Mundo Laboral

Una verdadera CGT de los obreros

El 1º de mayo de 1968 la CGT de los Argentinos, cuya dirección había expuesto en declaración jurada y hecho públicos sus bienes personales, lanzaba su gran programa político, llamado “Mensaje a los trabajadores y al pueblo argentino”. El texto establece los pilares de la clase obrera argentina


“Tiembla el gobierno: la CGT lanzó duras medidas de fuerza. Todos los sábados y domingos habrá paro en los bancos. Todos los lunes habrá paro de peluqueros”. La broma, de evidente raíz porteña, cierra con una huelga general cada madrugada, todos los días: el escenario son los subterráneos de la ciudad de Buenos Aires y el horario es cuando ese medio de transporte, único en el país, permanece sin actividad. Es sarcasmo, pero a la par enuncia una realidad y una interna gremial que se pusieron al rojo vivo cuando una medida equiparable surgió de la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte. La Catt, una de las organizaciones más poderosas del sindicalismo nacional actual, al reunir a buena parte de los gremios del transporte por tierra, agua y aire de mercaderías y personas, dispuso cese de actividades de aquí en más para cada día feriado, comenzando por este 1º de mayo, Día de los Trabajadores. “No me parece serio. No trabaja nadie ese día, no entiendo qué quieren plantear”, los acicateó el más reconocido de los dirigentes del transporte, el camionero Hugo Moyano, quien en paralelo fogoneaba un verdadero paro general para un día antes, en fecha laborable.

Al tándem camionero de padre e hijo, Hugo y Pablo, y su Frente Sindical para el Modelo Nacional, que aglutina a gremios combativos de la CGT y sumó a industriales y de servicios diezmados por el modelo económico como los mecánicos de Smata y los conductores de trenes de La Fraternidad, se les acoplaron otros, entre ellos la Corriente Federal de Trabajadores, con el bancario Sergio Palazzo a la cabeza y la CTA de los Trabajadores, que lidera el maestro Hugo Yasky. Y también se arrimaron las dos fracciones de la CTA Autónoma, la del estatal Pablo Micheli y la de la calle Perón, con el visitador médico Ricardo Pedró al frente. El fuerte remolino de aguas también arrastró a unas 70 de las 80 regionales de la CGT, incluida media docena de Santa Fe, que le terminaron de dar legitimidad y escala a la medida de fuerza propuesta. Lejos, a distancia ya inexplicable, quedó la mesa chica de la CGT, sobrepasada también por no pocas seccionales de los gremios que lideran sus integrantes, que resolvieron plegarse a la huelga. Es en el interior, le hicieron saber a sus conducciones por los vasos comunicantes internos, donde más se está padeciendo “el camino” elegido por el gobierno, cuyos resultados habían sido anticipados por un puñado de sindicatos desde el primer día de apertura de importaciones, aumento de tarifas, endeudamiento externo y desguarecimiento del mercado interno.

Desmoronamiento anticipado

Aquellos pronósticos, que tenían más de precisión matemática que de estimación o conjetura, habían surgido cargados de historia y tenían con qué contrastar la retahíla publicitaria oficial, pero no los medios. La pobreza cero, el segundo semestre, los brotes verdes, la lluvia de inversiones, la inflación de un dígito y los 3.000 jardines de infantes se impusieron y multiplicaron como eslóganes. Cuando comenzaron a fallar llegaron otros menos benévolos, como el sinceramiento tarifario, la necesidad de pagar la fiesta, la decisión de frenar el despilfarro, las tormentas. Y cuando estos tampoco se verificaron en la realidad, la cubierta de la nave insignia oficial enunció seguridad personal y lucha contra la corrupción como estandartes, ahora bajo sospecha, y no sólo por ineficacia. Sí tuvo precisión, por el contrario, el calendario de desmoronamientos anticipado por sindicatos y seccionales que endurecían su nivel de protesta y movilización a fuerza de perder afiliados, las más de las veces por goteo, ocasionalmente de un saque. Hasta ahora, cuando ya se verifica en toda su dimensión creciente el efecto de políticas objetadas desde el vamos, y son comerciantes, empresarios, profesionales y cooperativas los dejados exangües por un rumbo que incumplió su primera y central premisa: “No vamos a cambiar las cosas que se hicieron bien”, prometió y comprometió el presidente Mauricio Macri. En la otra fortificación, los sindicatos que habían contrapuesto desde el vamos la propaganda oficial con sus propios equipos técnicos, centros de estudio y usinas de pensamiento iban agrandando plazas y hospedando a dirigentes que vienen batiéndose en retirada, imposibilitados ya hasta de cumplir la premisa de reducir daños en lugar de confrontar. Históricamente dividido, el sindicalismo argentino vuelve a inclinar la balanza del número, este 1º de Mayo, hacia las huestes que, con intermitencias, conservaron la más arriesgada tradición de resistencia y lucha. La que tuvo uno de sus máximos hitos hace 41 años, en el trazado de una línea estratégica: el Documento del 1º de Mayo de 1968 de la CGT de los Argentinos.

