Cultura

Virginia Ducler se expresa sobre su nouvelle “el Sol”

Sólo una forma de hablar. En “El Sol”, un libro integrado por la nouvelle homónima y otra llamada “La Dispersión”, la rosarina Virginia Ducler –quien sostiene escribir desde siempre– dice haber encontrado “su voz” luego de despojarse de poses y palabras y de lo que esperan los otros.


Virginia Ducler. El Sol
Casagrande editora. 90 páginas

Escenas aledañas, compulsivas y baladíes y hasta imprevisibles en su desplazamiento nutren con puntería y certeza las páginas de El Sol, una nouvelle de la escritora rosarina Virginia Ducler que, junto con otro texto austero, enrarecido y perturbador, alarmante como las líneas de un monólogo interior, llamado La Dispersión, también en formato nouvelle, integran un reciente volumen con el que la editorial Casagrande se presenta en público. El libro cuenta con una tirada artesanal (cosido a mano) de 60 ejemplares numerados y firmados (muy bellos) y otra tirada más amplia y convencional pero muy atractiva también.
Un tiempo atrás la editorial virtual española Revólver publicó una serie de cuentos de Ducler con el título Los zapatos del ahorcado, y una puesta de la actriz Andrea Fiorino de título El destino de los huesos está basada en El día menos pensado, un texto que la autora escribió hace mucho tiempo y terminó adaptando para esta ocasión. Ducler parece escribir desde siempre y no la importunó demasiado pulir sus textos e ir revelándose su lugar en el mundo, el tiempo que eso llevara, hasta encontrar el (su) modo conveniente para contar, su voz y un clima, durante el cual fue “despojando” a su escritura de un aspecto “femenino”. “Para mí cierto aspecto de lo femenino es positivo pero todo aquello que tiene que ver con la pose, con lo superfluo, que yo llamo femenino, es negativo, y está en la escritura del hombre también; Virginia Woolf es totalmente femenina para escribir pero no tiene ese rasgo femenino en su escritura que para mí lo arruina todo; trabajé mucho para despojar a mi escritura de todo eso; mis lecturas de Kafka fueron importantes en este aprendizaje para tener una prosa más despojada, sin poses, sin adornos, es muy difícil eso, no escribir para los otros, no escribir para poner tal cosa porque está bueno poner eso; en la vida también pasa eso, despojarte de la expectativa de la sociedad, de lo que se espera de una escritora, es paradójico porque estás trabajando con palabras y tenés que despojarte de palabras”, apuntó Ducler.

Arena caliente

El Sol es un relato esculpido en un paisaje concreto y poderoso, grávido en su fuerza natural; y la experiencia del personaje que lo transita, en una rigurosa primera persona, se devana en un reguero de pistas o claves para entender los hechos de su presente, esas breves transiciones, invocando las causas remotas del pasado. El sol y el mar dominan el hábitat y ponen de relieve la naturaleza extenuada de la protagonista, quien arrastra una misión, el mensaje incesante de una promesa hecha en un tiempo ahora diluido en el impasible fluir de la arena que se cuela hasta en la respiración. El Sol es un texto enteramente reconstruido por Ducler; llevaba ya dos años reposando pero luego la autora pudo leerlo con otros ojos y “desmalezarlo”, como le gusta decir. “Encontré ese texto que había escrito hacía dos años y me pareció que estaba terminado y lo leí y no me gustó porque era un híbrido entre la vida y la escritura, un híbrido entre el diario íntimo y lo literario. Me dispuse a sacar toda la maleza que ese texto tenía; en El Sol hay muchas metáforas pero están dosificadas, eso lo tengo muy trabajado. El cuento era totalmente distinto, había algunos personajes que eran efectistas, que estaban puestos para impresionar; saqué cosas que a lo mejor estaban buenas pero no tenían nada que ver con el conjunto, no aportaban nada, eso es parte del oficio, es muy poco lo que dejé, dejé el mar, dejé ese olor a mar, el sol calcinante, la falta de árboles, trabajé más el clima, y algunas escenas. El relato estaba terminado, tenía otro título, se llamaba En un balneario uruguayo, parafraseando un título de un cuento de Katherine Mansfield que se llama En un balneario alemán, y vi que no se podía llamar de otra manera que no fuera El sol; incluso hubo quien me preguntó por qué había optado por un nombre tan común, y yo pensé que era tan común que a casi nadie se le ocurriría usarlo; aparte ese sol no es uno que acaricie, naif, es un sol que te quema, lacerante, despiadado, y acá es casi un personaje el sol, es un animal, el sol está casi todo el tiempo”, señaló la autora.
Y es cierto que así funciona en el texto, porque por fuera de la dedicatoria que sitúa con precisión el lugar donde se desarrolla la trama, ya el primer párrafo describe la opulencia fecunda con que el sol inunda ese espacio, y sí, para quienes conocen Cabo Polonio, el sol es apabullante. “Acá hay demasiado sol. No hay sombra. No hay árboles. El sol desborda, material, por todos los poros del lugar. También hay muchísima arena. Y mar, mucho mar en movimiento, como un plato de sopa gigante que llevan a un enfermo”, se cuenta en el primer párrafo de El Sol. “No quería que se notara que era el Polonio pero la dedicatoria me traicionó, además los que figuran allí son los dos uruguayos que conocí en Brasil, algunos personajes y recuerdos que aparecen son reales y otros son ficticios. Cuando nos robaron todo estábamos durmiendo en la playa con una frazada que me robé del hotel donde estaba parando y cuando me despierto había un hombre mirándome con mi documento en la mano; era un pescador que lo había encontrado y me reconoció dormida; todas esas cosas son reales; además leía Tierras de la memoria, de Felisberto Hernández; también fui encontrando esa mañana hojas de mi libro que fueron tirando los tipos que me robaron. La invención aparece de algo de la vida, algunos dicen que tal cosa es para un cuento, y en realidad nada en sí es para un cuento, a veces está bueno que la vida sea solo vida, ¿para qué habría que transformarla en ficción? Creo que algo tiene que hacer un chisporroteo para que se transforme en ficción, en invención”, define Ducler sus principios para la escritura de ficción.

