mitad del show de Dillom.

Dillom me recibe cantando “OPA”. Qué bien me cae este pibe. A mí y a lxs miles que están agitando debajo. No quiero hacer un análisis sesudo al respecto. Lo sigo desde que descubrí sus canciones en 2019. En este momento tenemos puesta la misma remera de Ramones. Él los ama, yo también. En la letra de “OPA” nombra a Lovecraft y a Edgar Allan Poe. Lo aventajo en más de 20 años de vida pero los puentes generacionales existen. Escuchamos y leemos lo mismo. Dillom puede ser un amigo al que uno quiere volver a ver pronto. Amén. Ahora en el escenario de al lado arranca Guasones, hay clima que la fiesta sigue, todo dado para ser los reyes de la noche, pero no resulta así. No por ellos, sino por mí. No me dan más las gambas, tengo la espalda acalambrada por el frio. Soy la famosa estatua del dolor. Me sentí parado. Así que después de escuchar un par de temas, me retiro silbando bajito. Me voy a buscar algo para picar, una birra y a echarme un rato.

Y de a poco, entre charla y charla, entro en la recta final de mi noche. Me acerco a ver los temas finales de Él Mató. Son simpáticos en vivo. Nunca los había visto. Ahora creo entender a sus fans. De continuado: Las Pelotas. De entrada suenan en un nivel superlativo, aunque Germán está un poco odioso con el público. Se nota que a esa altura de la noche la gente ya está cansada, con frio. Hacen lo que pueden. Suena “Orugas”, me encanta. Entro en nostalgia. Pienso en el Bocha. El núcleo duro de fans arenga hasta el final y logran sacarles un tema más: Capitán América. Y ahora sí la noche se precipita. Miles se agolpan para escuchar a Babasónicos. “Hazme el amor hasta el amanecer y después bye, bye”, nos canta Dargelos. A mí el que me viene diciendo bye bye es mi cuerpo que ya no es envase para disfrutar. Me decido y emprendo la retirada remontando la marea de público mientras voy coreando: “Ahora déjame que maneje un sauna y me vista de fauno, entiendo lo tomes mal…oh oh oh” Algunos se me ríen. Sí, ríanse nomás. Ya es casi media noche, me cruzo con mi amigo Nachito. Increíble pero real. ¿Vamos a tomar una afuera? Dale, bro. Nos retiramos, como no podía ser de otra manera, por la puerta grande.

Como experiencia iniciática no estuvo mal. Tal vez no haya entendiendo del todo de qué van estos festivales tan grandes. Cómo habitarlos. Cómo cubrirlos. Cómo preparar el cuerpo para tantas horas. Debo estar chapado a la antigua. Sin embargo, en la tercera edición del Festival Bandera, además de disfrutar la música tuve charlas diversas, me hidraté gratuitamente varias veces, comí, me tomé algunas birras, pude mear cuando lo necesité y además me informé en un gazebo sobre el boleto gratuito. ¿Te das una idea de la cantidad de gente que trabajó para que esto funcione? Mucha, mucha. Y al parecer salió todo bien.

Pasó el Bandera de la Rosario mía, del rock nacido, que me ha dado, ¿Dios?

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