Con los dirigentes a la cabeza

“Sepan ustedes que la Revolución Libertadora se hizo para que en este bendito país el hijo de barrendero muera barrendero”, les espetó el contralmirante Arturo Rial a dirigentes de la CGT el 25 de septiembre de 1955, nueve días después del golpe de Estado que derrocó al presidente Juan Domingo Perón. Anunciaba así una ofensiva contra las conquistas laborales que se llevaría puesto incluso a quien iba a recibir a los presentes, el general golpista Eduardo Lonardi: su proclama “Ni vencedores, ni vencidos”, se iba a ir con él poco más de seis semanas después. Pero la revancha tampoco se acotó a la abierta dictadura que le seguiría, con el general Pedro Aramburu y el almirante Isaac Rojas al frente. Fue, en cambio, el inicio de un enfrentamiento que se mantuvo por años, trascendiendo al propio y autodenominado “presidente de facto”. Dirigentes encarcelados, sindicatos bajo asedio, huelgas, tomas de fábricas, sabotajes, barricadas irían marcando una época con una palabra clave: resistencia. Cuatro años después del golpe se producía la toma del Frigorífico Lisandro de la Torre, donde trabajaban nueve mil obreros y obreras de la carne, contra la privatización dispuesta por el entonces todavía novel presidente Arturo Frondizi. Y dos años más tarde, en 1961, eran los ferroviarios quienes llevaban adelante una huelga de 42 días contra el levantamiento de cuatro mil kilómetros de ramales, el cierre de talleres y la privatización de servicios auspiciada por el general estadounidense Thomas Larkin, “colaborador” del plan de transporte a pedido del ministro de Hacienda, Álvaro Alsogaray. Si bien las dos grandes luchas sindicales de fines de los 50 y principios de los 60 llegaron a ser emblemáticas, distaban de ser las únicas en una intermitencia de golpes militares y gobiernos civiles condicionados, con el gran actor político de masas vinculado al movimiento obrero, el peronismo, totalmente proscripto. La dictadura había impulsado elecciones sindicales y un congreso normalizador de la CGT que pondría fin a la intervención del capitán de navío Alberto Patrón Laplacete. Pero todo falló: en el congreso normalizador de 1957 habían quedado, de un lado las 32 Organizaciones –que con respaldo oficial también se dieron a conocer como “los 32 gremios democráticos”–, y por el otro el ala mayoritaria, las 62 Organizaciones, donde confluyeron peronistas y comunistas, entre otras corrientes. Parte de la izquierda se apartaría después con “los 19”, pero el otro sector iba a atravesar las seis décadas de existencia como “las 62”, precisamente los años que está a punto de cumplir la histórica organización. Ya para entonces, una nueva generación de dirigentes sindicales que había llegado a ver como natural las jornadas de ocho horas, el aguinaldo, las vacaciones pagas, la atención de su salud y el acceso a la jubilación por sus aportes y el recibo de sueldo que permitía acceso al crédito, se plantaba en defensa de esas condiciones. Se habían curtido en la pelea junto a viejos dirigentes que habían transitado décadas sin esas conquistas. Todos buscaban retomar el control de sus organizaciones gremiales, pero algunos elegían la vía del acuerdo mientras para otros no había más camino que la lucha. Pero unos y otros volvían a coincidir en que el movimiento obrero debía ir por más: debía ocupar espacios, desalojar a la dictadura y ofrecer un programa político. La dictadura había llamado a una convención constituyente; el movimiento obrero convocó a un “plenario nacional de delegaciones regionales de la CGT y las 62 Organizaciones”. Y de ese plenario, en La Falda, Córdoba, el 30 de noviembre de 1957, salió el primer Programa de la CGT, con lineamientos de gobierno en los aspectos, políticos, económicos, sociales y diplomáticos.

