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Una visita a los singulares baños franceses

Por Ricardo Caronni, desde Ginebra

Quizás el lector recuerde mis reflexiones sobre Jorge Luis Borges, en estas mismas páginas y desde aquel filosófico lugar de mi casa: el baño. No es que se trate de una extravagante perseverancia. A veces se me ocurren buenas ideas sin Borges y fuera del baño.

Pero hoy vuelvo a la carga sobre el lugar, ya no como consecuente usuario-filósofo (¿y quién no lo es?), ni siquiera como auténtico connaisseur (conocedor) sino como simple visitante, estudioso free-lance de usos y costumbres, de mirada objetiva. Uno se otorga ese derecho porque pasó una temporada bastante larga sobre distintas zonas del planeta como para entender un poco sobre cómo son los baños de este mundo. Con todo, hoy la sesuda reflexión se circunscribe a los baños franceses, que vivo en directo diariamente.

Uno está acostumbrado, en la Argentina, a que aun en la más sencilla de las viviendas, en un cuarto de baño, hay dispuestos varios artefactos sanitarios, a saber: un lavabo, una bañera o lugar para la ducha, un bidet… y el inodoro. Lo elemental, más allá o más acá de los lujos y otras ornamentaciones que la imaginación y el dinero puedan aportar. Es decir, lo que uno supone que es lo elemental y sobre todo, lo práctico. ¿Qué es lo práctico? Que todo esté a mano para cumplir con sus fines, aun rotativamente, si fuera necesario. No creo que sea el caso de desarrollar con más amplitud lo que entendemos por rotación; pasar de un artefacto al otro según nuestras necesidades. Que sobrevienen en forma y orden de aparición aleatorios.

Ahora viene lo difícil de decir sin caer en lo escatológico, donde todo se puede entender tan rápida y claramente. Porque resulta que en la inmensa mayoría de los baños franceses el inodoro está separado, en habitación aparte, del resto de los artefactos. Un sucucho habría que decir, en general. A tal punto, que el eufemismo para designar el lugar es “petit coin”, o sea, rinconcito. Decíamos que el tal “petit coin” está aislado de todo el resto de los artefactos. Sí, también del bidet. Aun en los departamentos más modernos es difícil escapar de esta discriminación sanitario-excluyente. El closet, el WC, si tiene suerte –cosa que le ocurre sólo pocas veces– tiene la compañía de un minúsculo lavabo. En la mayoría de los casos, ni eso. Además, por si todo fuera poco, casi siempre los minúsculos WC solitarios, están ubicados inmediatamente al lado de la puerta de entrada de la casa! Si por lo que fuera tenés que lavarte las manos… ¡Déjenme escribirlo, por favor! Terminaba en “…gaste”, pero cambié de idea. Si por muy variables motivos tenés que lavarte las manos, vas a tener que hacerlo con el agua del inodoro. Sí, porque no te quedará otra (habrás tirado antes la cadena, se entiende). O tendrás que salir de donde estás con tus manitas de plata y pasar a la “salle de bains” –si es que no está ocupada– para usar el lavabo que allí sí hay. Porque para eso, donde está el inodoro –es le closet– y, donde está la bañadera es “la salle de bains”, la sala de baños. Pero eso no es todo. La famosa salle de bains, en múltiples ocasiones ni siquiera está al lado del closet. Puede estar enfrente, del otro lado del salón, y tendrás que pasar entre la gente que haya, cuidando que tus manos no se encuentren con la de alguno que busca estrechártelas para sellar el encuentro. O puede estar en cualquier lugar de la casa, ni siquiera necesariamente cerca del dormitorio. O sea que hablar de un baño “en suite” es un invento que seguramente NO es francés a pesar de su nombre. Y si lo es, su inventor es quizás algún descolgado extranjero que nada entiende de para qué están hechos los baños rigurosamente parcelados. En el closet, que como está dicho, es en general un lugar estrecho, levemente mayor al ancho del inodoro, sólo hay papel. Si no hay lavabito, de toalla ni hablar. Todo lo que ocurra será entonces, entre tú y “él”. “Él” es el omnipresente papel higiénico.

