Espectáculos

Las Pussy Riot en Argentina

“Vivimos en un sistema que se basa en la explotación del hombre”

La artista rusa Nadya Tolokonnikova y tres integrantes más del colectivo se pararon el domingo por primera sobre un escenario local y ofrecieron una presentación en la que cruzaron música, feminismo, activismo político y poesía. Horas antes participaron de la mesa “La protesta amenazada"


Nadya Tolokonnikova, una de las fundadoras del colectivo feminista Pussy Riot, el docente villero Daniel Sandoval y Paula Litvachky, directora del área de Justicia y Seguridad del Centro de Estudios Legales y Sociales (Cels) participaron el domingo, en la previa del recital de las rusas en el Niceto, de la mesa de debate “La protesta amenazada”, que apuntó a reflexionar sobre protesta social y represión.

“Cuando empezamos Pussy Riot éramos tres chicas y cuando tenés poca gente y una idea radical es el momento de usar el punk, pero si son millones de personas no es necesario recurrir al arte. Estoy asombrada por este grupo feminista porque es lo más grande que vi en mi vida, estoy acá para que ustedes me inspiren”, manifestó Tolokonnikova.

La reflexión llegó luego de que la moderadora María Florencia Alcaraz le contara que el 28 de mayo se presentará nuevamente el proyecto de ley por la interrupción legal del embarazo y le pidiera consejos para alguna intervención pública.

Pero el tema central de la entrevista pública era la represión estatal en las protestas y las polémica por las “armas menos letales” que maneja el aparato represivo del Estado.

La artista feminista, de 29 años, compartió una de las tantas anécdotas que guarda de todos sus años de activismo: “Cuando estuve en prisión, con mi abogado empezamos una guerra contra el sistema. Hice una huelga de hambre y mi abogado enviaba cartas sin parar. Todo parecía destructivo e inútil porque estábamos denunciando a una persona que generaba trabajo esclavo dentro de la prisión, pero en los últimos años salió a la luz. No hay que esperar resultados inmediatos y hay que organizarse”.

Y en la misma línea, repasó los dos años en prisión tras dar un concierto dentro de la Catedral del Cristo Salvador en Moscú, en el año 2012: “Cuando hablamos del abuso de la policía también debemos pensarlo sobre la intimidación que sufrimos en los días posteriores. En la cárcel pasamos los días más terroríficos de nuestras vidas”.

Sandoval, por su parte, recibió 22 balas de goma el 18 de diciembre de 2017 durante una movilización al Congreso contra la reforma previsional, y por una de ellas perdió la visión de su ojo derecho.

“Lo primero que hice cuando me levanté de la cama fue ir a una movilización. Vivimos en un sistema que se basa en la explotación del hombre. La solución tiene que ser de fondo, no podemos tolerar que haya gente que se muera de hambre. La lucha es en las calles y mientras se pueda arrancarle algo al sistema, hay que hacerlo”, enfatizó el docente.

Mientras Tolokonnikova encuentra entre sus estrategias caricaturizar a la gente que le tiene miedo y reírse de ello, Sandoval afirmó que después del dolor que sintió por todo por lo que tuvo que pasar perdió el miedo. “Comparto que la clave es estar organizado, porque te da la posibilidad de luchar con gente que quiere cambiar las cosas de raíz”.

El vínculo entre la Pussy Riot y Sandoval surge a partir del proyecto Unhealed Wounds (Heridas sin sanar), desarrollado por International Network of Civil Liberties Organizations (Red Internacional de Organizaciones de Libertades Civiles) que integra el Cels y que reúne historias de personas heridas durante protestas sociales que dan cuenta de la intolerancia de los Estados y de la falta de dispositivos para proteger a quienes se manifiestan.

El concierto en el Niceto

La artista rusa Nadya Tolokonnikova y tres integrantes más del colectivo Pussy Riot se pararon el domingo por primera sobre un escenario local y ofrecieron una presentación en la que cruzaron música, feminismo, activismo político, performance y poesía.

Cuando las cuatro figuras aparecieron en Niceto Club, el público todavía cantaba las estrofas de uno de los temas más representativos de la campaña nacional por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito (la secuencia se repetiría varias veces a lo largo de la noche).