El sol se siente

En esa suerte de reescritura del despojo para hallar las inflexiones que le permitieran arriar las palabras y fluir, correr o girar bajo ese sol de fuego, Ducler dice que encontró su voz. “Es muy difícil escribir; por ejemplo había algo en un texto mío que no me gustaba, me di cuenta que se trataba de la palabra “comenzar”, porque era una palabra con cierto dejo culto que desentonaba mucho con algo más coloquial, entonces la reemplacé por «empezar», todos esos detalles son parte del aprendizaje; todo ese recorrido está totalmente logrado en El Sol, porque no hay marcas de diálogo y sin embargo el diálogo está metido de una manera que se sabe que es un diálogo y se sabe quién habla; no fue algo racional, lo logré porque lo tengo incorporado, lo literario y lo coloquial están ensamblados, algunos que leyeron El Sol me dijeron que «sienten el sol»”, contó la autora.

Hilachas de lo cotidiano

“Marzo es el mes tres. No lo puedo creer. Faltan nueve meses para que termine el año. Después viene abril, mayo, junio, y ya está, ya estamos en la mitad del año. Uno empieza a correr para que no se le vaya el año. Marte dios de la guerra. En marzo los romanos planeaban las campañas militares. Deben ser las cuatro de la mañana. No sé por qué me desvelé…”, se lee en uno de los “meses-partes” de La Dispersión. La nouvelle La Dispersión se sostiene en una inexorable sobriedad y aspereza y a diferencia del tono de rumor distante que campea en El Sol; allí la protagonista está soldada al presente casi sin escapatoria. Aparece como un texto más “actualizado”, como si se tratara de algo bastante difícil de separar de la propia autora. “Ah!, sí, eso es porque La Dispersión es un monólogo interior y por eso digo que es un texto sucio, está la cotidianidad y hay algo literario; digo por ejemplo: «…los grillos hijos de la noche…», después seguido «…tengo que comprar detergente…», es un texto espasmódico, a alguna gente le encanta y otros me dicen que no lo pueden leer porque les resulta insoportable, es como una respiración entrecortada, agitada, es lo que le está pasando al personaje, es obsceno porque muestra la obscenidad de lo cotidiano, por eso digo que es sucio, por las hilachas de lo cotidiano, las voces que se cruzan, es ruidoso, el texto nació así, puede ser que esté pegado a mí pero me gusta que sea así, es un experimento, es un poco arte basura, siempre digo que si fuera artista plástica trabajaría con objetos, con cosas viejas, tiene que ver con lo efímero, con la modernidad; me gustan los restos: ahora me doy cuenta que La Dispersión es literatura basura, está hecha con restos de lo cotidiano, aparecen la mayonesa, el detergente, y aparece una frase poética para que el lector no se olvide que está leyendo literatura, que eso no es la vida sino literatura, porque hay sólo voces en ese texto, no pasa nada. Yo parto de mi vida en los textos pero luego voy hacia la pura invención”, explicó Ducler. Durante la presentación de El Sol en el espacio Mal de Archivo, Ducler citó una frase de Alain Robbe-Grillet para dar cuenta de la llama que aviva su maduración como escritora, el esplendor del tono y el ritmo para que el texto funcione: “«…El escritor genuino no tiene nada para decir, sólo posee una forma de hablar…», decía Robbe-Grillet y cuando lo leí sentí que eso definía mi actitud como lectora y como escritora porque cuando leo no me importa que me cuenten el final, sino que me importa el mientras tanto, el clima, el tono, leo así, no me interesa tanto la historia y eso define mucho mi actitud como escritora”.

Comentarios