Día de los Trabajadores

En los años que siguieron, ni las luchas ni la tómbola numérica se agotaron. Caída la dictadura –pero no las proscripciones ni la tutela al poder político–, la CGT llevaba seis años de intervención cuando el gobierno frondicista intenta abrir un paraguas de pacificación devolviéndola a sus legítimos dueños. Así llegaría en 1961 la comisión de “los 20”, diez gremios elegidos por las 62 Organizaciones y otros tantos por los ya llamados “Independientes” para tratar de normalizar la CGT. Pero el congreso normalizador tendría lugar tras años de coordinar en tándem. Y en junio de 1962, a tres meses de un nuevo golpe que desconoció los resultados de las elecciones, impidiendo la asunción de un aluvión de candidatos obreros, las 62 Organizaciones lanzan un nuevo programa, también desde Córdoba y de una localidad vecina a La Falda: Huerta Grande. Si el de 1957 tenía 28 puntos en tres capítulos, el entretejido un lustro después concentraba sólo en 10 puntos una línea de acción similar. El programa llegó al congreso cegetista y se impuso como meta un plan de lucha a gran escala, en cinco etapas y con un bienio por delante. Millones de trabajadores se movilizaron entre 1963 y 1965: “Ocupación por 3.913.000 trabajadores de 11 mil establecimientos en las dos etapas del plan de lucha”, diría el Boletín Informativo cegetista en 1964. El enorme despliegue tuvo costos internos, y la CGT volvió a fracturarse. Y un nuevo golpe de Estado derrocó al asediado interregno del presidente radical Arturo Illia.

Así llegaron los sindicatos duros y los blandos a una nueva dictadura, esta vez encabezada por el general Juan Carlos Onganía. Y a otro congreso normalizador, el 30 de marzo de 1968, cuando nuevamente los uniformados intentaron cooptar a la CGT. Y a un nuevo fracaso: sin la participación de las huestes del Lobo de los sindicatos, el metalúrgico Augusto Vandor, y con la derrota numérica de los entonces llamados “participacionistas”, el gráfico Raimundo Ongaro fue ungido titular de la CGT, que se volvió a quebrar en ese mismo acto. En el mes que medió entre el congreso normalizador y el Día de los Trabajadores, la naciente y mayoritaria estructura acuñó un nuevo modelo sindical, nunca antes visto. El viejo Boletín Informativo pasó a ser un semanario, con una redacción de periodistas profesionales; el secretariado convocó a asesores de la Universidad Pública para ampliar su radio de acción; los gremios integrantes se abrieron a expresiones culturales, artísticas, musicales. La CGT de los Argentinos decidió librar su batalla en todos los terrenos y en todos los lugares. Y su primer mensaje a la dictadura fue transparente: “No queremos cambiar un general por otro general, queremos cambiar un general por la voluntad del pueblo”. Y el 1º de mayo de 1968, hace 51 años, la CGT, cuyos miembros de dirección habían expuesto en declaración jurada y hecho públicos sus bienes personales, lanzaba su tercer y último gran programa político, que era a la par una declaración y una convocatoria: su “Mensaje a los trabajadores y al pueblo argentino”. El texto, que recorre, describe y sintetiza la situación de los trabajadores de la Nación, establece los pilares de la clase obrera argentina, entre ellos “el derecho a intervenir, no sólo en la producción sino en la administración de las empresas y la distribución de los bienes”; la pertenencia a la Nación de los sectores básicos de la economía con el reclamo de que “el comercio exterior, los bancos, el petróleo, la electricidad, la siderurgia y los frigoríficos deben ser nacionalizados”; la advertencia de que “los compromisos financieros firmados a espaldas del pueblo no pueden ser reconocidos”; que los monopolios “deben ser expulsados sin compensación de ninguna especie”; que “sólo una profunda reforma agraria” hará efectivo “el postulado de que la tierra es de quien la trabaja” y que “los hijos de los obreros tienen los mismos derechos” de acceder a la educación que los que “hoy gozan solamente los miembros de las clases privilegiadas”.

La huelga general contra la dictadura

Faltaba todavía un año para que las grandes revueltas populares, entre ellas el Rosariazo, con sus dos expresiones, en mayo y septiembre de 1969, pusieran en jaque a la dictadura. Y dos para que la réplica del poder militar fuera la intervención de los principales gremios que integraban la CGT de los Argentinos y encarcelara a sus dirigentes. De ese tiempo dejó testimonio el artista Ricardo Carpani cuando retrató al gráfico bonaerense Ongaro junto al lucifuercista cordobés Agustín Tosco, ambos con sus manos en los barrotes.

Dispersada, la central obrera pasó a otras formas de lucha pero el péndulo pasaría a otro plano, con el surgimiento de organizaciones armadas y el regreso definitivo de Perón tras 18 años de forzado exilio. En una Argentina convulsionada, una nueva conspiración ya estaba en marcha, y terminaría bañando de sangre el país. Y nunca más habría otro programa político integral forjado desde el movimiento obrero, a excepción de los 26 Puntos durante el gobierno de Raúl Alfonsín y, antes, del angustiado y heroico llamado de resistencia a la última dictadura, cuando con dirigentes, delegados y trabajadores asesinados o desaparecidos, y en los mejores casos encarcelados o exiliados, herederos de la historia sindical, conocidos como “los 25” o CGT-Brasil, encabezados por el cervecero Saúl Ubaldini, plantaron la primera huelga general contra la última dictadura el 27 de abril de 1979, de la que se acaban de cumplir 40 años.

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