Dimensión y profundidad son dos cualidades, que a poco de andar, La Deuda pone de cara al espectador para narrar unas horas de la vida de Mónica, quien debe salir a buscar un dinero que falta en su empresa y del que ella debía dar cuenta. Una historia mínima pero que alcanza para crear un mundo, para crear sustancia y poner a funcionar en la protagonista un latir interior que producirá, en cada encuentro que tenga, un efecto inesperado e imprevisible.
La última y reciente película de Gustavo Fontán no se aparta de las formas estéticas que el realizador ha hecho suyas y le permitieron definir un estilo, pero el camino tomado ahora se ha vuelto más narrativo que en el resto de su obra. Suerte de road-movie nocturna y urbana, el film seguirá a Mónica en el peregrinaje en busca del dinero que debe y, claro, para ello, recurrirá a quienes conoce, a su entorno afectivo. Allí, en esos encuentros surgirá todo lo deformado que están esos afectos, casi un barro húmedo que impide a los cuerpos acercarse y a las emociones sincerarse. Hay algo roto en Mónica pero no sólo en ella; un comportamiento ciertamente alienado en los demás se traduce en desesperanza o resignación. Y como la naturaleza de Mónica parece mostrarse permeable a esas conexiones, con sus repentinos avances y sus vuelta atrás, cada encuentro resulta finalmente lacerante más allá de que consiga lo que busca. La noche misteriosa y perturbadora por donde peregrina ofrece también el desasosiego exterior que se complementa con la imposibilidad de sentir y fijar cada momento con el lazo de alguna ternura.
La Deuda explora la complejidad de las relaciones en un mundo en descomposición, los temores, los condicionamientos. Con una fotografía reveladora de esos paisajes y personajes descorazonados y una banda sonora exquisita que expande el sentido de cada secuencia, Fontán consiguió expresar la verdad de esos estados de ánimo, lo que no es poca cosa cuando abundan tantas propuestas fílmicas descuidadas y superficiales. Imprescindible e irresistible fue también la emoción contenida y la energía con que Belén Blanco, la protagonista, dotó a su personaje.
Otros títulos
Entre los títulos anteriores de Fontán, de los que también ha sido guionista, figuran Trilogía del lago helado (2018), El limonero real (2016), basada en la novela homónima de Juan José Saer; El Rostro (2013), La Casa (2012), Elegía de abril (2010), La Madre (2009), La orilla que abisma (2008), El Árbol (2006), y Donde cae el sol (2003).
Película de personajes
—Si bien cuenta con una serie de recursos reconocibles en tu obra anterior, “La Deuda” es tu película más claramente narrativa, ¿cómo surge la elección de ese modo para esta historia?
—No sabría decirte si hubo una voluntad para que eso sea así antes de la existencia del guión. Empezamos a escribir, a partir de un conjunto de preocupaciones, y el relato cobró esa forma. Es una película que se sostiene en los personajes, eso es un cambio para mí. Pero es una narración muy particular, porque nunca perdimos de vista eso que Juan José Saer dice sobre los dos movimientos al narrar; por un lado se dice y por otro lado se cifra. Y hubo que trabajar mucho con los actores y con el equipo para conseguir eso.
—El haber trabajado el guion con la escritora Gloria Peirano, ¿impuso una forma de contarlo? ¿Cómo lo trabajaron?
—El trabajo con Gloria fue maravilloso porque hizo un montón de aportes para que los personajes crezcan. Gloria escribe con lo que no se ve, así escribe sus novelas, y sus aportes estuvieron siempre en esa dirección: darle espesor a los personajes y a los vínculos.
El dinero y los vínculos
—La imposibilidad de los afectos y la soledad son casi los temas excluyentes de “La Deuda” y lo que Mónica lleva en su interior es el sufrimiento de sentir que nunca podrá pagar por lo que le brindan las personas –cariño, protección– a las que quiere, ¿cómo definirías a Mónica en esa realidad que transita?
—El gran interrogante para nosotros es qué pasa con los vínculos humanos atravesados por el dinero. Mónica tiene que conseguir el dinero, los quince mil pesos que sacó de su trabajo, esa noche; se comprometió a eso y no dejará de cumplir. Esa línea de acción es una flecha lanzada en el espacio y el tiempo de la película. Va hacia adelante sin demora. Pero el modo de realizar la acción es lo que nos importaba, donde queríamos poner el foco. El modo de realizar la acción pone al descubierto un mundo donde los vínculos son puras transacciones, vínculos maquinales, sin ternura, vaciados de algo verdadero. Las acciones de Mónica no parecen tender a que se mantenga el equilibrio, sino de sacudir el mundo que la rodea, tal vez con la esperanza de que aparezca algo nuevo. Mónica no sabe esto, al menos no lo sabe del todo. Pero actúa en consonancia con algo que está latente en ella.
Macri lo hizo
—Es un film muy reflexivo acerca de lo impracticable de las emociones verdaderas y con una serie de interrogantes por el dolor que ello acarrea, ¿son temáticas que hoy te preocupan de forma excluyente?
—Si bien hubo una preocupación inicial sobre qué pasa con los vínculos humanos atravesados por el dinero, escribimos el guion y filmamos La Deuda con el estado emocional que el triunfo de Macri provocó en una inmensa parte de la población. Parecía paradójico: aunque un poco más de la población lo había votado, desde el primer día uno salía a las calles y se encontraba con gente agobiada por la tristeza, un estado emocional muy profundo de desesperanza. El contexto en el que se estrena la película profundiza estas lecturas.
—La noche tiene en “La Deuda” un rol central e introduce además un elemento perturbador –al que contribuye mucho la exquisita banda sonora y la fotografía–, ¿esas horas de Mónica debían ser contadas en ese momento del día?
—Mónica tiene catorce horas para devolver el dinero. Como tiene que hacerlo a la mañana siguiente, las horas son fundamentalmente las de la noche. Mónica hace su periplo en la oscuridad, pero la película empieza de día y termina de día. Sin embargo, la luz final, a pesar de la belleza titilante del sol entrando por la ventanilla del tren, no alcanza a mitigar la desolación de todos esos seres, incluida Mónica, que van cada mañana a su trabajo, en una maquinaria que los devora.
Una gran actriz
—Encontraste en Belén Blanco, en su talento, el enorme potencial que tenía para animar a Mónica, ¿cómo fue la elección de esa actriz?
—Belén es una gran actriz que hizo un trabajo enorme. A las actrices y actores los elegíamos junto con Lita (Stantic). Fue ella quien propuso a Belén. Cuando hicimos una reunión, ni Lita ni yo tuvimos dudas de que era ella quien tenía que hacer el papel.
Lita y los Almodóvar
—¿Cómo resultó el trabajo con Stantic como productora?, ¿y con El Deseo?
—Lita es una productora muy particular porque sabe mucho de cine, por eso apuesta a películas como esta. Acompañó todo el proceso y en cada una de las etapas hizo aportes que permitieron que la película crezca. Fue una gran alegría cuando se sumó El Deseo. Eso nos permitió filmar en la fecha que nos habíamos propuesto. Si no, no hubiéramos podido, porque el dinero del Incaa llegó un año después de la fecha que teníamos para rodar.
Para agendar
Este sábado a las 18, el realizador Gustavo Fontán presentará “La Deuda”, su última película, en El Cairo Cine Público, de Santa fe 1120,
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