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Una mujer en libre albedrío

En su nueva novela, Gabriela Cabezón Cámara revisita el “Martín Fierro” a través de una épica desenfadada donde la China pierde a su gaucho en la leva y emprende un viaje hacia una libertad donde caben el asombro, el goce y el amor con pareja intensidad.


 

Gabriela Cabezón Cámara es una escritora con mucha potencia imaginativa; participó de varios festivales de novela negra y parte de su narrativa está embebida de los recursos del género. Su primera novela es La virgen cabeza (2009), a la que siguieron Le viste la cara a Dios (2011), Romance de la negra rubia (2014) y su esplendorosa Las aventuras de la China Iron (2017), donde toma personajes del poemario Martín Fierro –y hasta su mismo autor– para un relato que revisita ese libro inaugural con desenfado: una épica donde se invierte el canon y las marcas que hicieron señero ese texto, acaban por convertirse en otras, diferentes, que jaquean a aquél con un linaje de mujeres decididas, que interpelan el contexto y a quienes por allí transitan. Novela asombrosa, divertida, erótica, capaz de reelaborar la tradición con una voz muy personal y a la vez rabiosamente política, Las aventuras de la China Iron juega con las crónicas de viajeros del siglo XIX arrasando con sus fronteras. Cabezón Cámara apunta que cuando se concentra, la lengua la atraviesa y dice lo que ella quiere decir y también muchas cosas más. Y eso puede leerse perfectamente en esta novela que es oposición y reverso del artificio de la gauchesca, donde se fundan comunidades mínimas o más amplias, a partir de una moralidad próspera y un placentero desenfreno.

La voluntad de la protagonista de Las aventuras de la China Iron hace que deje de lado al gaucho Martín Fierro y emprenda una aventura llena de acontecimientos. Se llama China, o Josephine Star Iron y a  sus 14 años intentará por vocación cambiar su destino, ya que a Fierro se lo quitado la leva y a los hijos encontró donde dejarlos. A poco de andar se topará con una inglesa que anda en carreta bien pertrechada camino a rescatar a su marido. Con la corajuda y culta Lis, la China sufrirá un flechazo que la dispone para nuevos rituales –beberá whisky y té por primera vez–  incorporará otra lengua y usará la suya –la física, la orgánica– para enredarse en el placer y en el amor con su compañera de ruta.

Cabezón Cámara participó la semana anterior de una mesa de diálogo con Marisa Shultze y Gabriela Larralde en la Feria Internacional del libro de Rosario. Antes, dialogó sobre este libro, el Martín Fierro y el aporte que pueden hacer las escritoras al potente movimiento femenino hoy en marcha, entre otras cosas.

—¿Creés que seguís una línea de representación de cierto universo en relación a las otras tres anteriores?

—Sabés que no sé (risas), supongo que en algún sentido sí porque se trata de una mujer que relativamente está tocando fondo y sale de ahí y hace otra cosa, en ese sentido puede que sí.

—Desde que apareció se insiste en considerar a “Las aventuras…como una novela queer”, ¿coincidís con eso?

—A mí me parece que etiquetar novelas en pequeños nichos es una huevada, porque también podría decir que es una novela rural, una novela de viaje, una novela de aventuras; podría decir que de lo que más se trata esta novela es de la luz. Podría caracterizarse por cualquiera de esos aspectos, también es una novela muy lírica, yo uso la prosa medio como poesía, después a la crítica especializada se le ocurren mil cosas más, es una novela entroncada con parte de lo más fuerte de la tradición de la literatura argentina.

—Te resultó un desafío meterte con un libro tan inaugural como el “Martín Fierro” como disparador?

—Sí y no, por eso que te decía de que está tan entroncado con la tradición, porque con el Martín Fierro se metieron Borges, (Martín) Kohan, Leónidas Lamborghini, Oscar Fariña, Pedro Mairal, se ha metido mucha gente, no es que inauguré un mundo, ya estaba dada la relectura y la reescritura del Martín Fierro. Sí de algún modo dialogo con Hernández y con todos ellos.

—¿Qué cosas no podían dejar de estar en ese universo martinfierrista que  necesitabas para esta novela?

