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Peces que no nacen

Veda total de pesca: científicos reclaman una medida excepcional ante bajante histórica del Paraná

El Paraná sigue en bajante extrema y ya van tres ciclos seguidos de escasa reproducción de peces. A ello se le suman, hacia el sur, las quemas del Humedal: quedan sin comida, refugio ni energías para reproducirse. Investigadores lanzaron llamado urgente a la provincias costeras


Guillermo Correa y Claudio de Moya 

“La veda total sería lo ideal, siempre y cuando se pongan de acuerdo todas las provincias. Y mientras duren las condiciones hidrológicas actuales debería mantenerse”, definió el doctor Juan Pablo Roux, del Instituto de Ictiología del Nordeste.

“La necesidad del río nos está pidiendo a la sociedad que tomemos una determinación grupal, comunitaria. No solamente una decisión de una provincia, sino de todas las provincias que estamos en las orillas del río Paraná, porque este no es un fenómeno local sino regional.

La medida que se tome de protección tiene que ser consensuada y beneficiar a la vida de los peces a lo largo de toda la cuenca”, completó el científico. Los estudios de su equipo, que depende de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE), afectados o directamente interrumpidos por la pandemia, llegaron sin embargo a relevar la situación provocada por la bajante extraordinaria del curso, cuyos efectos –sumados a los de las quemas en el Humedal hacia el sur– exponen a todas las especies bajo el agua. Y el resultado es tan crítico como para hacer un llamado en el mismo tono: o se actúa ahora, o se lamentará en el futuro, ese que está casi ahí nomás, al otro lado del covid-19.

“Tenemos que trabajar, justamente en este momento, en el concepto más general de la sostenibilidad, en su mayor amplitud. Sustentabilidad nos exige que miremos el aspecto biológico, el aspecto humano, el aspecto ambiental, el aspecto económico, el aspecto cultural, y también el aspecto de la gobernanza, de las reglamentaciones”, avanza el científico en diálogo con El Ciudadano.

Puntilloso y en tono calmo, se disculpa por no entrometerse en otras labores. “No quiero ser soberbio ni restar la importancia que tienen los investigadores de su región”, puntualiza. Pero lo cierto es que el Instituto de Ictiología acumula conocimiento clave y es de referencia, y aunque su área de acción –Corrientes– tenga no pocas diferencias con lo que ocurre hacia el sur, ratifica la necesidad de en una estrategia de protección a escala regional. Las razones para ello son demasiadas y algunas tienen que ver con la acción humana. Pero otras no.

Situación extraordinaria, respuesta extraordinaria
Juan Pablo Roux, director del Instituto de Ictiología del Nordeste.

 

“Sabemos que hay gente que tiene situaciones económicas difíciles y que vive de la extracción de este recurso para poder venderlo. Frente a esta situación tenemos que buscar el equilibrio más armónico posible entre una medida de veda total y en cómo vamos a colaborar con este estrato social para tratar de mantenerle el sustento para su familia”, advierte el investigador, trazando una “armonía entre todos los sectores” a la que siempre parece difícil de alcanzar.

Pero las evidencias de estrés en la reproducción de peces por el déficit hídrico y déficit de alimento primario se acumulan, y Roux puntualiza no sólo que debería dictarse la veda de pesca sino avanzar en “monitoreos constantes como para poder evaluar y encontrar el momento justo como para volver nuevamente a la situación de «normalidad»”.

“Hay que pensarlo bien”, sostiene, para luego preguntarse si, en caso de tomarse la medida necesaria, los organismos oficiales de las provincias “tienen los recursos adecuados para controlar que se cumpla”, o si todo el engranaje productivo de una provincia que se mueve con el turismo está en condiciones de ir a un parate total.

Pero se basa en irrebatibles razones biológicas. “Los peces están más vulnerables en todos los aspectos. Vamos a un caso concreto: si el río, en mi zona (Corrientes), tenía 500 metros de ancho y una profundidad media de 5 metros, hoy tiene un ancho de 250 metros y una profundidad de metro y medio. Y en ese volumen de agua están los peces”.

Así además de estar más expuestos a capturas –en Corrientes prima la pesca deportiva que hace al turismo, y en las costas santafesinas la extractiva para consumo y exportación– arrastran el estrés de haber tenido más dificultades de alimentación, que se traducirán en problemas para multiplicarse. “El excedente de la grasa entre las vísceras, cuando pase el invierno, es el que, cuando llegue el “desencadenante del proceso de la reproducción”, se va a transformar en “elementos energéticos que van a ir a formar parte de la gónada del pez”, las glándulas que producen las células y sustancias para poder hacerlo.

