Coronavirus

Crónicas de cuarentena

Vacunas para todos y todas para ir al encuentro de los abrazos perdidos

El anuncio del presidente Alberto Fernández sobre la inminente adquisición de una importante remesa de vacunas rusas vino a reforzar las expectativas en torno al final de la pandemia, y recrudece la ilusión de recuperar los abrazos perdidos


Elisa Bearzotti

Especial para El Ciudadano

Las notas veraniegas de los primeros días de noviembre llegan con una cuota de esperanza incluida. En nuestra ciudad, las noticias indican una caída del nivel de contagios y una leve mejoría de la situación epidemiológica. Si bien las autoridades se resisten a descorchar el champagne y ya comenzaron a advertir sobre la necesidad de que las reuniones para celebrar las fiestas navideñas no sean multitudinarias, lo cierto es que el número de contagiados y fallecidos se va achicando día a día, a contramano de lo que está ocurriendo en el Hemisferio Norte.

Esta situación parecería avalar la teoría de que la cepa del covid-19 se comporta con la lógica de otros virus respiratorios, que tienen un efecto estacional y disminuyen su peligrosidad durante el verano. Por otra parte, los días cálidos cuentan con la ventaja de permitir las reuniones en espacios abiertos donde, sabemos, la reproducción del virus es más difícil. La contracara es el hábito que adoptamos no hace tanto tiempo de climatizar artificialmente espacios cerrados con la ayuda de los aparatos de aire acondicionado. Dado que se ha detectado que el virus también se trasmite por aerosoles, es decir puede permanecer en las partículas suspendidas en el aire, este verano su uso estará prohibido en los lugares públicos. Por lo tanto deberemos olvidarnos de la bocanada de aire fresco que nos devolvía la vida cada vez que entrábamos a un bar, al banco o a un comercio durante las agobiantes jornadas del verano rosarino… Aparentemente, los viejos y queridos ventiladores de techo otra vez tendrán su agosto… o su diciembre, confirmando lo que dicen los apóstoles del bienestar autocomplaciente: “Todo vuelve”.

Pero esta semana, las ilusiones en torno al final de la pandemia se vieron reforzadas gracias a otra buena nueva: el anuncio de Alberto Fernández sobre la inminente adquisición de una importante remesa de vacunas rusas. Hace apenas unos días el presidente indicó que Argentina adquirirá 25 millones de dosis de la vacuna rusa Sputnik V en dos tandas: diez millones llegarán en el mes de diciembre y el resto –15 millones de dosis– en la primera quincena de enero del 2021, dado que esta vacuna debe administrarse en dos inyecciones con 21 días de diferencia. La vacuna, que aún transita la Fase 3 de investigación y está financiada por el gobierno ruso, fue desarrollada en 2015 para tratar el Ébola en África, habiendo superado en esa oportunidad todas las fases de ensayos clínicos, y con la cual se logró derrotar la epidemia de esa enfermedad en 2017.

Según aseguró el presidente: “En la Argentina la campaña de vacunación comenzaría en el mes de diciembre, iniciando el proceso de inmunización en las poblaciones más vulnerables”. Para avanzar con el trámite de acceso y distribución de las dosis, la semana pasada el Senado de la Nación convirtió en ley el proyecto que declara de Interés Público la investigación, desarrollo, fabricación y adquisición de vacunas contra el covid-19, iniciativa que fue aprobada por 56 votos a favor y 12 en contra. Respondiendo algunas críticas sobre la oportunidad de establecer una relación comercial con Rusia, Fernández indicó: “Nosotros no le preguntamos a nadie qué ideología tiene la vacuna, nosotros preguntamos si salva la vida de los argentinos”. Además, anticipó que se reuniría con el ministro de Salud, Ginés González García, y la secretaria de Acceso a la Salud, Carla Vizzotti, para comenzar a delinear el programa de vacunación que se implementará, asegurando que la aplicación será gratuita y tendrán prioridad los grupos de riesgo.

En este sentido, ya comenzaron a hacerse oír las voces de los opinadores seriales “siempre no” y los antivacunas, una raza abonada a las teorías conspirativas sin fundamentos diseminada en todo el mundo. Ante la situación, el ministro de Salud Ginés contradijo al presidente y adelantó que la vacunación no será obligatoria, sino que “trabajarán intensamente para convencer a la población sobre la importancia de inmunizarse” contra el coronavirus, sin que sea parte del calendario obligatorio. Enseguida, Carla Vizzotti, la secretaria de Acceso a la Salud, salió a aclarar: “En la Argentina hay un marco legal que es la ley de Vacunas, y eso implica que la vacunación es gratuita porque es un signo de equidad, por lo cual el Estado nacional provee las vacunas para garantizar el acceso a toda la población; y es obligatoria porque es un bien social que está por encima del beneficio individual. Si yo decido no vacunarme puedo enfermarme yo y también propagar una enfermedad con una capacidad de transmisión altísima”.

Todo esto viene a cuento porque, claro, la virtud de una vacuna se encuentra en la acción colectiva que garantiza una barrera inmunitaria de alto nivel… si los contagios se siguen multiplicando, las vacunas pierden su eficacia. Pero en un mundo tan individualista y crecientemente anárquico como el que habitamos, no resultará fácil encauzar las aguas hacia la aplicación de un dispositivo que nos iguale y nos proteja, y quizás nos permita recuperar la vida que hemos perdido en este 2020.

Por lo pronto, yo espero con ansias que llegue el momento de inocularme la vacuna para recuperar afectos, reuniones, abrazos, risas, encuentros. Y hago votos para que el milagro de la evolución científica nos ayude a destronar al monstruo de siete cabezas que, cual Atila posmoderno, no para de sembrar muerte y destrucción en cada rincón del planeta. Aunque me digan no. Aunque pretendan hacerme caer en la grieta.

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