Ciudad

Arqueología urbana

Una mirada a La Basurita, el primer Vaciadero Municipal

El arqueólogo Soccorso Volpe estuvo una década trabajando en el lugar sobre la barranca, en la hoy avenida Belgrano y ayer concretó una visita abierta al público en el marco del Día de los Museos.


Tesoros enterrados. Los residuos de hace dos siglos dan cuenta de usos, costumbres y consumos de habitantes y visitantes.

Somos en buena medida lo que usamos, y también lo que tiramos: los depósitos urbanos de basura dicen mucho sobre una sociedad en cada momento de su historia y Rosario es casi pionera en su estudio científico: acá se hizo el segundo relevamiento arqueológico de un basurero en el país. Es el que funcionó sobre la barranca de la hoy avenida Belgrano, a la altura de las calles Pasco y Cerrito. Su historia y conservación tienen que ver con la guerra de la Triple Alianza, la explosión de un polvorín, una primera etapa informal y luego un concesionario municipal que, ya en ese entonces, incumplía con sus obligaciones. Se lo conoció como La Basurita, también como La Quema (mismo nombre del asentamiento informal instalado luego, barranca arriba) y La Pólvora. Fue el primer Vaciadero Municipal, habilitado por una ordenanza de 1873. El arqueólogo Soccorso Volpe es el responsable de meter manos expertas en ese depósito de información con un trabajo que se extendió de 1988 a 1999. Y ayer encabezó una visita abierta como parte de las actividades por el Día Nacional de los Museos.

Un problema de las ciudades es dónde arrojar la basura que producen sus habitantes. Es un producto propio del hombre urbano: cuando no está presente, la naturaleza recicla sus desechos sin que sobren, molesten o se acumulen.

El primer basurero oficial de Rosario fue precisamente el que hoy, desordenado, se resiste a desaparecer y se muestra a medias, semienterrado, entre los bares Sunderland y Wembley. Soccorso Volpe presentó a fines de la década del 80 un proyecto para meterse, con técnicas antropológicas y espíritu de detective, en ese espacio. Propuso un recorrido que era casi inédito en el país. De hecho, fue el segundo trabajo de arqueología urbana: ir de los desechos que arrojaron allí los carros tirados por caballos, a los tachos de basura y por último a la intimidad hogareña de parte de los vecinos de Rosario que por dos décadas –1870 a 1890– arrojaron trazas de sus vidas junto con los residuos.

La basura de La Basurita es la de restaurantes, fondas, hoteles, barracas, casas y conventillos.

 

Pipas, jarabes y morfina

“Ahí está toda la vida cotidiana de una Rosario interesante, que abandona ese capitalismo mercantil para entrar en la segunda Revolución Industrial. Los elementos empiezan a cambiar. Así como los censos nos dan la demografía y algunos diarios permiten reconstruir el sistema de comercio, el basurero nos está dando los objetos que se usaban”, dice Volpe, que en lugar del Soccorso –socorro, en italiano– prefiere presentarse con el más familiar Nino. ¿Qué encontraron? “Botellas de cerveza de gres, de unos brebajes que, como en las películas hollywoodenses del Oeste, no se sabe si son vino, remedio o refresco”, pone como ejemplo. Cuando él encaró la tarea no había internet. Las marcas, formas o materiales encontrados que provenían del exterior no se podían contrastar con búsquedas en Google. “Era un trabajo de detective”, recuerda: lecturas de archivos comerciales, aduaneros, tediosos registros y viejas páginas de diarios de entonces, entre otros documentos.

En La Basurita hay frascos de vidrio y loza, envases de cosméticos, perfumes y colonias con sus marcas, botellas de vino, licor o aperitivos. Hasta la botellita del brebaje que la casa Jeremiah Curtis de Nueva York ofrecía para los niños: el Jarabe de la señora Winslow, que contenía nada menos que “sulfato de morfina” y prometía curar diarrea, cólicos y disentería, entre otros males. También, unas singulares pipas descartables, baratas, de madera blanda, que se vendieron durante un corto lapso en la ciudad. Un cepillo de dientes de la firma Coll de “Buenos Ayres”, artículos de tocador de J.M. Farina, Lubin Parfumer de París, Agua de Florida Murray & Lanman, pasta para dientes con gusto a cereza John Gosnell, pomadas para la cara Cold Cream, tónicos y vitaminas para la caída de cabello. Y juguetes. Desde muñecas de porcelana hasta bolitas de loza o vidrio, trompos y juegos de dados o dominó. Todos elementos que, puestos en conjunto con otros registros históricos, interrogan sobre las clases sociales, sus costumbres y consumos, la inmigración, la presencia de criollos, ingleses e indígenas. Y, también, invitan a interpelar lo que se escribió sobre la Rosario de esos tiempos.

El depósito de historia de La Basurita “es inagotable”, se entusiasma Volpe. “Debemos haber hecho apenas un rasguño en el lugar”. Algunas piezas consiguieron conservarse en muy buen estado porque la humedad siempre presente evitó su contacto con el oxígeno y el deterioro. Hasta que se las saca, y entonces el problema es que la degradación vuelve, y rápido. “Hemos encontrado latas de sardinas con la marca visible”, dice, a los que pese a diferentes técnicas ensayadas no pudieron conservar. Hasta los vidrios se deterioran, sigue con los ejemplos. “Las botellas de vino sufren dos fenómenos: se opacan como una película de fotos velada o se descascaran por un proceso de formación de capas de gel de sílice”, enumera las dificultades el arqueólogo, ya jubilado pero con el interés en actividad.

 

Húmedo y tramposo

Otro dato de por qué muchos de los objetos se conservaron: el concesionario del basurero tenía la obligación de quemar lo que depositaban los carros. La cumplió al principio, pero después cedió a la tentación del negocio paralelo de venderle materiales –como vidrio o metales– a fábricas cercanas, y la incineración cesó.

La época en que funcionó el basural fue de gran dinamismo. Rosario transitaba un veloz crecimiento demográfico, poco antes se había producido el salto en la importación de loza inglesa, que se descartó por otros materiales de otros orígenes, más finos y a la vez más baratos. Además, los habitantes comenzaron a cambiar sus dietas, y hubo movilidad en la composición social. Mudaban las características del comercio local, y aparecían las marcas propias de los novedosos bazares.

 

Guerra, explosión y después

Donde después estuvo La Basurita funcionó, desde 1863, un embarcadero militar para la triste Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay. De allí partían materiales bélicos y pertrechos. A fines de diciembre de 1868, hubo una gran explosión en uno de sus depósitos de municiones. Algunos dijeron que fue por un rayo. La detonación dejó heridos graves –un sargento y dos soldados– y un gran pozo. Esa depresión es la que poco a poco comenzó a transformarse en un basurero informal. La legalidad llegó después. En julio de 1873 se habilita el Vaciadero Municipal de Basuras por ordenanza. La ciudad creció, y ese lugar antes alejado quedó demasiado cerca. En octubre de 1891, un digesto municipal recomienda trasladar el basurero “a otro paraje más alejado”.

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