El experto explica que no necesariamente vayan a perecer, pero sí “van a estar más expuestos a cualquier situación ambiental”. Y explica que en invierno los peces se “fondean”, es decir que buscan profundidades mayores para adaptarse a la temperatura del agua. “No va a ser tan fácil ahora, porque el río está totalmente reducido en cuanto a profundidad y en cuanto a amplitud”.

Estamos frente a un escenario en el corto plazo en el que tenemos que implementar alguna medida de protección urgente para los peces

A la vista, no hay mejora. “El cuadro se agrava, venimos de un año entero con una bajante extraordinaria y ahora el fenómeno recrudece porque vamos a pasar un segundo invierno en esta situación”, subraya. De ahora en más, añade, hay dos pronósticos: uno benigno, que habla de una tendencia a que la situación se normalice durante este julio, y otro que retrasa ese proceso hasta diciembre.

“Esto nos pone frente a un escenario en el corto plazo en el que tenemos que implementar alguna medida de protección urgente para los peces, porque el ambiente en el que están está demasiado acotado y están con un cuadro de menor reserva energética”.

Ver abajo del agua

El Instituto de Ictiología del Nordeste lleva adelante un programa de monitoreo que ya pasó las dos décadas. Por obviedad pandémica, en marzo de 2020 quedó suspendido, pero con protocolos y permisos se pudo retomar acotado.

Los científicos que lo integran ponen pies en el agua para buscar conocimiento. Y lo encuentran. “Cuatro veces al año, hacemos cuatro sitios de monitoreo, que son Ituzaingó, Itá Ibaté, Puerto Rzepecki y Puerto González. Y el resto del año, es decir los otros ocho meses, hacemos muestreo solamente en dos sitios: Itá Ibaté e Ituzaingó”, explica Roux.

Los recientes mayo y junio pudieron hacerlo, están tabulando los datos y esa información aún no está disponible: “Se está procesando a nivel de laboratorio”. Roux explica que la parte de campo del trabajo consiste en colocar “una batería de redes” de pesca científica usando trasmallos de 3 centímetros hasta 20 centímetros de malla, que se recolectan cada ocho horas.

Las capturas se hacen con una “sistemática”: peso, largo y revisión externa de los peces. Luego, la revisión interna y toma de muestras para analizar. “Toda esa cantidad de datos puntuales de cada individuo es la que se trabaja en laboratorio”.

Manguruyú, el gigante del río marrón.

 

La última campaña terminó el pasado viernes 19 de junio. Y aunque se excusa de no poder hablar de resultados, acepta deslizar algunas percepciones evidentes. “En términos generales –dice–, lo que se observa es que los peces están con un coeficiente de reservas menor al de años anteriores, cuando teníamos el río normal”.

Y explica que si se compara mayo o junio actuales, o de 2020, con los mismos meses de 2016, 2015, o 2014, los peces monitoreados muestran una relación peso/largo mucho menor.

El ambiente en el que viven los peces está en un proceso de estrés, con poca disponibilidad de comida. Ocurre en los meses en los que bajan las temperaturas y necesitan comer vorazmente para acumular grasas, energía que van a utilizar para pasar el invierno y más tarde para reproducirse. Todo está fallando

Por ello, Roux emitió el pedido regional. La situación es la misma en toda la cuenca y empeora hacia el sur. Es que a la altura de Corrientes, la cantidad de especies es apreciablemente mayor: en esa provincia se celebra, por ejemplo, la Fiesta Nacional del Pacú, en Esquina. El pacú (piaractus mesopotamicus) apenas se ve en Rosario –congelado y de criaderos– en pescaderías y algunos supermercados. No siempre fue así. El Museo de la Ciudad cuenta con retratos de pescadores artesanales de principios del siglo pasado o mediados del XIX con esa especie.

Al norte, pesca deportiva. Al sur, frigoríficos y exportadores 

Roux recuerda que “es muy distinto el uso del recurso” en Corrientes y aguas abajo del Paraná. Destaca la presencia en Santa Fe “de los frigoríficos y de las exportaciones”. Allá, lo que prevalece es la pesca deportiva (de hecho es un recurso turístico que generó una industria), mientras que “la pesca comercial es muy reducida”.

