Espectáculos

Crítica cine

Una traición que acecha frente al descubrimiento del deseo sexual

El realizador argentino Marco Berger vuelva a subir varios escalones con “El Cazador”, una película necesaria que pone en debate de manera sutil e inteligente la complejidad de la pornografía infantil, y que este jueves a las 22 se conocerá en Cine.ar TV   


Despejar cierta oscuridad que a lo largo de la historia ha teñido la sexualidad cuando pone distancia de la heteronormatividad es la decisión que de algún modo funda y sostiene el cine del prolífico y talentoso realizador argentino Marco Berger, un cineasta que hace cine de autor y que pone a funcionar en cada una de sus películas su inteligencia, sutileza y sensibilidad para contar historias que otros no cuentan.

Con una decena de films en el haber y con un vasto reconocimiento en festivales internacionales donde es bastante más conocido que en el propio medio local, Berger estrena este jueves a las 22 en Cine.ar TV (también estará disponible en Cine.ar Play), por la contingencia de la pandemia y la cuarentena, su nueva película, El Cazador, un material que no elude en su complejidad la cuestión sexual habitual de sus películas, pero que se mete con los peligrosos vericuetos de la pornografía infantil.

Escrita por el mismo director a partir de un caso real acontecido cuando arrancaba el siglo, y atento a la disponibilidad de ese tipo de materiales en la web, la película desanuda poco a poco el conflicto que se plantea a partir de una especie de traición que parecería embestir al deseo cuando un adolescente descubre y afronta su elección sexual.

El protagonista de esta historia es Ezequiel (un deslumbrante trabajo del debutante Juan Pablo Cestaro), un adolescente que de manera temprana descubre su homosexualidad, algo que pareciera dejarlo afuera de su propio entorno y por lo mismo se termina cruzando con El Mono (el actor y trapero Lautaro Rodríguez), un skater que ya pasó los 20 y que de inmediato se vuelve su objeto de deseo, sin siquiera imaginar lo que disparará ese encuentro que se volverá agridulce y desafiante.

Unos padres de viaje, un fin de semana en la casa de un supuesto tío del Mono al que llaman El Chino (Juan Barberini) y la presencia constante de un mar de preguntas que atraviesan el imaginario de Ezequiel conforman el cuerpo de esta verdadera obra maestra dentro del cine de un director al que el medio local deberá prestar más atención.

Berger, como ya lo ha demostrado, puede sostener los climas y las situaciones gracias a que, además de contar historias interesantes y con sustento dramático, es un gran director de actores a los que en principio descubre, pero luego provoca para encontrar lo que busca en esos personajes, y sobre todo, finalmente acompaña magistralmente con su cámara que pareciera meterse en los lugares a los que otros realizadores y realizadoras no se animan o desconocen, y por lo mismo le temen.

Singularísima mezcla entre los elementos del drama y las invariables estrategias del thriller psicológico, en la trama de El Cazador también se ponen en juego los límites de la confianza y particularmente la ética como un valor subsumido en el desarrollo de determinados vínculos o elecciones sexuales que algunos sectores rancios de la sociedad siguen viendo por fuera de una supuesta “normalidad” que claramente no existe como tal.

Siempre muy seguro de sus apuestas, Berger, a diferencia de otros films de su vasto recorrido como pasa con los más recientes Taekwondo o Un rubio, pareciera trazar con este nuevo trabajo un puente con Ausente, donde como en éste, se valía de algunos recursos que, incluso, le pertenecen al cine de terror-suspenso, lo que demuestra además que el cineasta no se encierra en el drama de época o la comedia dramática que prevalece en gran parte de su filmografía sino que siempre es el género el que se vuelve funcional a las necesidades de su relato.

Tanto es así, que en este complejísimo desafío, y a diferencia de su atinado riesgo a la hora de mostrar cuerpos desnudos y escenas de sexo en trabajos anteriores, sin los remilgos ni los eufemismos propios del cine argentino, aquí lleva todo a un límite sin transgredir la delgada línea de la sugerencia, abriendo también otra fuga en relación con los interrogantes que ponen aún más en valor el material y que, entre más, tienen que ver con la falta de diálogo en el entorno familiar y el aún distante contexto social que sigue mirando de reojo a este tipo de problemáticas y poniéndolas por fuera de sus debates aceptados o necesarios.

Todo lo demás es una forma de provocación que se sustenta en los detalles, en el color, en los climas y en la música incidental. Pero sobre todo en lo sinuoso, en los primeros planos que incomodan, y en esa especie de bosque oscuro de la confusión que aparece y que se esfuma en algunos momentos del film como el humo de un cigarrillo que se fuma en una oscuridad que aterra o como esa necesidad de decir hasta lo que parece innombrable o imposible.

Comentarios