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Viaje al corazón de la cárcel

Por Ana Laura Píccolo.- En la cárcel de Zeballos y Riccheri rige una nueva modalidad para recibir a las visitas. Ya no se realizan en un patio común al aire libre, sino dentro de las celdas. La medida fue tan celebrada como criticada.


Desde hace dos semanas, las visitas en la Unidad Penitenciaria Nº 3 de Rosario, ubicada en Riccheri y Zeballos, se realizan dentro de los pabellones donde duermen los internos. La medida, que había sido solicitada por detenidos de esa unidad hace tres años y fue puesta en marcha con el reciente nombramiento de un nuevo director, causó diferentes opiniones dentro del penal. Para algunos, el lugar no está acondicionado para recibir a familiares y amigos, y significa la pérdida de un espacio común para sociabilizar. En cambio, otros lo prefieren porque tiene más intimidad para estar con sus hijos menores. Los más perjudicados, según esgrimieron, son quienes no reciben visitas y deben permanecer aislados en otra celda durante horas o dentro de los pabellones pero “sin mirar” a los visitantes. El Ciudadano recolectó argumentos a favor y en contra sobre la nueva normativa que rige en la cárcel rosarina conocida como “la Redonda”.

“Nos quieren encerrar un poco más, porque perdemos comunicación con la población y perdemos un espacio de libertad, ya que el patio San Martín es más familiar y mejor para nuestras familias y para todos. Además, el pabellón no está en condiciones para estar con familias porque hay mucha humedad en las celdas. Y el baño, que llamamos público, está muy deteriorado y es uno solo: tapado, con hongos, con cañerías rotas y pérdidas de agua permanentes”, dijo uno de los internos alojado en el sector A que, junto al B, son los únicos divididos en celdas para tres personas, ya que los ocho restantes son colectivos.

Un interno alojado en el mismo sector graficó: “Vivo en una celda con otros dos, que reciben visitas los sábados. Ellos se turnan cuatro horas cada uno pero yo tengo que pasar ocho horas en otra celda junto a otros diez esperando que se vayan las visitas. Esto fomenta el verdugueo del propio compañero porque al Servicio (Penitenciario) no le calienta, ellos quieren laburar menos y esto se arregla entre internos”.

Por su parte, un joven que vive en uno de los pabellones evangelistas (el 1 y el 2 se rigen bajo esta modalidad) planteó otro aspecto desfavorable: “Además de que nos quita un espacio, porque en vez de estar más adelante estamos más atrás, más encerrados, los que trabajamos durante la semana no podemos descansar ni hacer nuestros quehaceres, como lavar la ropa, porque las visitas son los días sábados y domingos, el único día que podemos ordenarnos”. Y a eso le agregó que quienes no reciben visitas se tienen que ubicar frente a un televisor que se pone en un rincón, sin poder darse vuelta durante ocho horas.

“La mayoría pensó en el sexo”

Un conocido hampón de la ciudad que pasó más años encerrado que en libertad, esgrimió una teoría sobre “la verdadera razón que motivó a los internos a pedir las visita adentro”. La respuesta no es otra que la búsqueda de tener más “intimidad” con sus mujeres, a las que cada detenido puede acceder sólo una vez a la semana, entre los días lunes y viernes, por el tiempo de tres horas. “Muchas veces se podía ver en las visitas de los sábados y domingos armar carpas con frazadas dentro del salón cultural (donde históricamente se realizaban las visitas) que utilizaban muchos internos para tener encuentros amorosos con sus mujeres. Y si había chicos veían”, contó el hombre con toda naturalidad tras afirmar que “los internos que pidieron el cambio lo hicieron pensando en eso, en el sexo”.

Según explicó, la situación se complica porque a excepción de los pabellones A y B, la mayoría son colectivos. No obstante, aclaró que el 4, el 5 y el 8 tienen divisiones con biombos y permite que tengan más intimidad.

También comentó que se pone en juego “el morbo de la gente que viene para ver, porque las rejas también espantan”. Al respecto recordó que, tras la medida, le sugirió a un amigo: “No vengas, porque el que estoy en cana soy yo”, pero que el mismo no sólo lo visitó sino que se manifestó conforme porque pensó “que la cosa era peor”.

En esa línea favorable a la nueva normativa se manifestó otro interno que tiene una hija de siete años, a quien recibió por primera vez dentro del pabellón en el que está alojado. Según refirió, allí le preparó el desayuno y la dejó acostarse en su cama. Al terminar la visita le preguntó a la nena a dónde le gustaba más y ella dijo que ahí, porque podían desayunar juntos y estar más tranquilos.

También destacaron como positivo que a raíz de la normativa “pintaron los pabellones para que las visitas no se lleven una imagen desagradable y eso es bueno”, además de agregar que ahora no pasan tanto frío. También sostuvieron que el baño “se puede preparar mejor para la familia y no hay riesgo de ver gente drogándose”, como era antes en el salón cultural, donde muchas veces había “una fuerte baranda a marihuana”.

Pero enseguida, otro joven resaltó un aspecto desfavorable que tiene que ver con quienes no tienen visitas: “Nos quitan la posibilidad de interactuar con los demás. Si no tengo visitas no veo gente de afuera, que por ahí puede traerme una carta de mis seres queridos. En el pabellón no podés intercambiar. Antes, durante un fin de semana pasaban unas 300 personas por acá, ahora sólo podemos cruzarnos con unos 20”, dijo.

A su turno, otro muchacho agregó que los hijos menores de distintos internos interactuaban y jugaban en el patio “y ahora se aburren sentaditos”. Y si bien resaltó que pasan menos frío, dijo que en verano no van a poder tomar sol los fines de semana en el patio del pabellón, ni andar en pantalón corto, durante las 16 horas que duran las visitas entre sábado y domingo.

Por último, un hombre que también tiene detenida a su mujer, dijo que a ella la llevan los días de visita y tiene que permanecer las ocho horas en el penal. “Las primeras cuatro estamos calentitos en la celda, pero después tenemos que terminar la visita muertos de frío en el patio”. Algunos pocos esgrimieron su miedo a que la medida acarree inseguridad, porque “acá están todos quemados y si a alguno se le ocurre reclamar algo tomando de rehén a familiares, con apoyo de otros, sería un infierno para las personas que están de visitas”. De acuerdo con los dichos de los detenidos, el único pabellón que no está afectado por la nueva modalidad es el B, porque los allí alojados no estuvieron de acuerdo.

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