“En la provincia de Corrientes, que tiene 720 kilómetros sobre el río Paraná, entre el límite con Misiones y con Entre Ríos, solamente en 93 kilómetros está permitida la pesca comercial. Y hoy en día, desde hace un año y medio, la propuesta de Corrientes es de hacer pesca deportiva con devolución del 100 por ciento”, marca la diferencia con el escenario frente a las riberas santafesinas.

Estresados en agua escasa: los ciclos de los peces y sus ambientes

Roux participó hace poco del webinario “Los Ecosistemas Acuáticos: Crisis y Perspectivas”, organizado por la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales y Agrimensura de la UNNE.

Allí explicó que, para maximizar el éxito reproductivo, un pez de cualquier especie debe repartir sus recursos energéticos en forma adecuada y además debe procurar que su descendencia nazca en condiciones medioambientales precisas.

La estacionalidad con que se produce la puesta de huevos es de vital importancia para el futuro desarrollo y supervivencia de la descendencia.

Para explicar la relación entre la dinámica del río y el ciclo de los peces, Roux detalló que el Paraná es un conjunto de dos elementos que no siempre se tienen en cuenta: el canal principal y el valle aluvial, compuesto de riachos, lagunas y pequeños cursos de agua vinculados al canal principal.

Los peces, a lo largo de vida, necesitan pasar por distintos estadíos que transitan tanto en el valle aluvial como en el cauce principal. La mayoría de las especies hacen migraciones de trayecto corto para alimentarse, y migraciones reproductivas en contra de la corriente para reproducirse.

Para que la reproducción de peces se concrete, se necesita que el cauce principal esté conectado con el valle aluvial, donde los peces pasan las etapas juveniles, encuentran un refugio adecuado y consiguen alimentos y nutrientes. Y eso, “hace algunos años no está ocurriendo”.

Los peces necesitan para reproducirse, además, estímulos fisiológicos, que reciben desde el cerebro y que se desencadenan por eventos ambientales. Los primeros se disparan cuando el pez detecta que los días tienen mayor cantidad de horas luz (fotoperíodo). También, cuando la temperatura del agua aumenta progresivamente y cuando el pez percibe que el nivel hidrológico del río crece.

Van tres años o períodos sin reproducción de peces: los de 2018-2019 y 2019-2020 más el actual 2020-2021 que tampoco será exitoso

El periodo de maduración ovárica empieza cuando el fotoperíodo y el aumento del nivel de agua están presentes. El desove, además, sólo se genera si están las condiciones de nivel hidrológico en aumento. “Si esto no sucede, el animal recibe una orden de reabsorción ovárica y entra nuevamente en reposo”, explicó Roux.

El experto reiteró que las condiciones del Paraná de los últimos tiempos no fueron las propias para disparar los estímulos necesarios para el ciclo reproductivo. Agregó que van tres años o períodos sin reproducción de peces: 2018-2019 y 2019-2020 y el actual 2020-2021 que tampoco será exitoso. Es que los pronósticos apuntan a que no cambiarán las condiciones hidrológicas quizá hasta fines de 2021.

El último periodo de creciente medianamente importante para los peces fue el de 2017. Entre febrero de 2018 y abril de 2018 hubo una creciente, pero cuando ya gran parte de los peces se había reproducido (creciente de invierno).

Todo 2018 fue de aguas bajas, con un leve repunte entre noviembre y diciembre, pero que volvió a caer a principios de 2019. Ese año se registró un periodo de creciente no óptimo para los peces, entre mayo y julio, que incidió poco porque, de nuevo, ocurrió en invierno.

Desde diciembre de 2019 hasta marzo de 2020 se registró una bajante ordinaria, con un leve pico, y desde abril de 2020 hay una bajante extraordinaria sólo interrumpida por leves “picos artificiales” generados por la apertura de represas para facilitar la navegación.

Canción de fuego y hielo

 

“Este tiempo sin crecientes óptimas impacta en el agua donde viven los peces” señaló el investigador, pues hace mucho tiempo que el valle aluvial del Paraná está desconectado del canal principal. Muchas lagunas en el valle aluvial están secas, con aves comiendo restos de peces.

No es todo: a ello se le suman los grandes incendios en el Humedal hacia el sur, precisamente donde la abundancia es menor. Y donde la presión de pesca es mayor.

