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Vida no apta para pobres

Por: Carlos Duclos

lgunas palabras adquieren una connotación dramática cuando su significado, su definición, pasa de ser una abstracción para transformarse en el reflejo de una acción concreta, proverbial, patética, capaz de sumergir a unos en la desgracia y a otros, espectadores de la realidad sensibles y solidarios, en el mar de la indignación.

Unas de tantas palabras para tener en cuenta son, por ejemplo, mezquindad, discriminación, desaprensión, injusticia.

Y este preámbulo o prólogo de la reflexión de hoy, está vinculado con una noticia que dio a conocer un diario porteño ayer y que comienza diciendo: “Las promociones y los descuentos que otorgan los bancos, uno de los imanes que usan para atraer clientes, no siempre son aptos para pobres. En por lo menos cinco bancos de primer nivel, dejan afuera a quienes cobran la asignación universal por hijo anunciada hace dos meses por el gobierno nacional de los beneficios otorgados a los clientes de tarjetas de débito y crédito”.

¿Es una novedad esta fatal y repugnante forma de discriminación? De ningún modo. Tampoco es de pertenecía exclusiva de nuestro país, pues bien se sabe que, con diversos grados de presencia, la pobreza, que es consecuencia de la discriminación, es un flagelo universal. Es cierto que hay sociedades, como las del norte de Europa (Noruega, por ejemplo) en donde el nivel de pobres es ínfimo, nulo podría decirse, pero no es menos verdadero que en muchos países del primer mundo hay pobres y los hay bastantes. Claro, como la realidad latinoamericana, africana y de ciertos países orientales no hay en ninguna parte.
Lo paradójico y dramático es que en un país con tantos y ricos recursos naturales como el nuestro, haya tal grado de pobreza como la que ponen de manifiesto las cifras ciertas, y no las talladas a mano e inspiradas por la mentira de quienes tienen a su cargo la conducción política del Indec-ente.

Pero no es asunto, (¡qué va amigo!, dijo sorprendido un turista español a quien esto escribe) de responsabilizar sólo a los gobernantes, pues bien se sabe que a la hora de pasar por el tamiz a los mezquinos y desaprensivos, una buena y rebosante medida de líderes privados (empresarios, por caso, como los de estos bancos discriminadores) quedan al descubierto.

Escuchando hace unos días al economista Bernardo Kliksberg, catedrático, hombre reconocido en todo el mundo, sorprendieron algunos detalles que dio  sobre la realidad económica del mundo. Por ejemplo: sólo tres personas, tres familias, concentran tanta riqueza como 48 países periféricos. Es simplemente una brutalidad. Y ello es así porque estas familias, y los grupos de poder que la entornan, han hecho del resto de la humanidad no un grupo de seres humanos con derechos, sino un manojo de herramientas con obligaciones.

A esto se le llama, sin rodeos, brutal discriminación, sazonada, desde luego, con el gran maltrato. Maltrato, en efecto, porque un ser humano devenido mero útil por la fuerza, no está destinado sino al sufrimiento. Y la pobreza es eso, sufrimiento. Sufrimiento por la imposibilidad del ser de erigirse en digno mediante la justa recompensa por el trabajo realizado. Esta injusticia es la que pone de rodillas a niños, jóvenes, adultos padres, adultos abuelos a los que vemos, a cada paso que damos en el escenario argentino, encorvados por el peso de la discriminación, el sometimiento y la humillación.

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