Espectáculos

Era en abril

Una máquina del tiempo documental para repensar la Guerra de Malvinas

Se puede ver por estos días de manera gratuita en la plataforma online de El Cairo Cine Público “Teatro de guerra”, el imperdible documental de Lola Arias, donde junta a ex combatientes argentinos e ingleses, los mismos que forman parte de su performance “Campo minado”


Los despojos de un lugar que evoca otros despojos cuyos silencios retumban como pocas veces entre las contradicciones más voraces de la historia argentina reciente son el escenario para recrear un momento trágico que aconteció hace, exactamente este jueves, 38 años. Tomando como lenguaje el documental que, al mismo tiempo, es el registro de un teatro documental con impronta biodramática, unos ex solados, entre los que hay ingleses y argentinos, reconstruyen con diálogos y acciones un anecdotario mil veces narrado: son los fragmentos de su memoria acerca de la guerra, de lo que pasó en el campo de batalla, es la Guerra de Malvinas del 82, es Teatro de guerra.

El elogiado documental de la dramaturga y directora de cine y teatro porteña Lola Arias, estrenado en 2018, se puede ver por estos días, que no son días comunes ni fáciles porque acontece otra guerra (esta vez silenciosa y en todo el mundo) en la plataforma online de El Cairo Cine Público de manera gratuita (https://elcairocinepublico.gob.ar).

Es el primer largometraje de Arias, seleccionado por el 68th Forum of the Berlinale Film Festival, con los mismos protagonistas de su proyecto performático Campo minado, de 2016, comisionado por Lift Festival, con el que recorrió además importantes festivales de artes escénicas de todo el mundo y lo sigue haciendo.

El material es un desafío a la memoria, un repensar el “estamos ganando” de aquellos días de las tapas de la revista Gente donde los festejos a puertas cerradas se teñían de lágrimas, y donde la sangre de cientos de pibes se derramaba en una tierra que casi no acreditaba pertenencia.

El elenco de ex soldados devenidos en actores-performers está integrado por Lou Armour, quien fuera tapa de diarios y revistas nacionales, cuando soldados argentinos lo tomaron prisionero el 2 de abril de 1982 y hoy es profesor de niños con problemas de aprendizaje y el argentino Rubén Otero, quien sobrevivió al hundimiento del ARA General Belgrano y ahora tiene una banda tributo a Los Beatles. También son de la partida David Jackson, otro de los ingleses, que se pasó la guerra escuchando y transcribiendo códigos por radio y ahora, como psicólogo, escucha a otros veteranos de guerra en su consultorio; Gabriel Sagastume, un soldado argentino que nunca quiso disparar durante la contienda y hoy es abogado penalista; Sukrim Rai, un gurkha que usó su cuchillo en la guerra y actualmente trabaja como guardia de seguridad, y Marcelo Vallejo, soldado argentino apuntador de mortero y con una vida posterior a la guerra muy compleja, que es ahora triatlonista.

La película, de visión imprescindible para intentar otras miradas y reflexiones acerca de la Guerra de Malvinas, es un atractivo experimento que dosifica realidad y ficción, en diálogo con toda la producción artística de Lola Arias quien no trabaja con actores buscando, en ese supuesto canon que aporta la ficción, un rasgo de verdad y realidad que se vuelve incontrastable. Es por esto que el film, como sostiene Arias, “documenta el experimento social” que supone realizar un proyecto artístico con antiguos enemigos de guerra que aquí intentan una especie de reencuentro o reconciliación. Y al mismo tiempo, en el campo de lo artístico, muestra cómo esos ex combatientes reales logran ficcionalizar sus historias de vida en escenarios que no son los originales, donde las viejas lógicas del psicodrama parecieran estar de regreso para borrar los límites de lo recreado de lo real a lo que se suman esos otros momentos de ficción que se necesitan siempre para completar las historias.

Teatro de guerra

Teatro de guerra es, al mismo tiempo, un juego de dolor, reconstrucción y superación, que va del beso infausto entre Thatcher y Galtieri, como si se tratara dos decadentes protagonistas de una telenovela, a la descripción detallada de una serie de situaciones casi surrealistas que, se supone, son propias de una guerra donde todo debe ser o parecer surrealista para sus protagonistas.

Pero quizás uno de los aspectos más relevantes del material sea que la que se cuenta no es una historia acerca de la guerra sino que es una historia acerca de las personas que estuvieron en esa guerra: son las historias de la pequeña aldea que pintan un mundo, donde lo que importan son los recorridos previos y posteriores, las vidas de esos hombres que confrontan a quiénes fueron para entender quiénes son.

Sin pensiones, ni ayuda médica o psicológica, aquellos primeros sobrevivientes de una guerra en la que murieron mil soldados, claramente no son estos, estos son los que quedaron, los que tuvieron algo de ayuda y contención, porque además muchos se suicidaron. Vendedores ambulantes, desalojados, solos, en contextos de familias quebradas, adictos al alcohol y a las pastillas, con cartelitos en las manos, los soldados argentinos, los que quedaron, vivieron después, porque los otros eran soldados de profesión y habían tenido la oportunidad de elegir.

Esa es, también, la paradoja y el contraste que ofrece Teatro de guerra, una especie de máquina del tiempo donde la idea de ensayo constante deja entrever momentos poco conocidos e infaustos de una guerra de la que poco se habla pero que sigue siendo un agujero negro lleno de dolor e incógnitas en el imaginario de todos los argentinos.

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