Roux explicó cómo se estudia el “factor de condición” de los peces: se realiza la apertura de la cavidad celómica del animal y se mira cuánta grasa tiene acumulada alrededor de las vísceras.

En el pandemizado 2020, los investigadores del Instituto de Ictiología hicieron un muestreo extraordinario y encontraron que al abrir la cavidad celómica de los peces muestreados se visualizaban perfectamente todas las vísceras.

“Había reducción de más del 70% de la grasa corporal adecuada o normal, lo que denota una situación de estrés por el déficit hídrico para la época del año” resaltó.

Otro de los ejes del estudio fue el estado nutricional de los peces: se abre la cavidad estomacal y se indaga qué tipo de alimento ingiere en distintas épocas del año, lo que depende del estado del río.

“Vimos que había poca oferta de materia vegetal o detritos, lo que marcaba que había déficit de alimento primario para toda la cadena trófica”, sostuvo Roux.

Así, la bajante histórica no sólo afecta la reproducción de los peces, sino también el estado general del recurso íctico.

Pero se suma algo peor: cuando el rio se conecta con el valle aluvial, penetra donde hay vegetación, y muchas plantas, al quedar sumergidas, entran en un proceso de descomposición. Eso genera alimento natural que, si coincide con el post-desove de los peces, sirve para que sus larvas tengan alimento y refugio. Pero en el sur muchas de esas reservas para el ciclo natural fueron arrasadas por los incendios: en el Humedal, el fuego en la superficie también quema abajo del agua.

Un salvavidas regional
Postal dibujada en la década de 1530 por el lancero Ulrico Schmidl.

 

Hay distintos indicios que permiten inferir que medidas de excepción puedan llegar a tener éxito.

Uno de ellos, expuesto en el webinario, es que no se observó mortandad masiva de peces como suele ocurrir en bajantes cuando se desconecta el valle aluvial del canal principal.

La explicación que postulan los científicos es que no pasó porque en estos últimos años el río fue reduciendo el nivel en forma constante y los peces fueron acomodándose lentamente, encontrando lugares donde tenían un hábitat de mayor profundidad. Cuando se produjo la desecación de las lagunas en el valle aluvial ya no había tantos allí.

Además, en los muestreos, los investigadores toman dos indicadores base: la biodiversidad, que es la cantidad de especies capturadas (por ejemplo si hay una especie predominante o la muestra es homogénea), y también la cantidad de individuos.

A medida que se va hacia el sur por el Paraná, disminuye el número de especies ictícolas

Del trabajo en las costas correntinas, un becario del Instituto analizó con paciencia los muestreos de una década y media –2000 a 2015– de especies capturadas entre Ituzaingó y Paso de la Patria. En ese período, registraron 275 especies. En esa zona, el total histórico ronda las 300 especies, de la cuales sólo unas 20 o 25 son las que llaman “especies blanco”. Son las que tienen interés deportivo y comercial, el llamado “recurso pesquero”. Pero para el interés científico, al estudiar fauna íctica del Paraná, “todas las especies son importantes, porque una depende de la otra”, aclara Roux.

 

A medida que se va hacia el sur, disminuye el número de especies. “La posibilidad de que se esté por agotar alguna especie o que esté en peligro de extinción no existe por ahora. Tenemos un río saludable”, aclara Roux para ahuyentar conclusiones apocalípticas.

Recuerda que, más allá de la actual situación extraordinaria de bajante, hay especies que tienen ciclos anuales, otras bianuales, y otras de cuatro o cinco años.

“Manguruyú siempre hubo pocos, porque es la característica de la especie”, ejemplifica sobre el mayor pez de agua dulce del país (zungaro zungaro). Lo mismo aclara sobre los armados, que en un año pueden abundar y en otro no: “Tienen esa modalidad, de que hay abundancia cada dos o tres años”.

Y juega el espanto: “Hay especies que han dejado de estar en un ambiente, pero eso no quita que en otro estén presentes y en buenas condiciones”, vuelve sobre “el ejemplo típico del pacú”.

Dicho de otro modo, medidas de protección excepcionales para una situación excepcional pueden resultar virtuosas.

No sólo para que el Paraná siga siendo saludable, sino para poder repetir aquella postal dibujada en la década de 1530 por el lancero Ulrico Schmidl, quien en aquella época, todavía previa al exterminio, dibujó a aborígenes timbúes cocinando un pescado a la parrilla.

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