—Está básicamente Martín Fierro, ese texto que es tan hermoso, “La ida”, porque “La vuelta” es una porquería. “La ida” es una novela magnífica; ese relato de cómo el Estado destroza un hombre y lo quiebra. Martín Fierro termina siendo un quebrado, alguien que asesina porque sí, toma dos copas y le pegan mal, termina siendo un hombre roto, y está roto por el Estado, le sacan todo, él dice que tenía “…hijos, hacienda, mujer…” en ese orden, se ve que estaba reenamorado Martín Fierro. El gaucho era un pequeño arrendatario y la Leva se lo lleva y lo destroza, es una novela que cuenta cómo el Estado destroza un hombre en pos de un modelo organizativo nacional;  la gauchesca surge cuando en

la Revolución de 1810, la burguesía necesita a los gauchos para pelear por la libertad del Río de la Plata y por la libertad de los puertos, por la libertad de exportación, o sea para venderle a Inglaterra. La gauchesca surge en ese momento histórico, cuando se necesita al gaucho como participante del ejército, como carne de cañón. El Martín Fierro es el gaucho destrozado llevado a ser peón, mano de obra moderna, en términos de cómo se movía el capitalismo a fines del siglo XIX. El Martín Fierro cuenta cómo se consolida el modelo agroexportador de manera latifundista, por eso se mató un montón de indios y a los gauchos los hicieron peones, me parecía que no podía faltar ese correlato histórico porque habla de los que fuimos y de lo que somos, lamentablemente.

—En ese sentido la novela es rabiosamente política.

—En el sentido que estamos hablando sí es rabiosamente política, después yo quería contar una historia que no fuera una derrota, donde la China, en vez de ser destrozada por el mismo aparato estatal, pudiera escaparse de eso y pudiera generar otra comunidad con otras personas. Mi idea era que se trataba de dos barbaries, y que lo único no bárbaro sería apostar por una comunidad de pares y no por una comunidad de oprimidos y opresores.

—También es una novela fuertemente erótica…

—Y ya que estamos, para que estuvieran contentas…

—Parece ser el lugar de la libertad más absoluta, del deseo más liberado

—Traté de que lo fuera, después no sé…

La grieta: una tradición

—La China al comienzo dice: “la miseria alienta la grieta”,  y esa frase está como resignificada en la actualidad, ¿se te impuso?

—Acá meten como diez tarifazos y empiezan a joder con Cristina (Fernández) que, según desde dónde lo miremos, no es más opositora, agitan cualquier cosa para alentar la grieta. En ese momento ni se me ocurrió, la puse y después me di cuenta; cuando escribís, la lengua dice lo que vos querés decir y muchas cosas más, es alucinante, a mí me encanta, cuando viene algún lector y te dice acá pusiste tal cosa, y vos te sorprendés.

—Está buenísima esa organización que se da en esa comunidad migrante, sobre todo en el lugar que dan al trabajo y al deseo.

—Es lo que pueden fundar y  es lo que yo con mi modesto pensamiento político puedo pensar, me parece que urge que pensemos otro mundo más grato porque este se está yendo a la mierda, nuestros nietos no van a tener agua y escasamente van a tener aire, se ha armado de tal modo la ideología del capitalismo tardío que parece que es esto o el apocalipsis y en realidad es esto y el apocalipsis, yo puedo pensar una cosita de ficción, pero hay otro montón de gente que puede pensar otras cosas. Mirá cómo no quieren que hagamos eso que la gobernadora de Buenos Aires dice que para qué va a haber universidades si la gente pobre no va a ir, eso es mentira y falso de toda falsedad porque para eso sirve la universidad, para pensar.

Las escritoras aportan

Si existiera  alguna, ¿con qué filiación literaria te sentirías identificada?

—Hay algo que me gusta del barroco, me gusta mucho la literatura del siglo XIX, la clásica, Jack London por ejemplo, y después (Néstor) Perlongher, que me interpela mucho, la parte de “Evita vive” y algo de los Lamborghini, el lado B de Pizarnik, pero he leído cualquier cosa y uno escribe con todas esa filiaciones, con lo que ve en la tele, con lo que charlás con la verdulera de la esquina, todo te entra, si no es una cosa muerta.

—¿Qué pueden agregar las mujeres escritoras a esta potencia femenina que viene desarrollándose?

—Podemos poner alguna particularidad, siempre hay algo de reflexión sobre el uso de la lengua, sobre hacerlo con irreverencia y libertad, que nos hace bien a todos y hay algo de los imaginarios que vas expandiendo, porque la literatura tiene universales todavía, es decir, vos me preguntabas si la mía era una novela queer, bueno, lo único que no tiene etiqueta es la literatura producida por hombres de entre 35 y 60 años blancos y heterosexuales, todo lo demás es literatura de negros o de putos o de no sé qué, entonces me parece que pensar eso es de una enorme limitación, hay que romper con eso, porque los varones con esas características pueden hacer buena literatura, los negros también y los putos también. En la medida que agrandemos lo que es universal, nos haremos lugar a todos en el mundo y me parece que cada uno de nosotros algo puede poner.

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