No te creas ni por un instante que esto se termina aquí. Preparate que viene otra buena. El bidet –si existe, lo que no es nada frecuente– está en la “salle de bains”. ¿Te gustó? Al lado del lavabo y de la bañadera está el bidet. En divorcio contencioso absoluto del inodoro, que está bien lejos, en el “petit coin”, el sucuchito con el tristísimo inodoro solitario. Muchas veces ese raro bidet, como digno heredero de la palangana que es, se debe llenar, poner el tapón, o viceversa mejor dicho, y a mover las manitas ahí adentro. En general, NO tiene ni ducha NI canilla horizontal. Esto último, reconozcámoslo de una vez por todas, es lo mejorcito que se ha inventado después de las naves espaciales. Pero eso, sólo para el uso que le das al bidet en tu caso. Porque se viene otra, ya perdí la cuenta. En ese bidet-palangana con tapón, generalmente se lavan los pies o se hacen “baños de pies”. Es la “salle de bains”, ¿recuerdan? Amplío información vía anécdota de la vida real. Una señora –dije bien, una señora– a quién fuimos a visitar, nos explicó con mucha claridad que había sacado el bidet de la salle de bains para darle espacio al lavarropas. “¿Total para qué sirve?”, abundó la señora. “Una puede lavarse en la bañadera”. Los pies, se entiende. ¿Qué otra cosa usted se vino lavando en el bidet, sin siquiera sospechar su correcto uso? Y conste que “bidet” también es una palabra francesa. Bidet, en suite… Términos franceses de pura cepa, si los hay. Si a esta altura usted –o vos, en el fervor ya me confundo– no entiende nada, yo tampoco entiendo nada. Porque ninguna de las dos cosas se aplica para lo que presumiblemente fueron creadas en el propio país de su presumible invención. Y todo este condicional repetido es porque a uno lo asaltan terribles dudas.

¿Habrán sido ellos los verdaderos inventores o los habrá traído Napoleón en algunas de sus campañas europeas y aún los franceses no le han encontrado la vuelta?

Y la ducha. En sí misma, la ducha fija NO existe. Usted tiene que confeccionarse una ducha colgando “el teléfono” en alguna fijación –siempre floja o baja o simplemente inadecuada a sus posibles fines– y andar gambeteando en la bañadera hasta embocar la lluvia o adosándose a la pared o sosteniéndola con una mano mientras se enjabona con la otra. Así de fácil.

Porque como está dicho, el lugar se llama “salle de bains” y no “salle de douches”. Entonces, para hacer lo que corresponde, “tomar un baño”, usted debe llenar la bañadera, sumergirse, llenarla de jabón o simplemente enjabonarse, los pies, las axilas, etc., todo dentro del mismo agua, sentado dentro de la bañadera llena de agua, y, supongo, porque confieso que no soy practicante, pararse en el recipiente con el agua hasta las pantorrillas, para enjuagarse con el telefonito, si es posible sin salpicar todo el baño. Porque las cortinas de baño no abundan. Y eso se entiende: ¿adónde quedaría el erotismo de las películas en que la chica se baña en la bañadera llena de espuma con una cortina de baño de nylon enrollada con dibujos de pescaditos? Pero sigamos con lo nuestro, que no es momento de mezclar el depurado arte del cine francés con la “salle de bains”. Al fin y al cabo, ¿en cuántas películas francesas hay chicas bañándose todo el tiempo? Es usted el que acaba de tomar un baño en la salle de bains. Ahora vacíe la bañadera y límpiele la pequeña grela que queda en los bordes, que nunca sabrá si es suya o de lo que sobró de jabón. No piense en que los que lo han precedido en “tomar su baño” y no se han preocupado en limpiar la bañadera. Es tarde para eso. Quizás sólo le surjan oscuras ideas de venganza, no limpiándola a su vez. Olvídelas. El racionalismo lo protege. Usted está decretado “déjà baigné” (ya bañado). Y eso es lo que cuenta. Usted cumplió bien racionalmente con el concepto de “salle de bains” y de “tomar un baño”. Que quede bien claro que higienizarse y ducharse haciendo correr el agua jabonosa impregnada de su transpiración, de la grasitud de su cuerpo y de sus viejas células epidérmicas, son cuestiones de la realidad que molestan a la pureza racional del concepto.

No le cuento de las “lavettes”, –no hace falta traducir– trapitos de toalla en forma de mitones con el que usted puede lavarse “como el polaco” (Si no sabe, pregunte. Empieza por “las patas” y termina en rima con “los sobacos”), parado sobre una alfombrita frente al lavabo. Es su opción y nadie se la negará porque para eso existen las lavettes en venta hasta en los súper. Y como también es racionalmente lícito utilizarlas sumergido en el agua jabonosa de la bañera usted podrá frotarse con eso –como cuando limpia el auto con un trapo– en la “salle de bains”, sin temor al escarnio público. Aproveche esta licencia y engañe a sus amigos; no notarán que usted ni se ha bañado ni ha tomado una ducha artesanal en la “salle de bains”. Sólo los engañará por unos días, eso es cierto, pero algo es algo. Pensaba terminar la ducha aquí, pero vio que en una ducha siempre queda algo para mejorar. Vuelvo a la señora que eliminó el bidet para darle lugar al lavarropas. Ahora la entiendo mejor y merece una pequeña reivindicación. Si se da el caso, antes de usar el telefonito –¡el duchador, caray!– en la casa de ella para tomar usted su ducha, antes haga correr bastante el agua del citado duchador.

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