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Una solución transitoria (segunda parte)

Por: José Alejandro Silberstein

En la colaboración anterior hice una primera aproximación al tema del divorcio. Debido a la falta de espacio parte de lo escrito quedó en el tintero. Hoy espero finalizar con mis reflexiones.

Un aspecto del divorcio que requiere ser pensado es la probabilidad de casarse con la misma persona y que en un tiempo determinado los viejos conflictos vuelvan a emerger. Este es un punto clave que no debe ser dejado de lado. En última instancia como escribió Freud el encuentro del objeto humano en realidad es un reencuentro.

Otra idea que debería adquirir la relevancia necesaria es la siguiente: nada es para todo el mundo. Esto incluye el matrimonio, experiencia compartida pero creada para gente adulta. ¿Qué significa esto último? Simplemente que la gente contrae matrimonio sin saber que es lo que está haciendo. Porque siempre existen dos tipos de contratos, uno ellos consciente, pero hay otro contrato que es inconsciente y que juega un papel cardinal en la elección del cónyuge.

La gente se casa por una serie de motivos dentro de los que se incluyen, el miedo a la soledad, la presión social, un embarazo o por un arreglo entre los padres.¡ah! Y también el enamoramiento. Pero ¿a que clase de amor nos estamos refiriendo? Es una buena pregunta….sugiero que está teñido de fantasías inconscientes, narcisistas e infantiles donde la persona es amada siempre y cuando se amolde o cumpla las expectativas de su pareja. Esto es un punto central porque inconscientemente cada uno de los integrantes hará intentos para atraer al otro para que encaje en un rol previamente concebido y este traslado irá borrando las diferencias, hasta que dejen de ser dos personalidades independientes para constituirse en un sistema diádico narcisista, colusorio o simbiótico.

Incapacitados para enfrentar los hechos de la vida que desarman el ideal romántico (los sueños deberán ser dejados de lado debido a presiones laborales, situaciones financieras, los hijos y así sucesivamente) marido y mujer se verán imposibilitados para sostener la experiencia vincular que requiere un esfuerzo continuo y necesario para enfrentar todas esas contingencias. El aprender a compartir y comprometerse es una tarea ardua, y en algunas circunstancias las demandas pueden llegar a superar la capacidad de las personas involucradas en la relación.

Una relación amorosa puede llegar a ser muy satisfactoria e incrementar la estima de si siempre y cuando uno de los cónyuges no sea percibido como alguien inferior por el otro. Esta situación está directamente ligada a la separación de cada uno de los integrantes de sus respectivas familias de origen. Cuando esto no sucede, las diferencias son transformadas en comparaciones. La pareja de progenitores (maternos, paternos y fraternos) son los referentes a los que el matrimonio recurre para sostener una seudo experiencia matrimonial. Aunque parezca una ficción mucha gente se casa para odiar a los suegros que pasan a ser representantes de una pareja de padres malos, donde quedan ubicados todos los aspectos hostiles originalmente dirigidos a las figuras parentales originales que no satisficieron requerimientos, necesidades, lo que fuere y en la vida adulta se traslada a la familia política debido a que la experiencia original fue negada o reprimida. Aquello que sale por la puerta termina entrando por la ventana. Es por eso que el casamiento fue hecho no con el partenaire elegido sino con los suegros. Esta elección (por supuesto inconsciente) puede llegar a provocar tal ira por las desilusiones derivadas de esa relación que el objeto de “amor” original no es tenido en cuenta. Así pues, toda neurosis del adulto se apoya en una neurosis infantil. El matrimonio no es una excepción. En lugar de ser una empresa llevada a cabo por seres adultos, se convierte en un campo de batalla entre dos hermanitos o dos huérfanos carenciados enfrentados a experiencias que de alguna manera ya fueron vividas.

Quizás esta sea una de las causas más frecuentes de consulta para tratamiento de parejas. Resulta curioso que aquello que resulta obvio de esa interacción pase desapercibido para el matrimonio. Por supuesto que hay otras pero fundamentalmente el campo está teñido por la ceguera o incapacidad de ver los aspectos bondadosos en el cónyuge.

Cuando esto lleva a niveles extremos, tiene la lugar un divorcio “sui generis”, dos personas que se separan sin haber estado unidas.

Existen muchas variables en la dinámica del funcionamiento paritario. Previo al divorcio físico muchas veces se instala un divorcio emocional. ¿Las víctimas? Los hijos. Y también el matrimonio como tal. Porque de eso se trata, de una pérdida y la necesidad de hacer el duelo por ella.

Este duelo tiene una similitud con la situación enfrentada por un paciente terminal y que consta de una serie de etapas similares a las que enfrenta un paciente terminal antes de morir: negación; cuando se comunica que va a morir la gente responde en un estado de shock rechazando el diagnóstico. En el divorcio surge la idea de la reconciliación; rabia, emoción que es dirigida a Dios, médicos, integrantes del grupo familiar; en el divorcio surge como si no importara el costo; negociación: intento de hacer buena letra con el médico. Algo similar a la posibilidad de cambio planteada por el cónyuge; depresión; aislamiento, insomnio, desesperanza, con posible ideación suicida. En el divorcio es común que el cónyuge diga que le dará a su pareja matrimonial todo lo que pide.

Finalmente, la aceptación; se asume que la muerte es un hecho inevitable aceptando la universalidad de la experiencia. En el divorcio, la pérdida es asumida.

Hay veces, sin embargo que el divorcio puede llegar a ser el menor de los males. Esto significa que la vida puede estar en juego. Cuando la violencia ocupa el centro de la escena el peligro del homicidio estará presente. Gran parte de los asesinatos ocurren dentro del grupo familiar. Esto nos muestra una de las múltiples dimensiones de la violencia, tema que por la importancia que tiene, será, encarado en las colaboraciones siguientes. Hasta la próxima. Buenos días, buena suerte.

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