“Y ahora que estamos juntas/Y ahora que sí nos ven/Abajo el patriarcado se va a caer, se va a caer/Arriba el feminismo que va a vencer”, se escuchó al unísono, entre palmas y algunos gritos, hasta que los parlantes anunciaron que las integrantes de Pussy Riot ya estaban preparadas para empezar.

La presentación, que una de las caras visibles del colectivo de punk feminista cristalizó el domingo en Buenos Aires y que el martes llevará a Córdoba, estuvo atravesada por el punk, el derecho al aborto, por todas las mujeres que nunca pudieron regresar a sus hogares, las víctimas de la represión estatal y el rechazo al gobierno de Vladímir Putin.

Un ojo gigante con pupila estática observaba desde la gran pantalla que descansaba en el fondo del escenario; las imágenes se proyectaban allí a gran velocidad, como flashes, y entre las secuencias se dejaban ver fábricas, animales y algunos paisajes en tonos pálidos.

A contraluz se distinguían dos figuras, inmóviles, que escoltaban la pantalla; se reconocían por los cinturones de luces rojas y azules que se iluminaban con intermitencia, mientras otra Pussy Riot (también anónima) comandaba los teclados, sintetizadores, la guitarra y sumaba su voz al coro.

En el centro de la tarima estaba Nadya con una túnica, un saco o tal vez un mameluco, de color blanco o alguno de esa paleta; no era tarea sencilla identificar los rostros ni saber cómo estaban vestidas cuando los únicos haces de luz que se desprendían sobre la sala provenían de los colores saturados de los vídeos que se estaban proyectando.

Acompañadas de ese panorama, comenzaron a escucharse los sonidos de “Go vomit” y “Police State”, y mientras los contornos de los cuerpos dejaban caer los tapados, Nadya saltaba como si su cuerpo pesara lo mismo que una pluma, se movía de un lado al otro, se acercaba al suelo y volvía a elevarse.

La lista de canciones contempló más de una veintena de composiciones, y la mayoría pareció encontrarse a gusto con los sonidos electrónicos, pegadizos, asfixiantes, oscuros y alegres, entre el punk, el pop y el rap.

Es que este colectivo artístico, que combina música y performance y que de este lado del océano (mientras dure la gira Latinoamericana) estará comandado por Nadya, logra que todas las contradicciones encastren como un lego y cobren sentido.

¿Cómo es posible luchar contra el sistema cuando se es parte? ¿Cómo permanecer en la disconformidad? Sonó “Punk prayer”, tema que el grupo interpretó en la Catedral del Cristo Salvador de Moscú en 2012, tras lo cual fueron arrestadas por vandalismo y condenadas a dos años de prisión; todos reconocen la canción y quien no, se da cuenta de qué se trata por su video.

También pasaron “Bomb” y “Heretic”, dos temas que desde lo visual compartieron distintas gamas de color sangre en la pantalla que cada tanto se teñía de un azul con interferencias, pero rápidamente regresaba al colorado; la misma estética abrazó más tarde con “Black snow” y “Nuclear winter”.

Una galaxia también se adueñó de la pantalla y de pronto los subtítulos de “Organs” intentaron explicar a qué se debe enfrentar una mujer en Rusia; y algunas canciones después, el colectivo se despachó con “1937” que narra el genocidio perpetrado por Stalin.

Las imágenes acompañan a cada segundo la densidad del sonido industrial y la agudeza de la voz; los flashes visuales y loops de palabras parecen explotar en la cara una y otra vez, hasta penetrar en alguna parte de la memoria; las melodías son hipnóticas y los timbres vocales recorren todas las emociones.

Inspiradas en el movimiento Zapatista, las Pussy Riot empezaron a usar pasamontañas porque querían que el movimiento se tratase de ideas y no de personas: “La máscara era una representación –contó Nadya en la charla previa– porque cuando alguien se convierte en líder de un grupo se cree el dueño. Cuando perdimos nuestra libertad, lo que más nos molestó fue perder el anonimato, pero algunas personas siguen disfrutando de ese anonimato”. Sin embargo, con o sin máscaras, el encuentro se trató de ideas y de convicciones: así se sintió el punk.

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