Espectáculos

Series

Una familia disfuncional moviéndose entre estratos sociales lujosos y miserables bajos fondos

Planteada en un enfoque de realismo sucio y con un humor algo despiadado, “Rain Dogs” ofrece un paisaje de desigualdad social en un relato con madre soltera, una hija y amigo gay que conforman un círculo familiar viciado y sumido en innumerables peripecias para sobrevivir


Rain Dogs puede ser una de esas series en apariencia pequeñas que pasan algo desapercibidas frente a la atención masiva suscitadas por otras, pero en su distancia con respecto a ciertos lugares comunes imperantes se revela de inmediato como una propuesta singularmente sensible y aguda que la convierte en una experiencia destacable.

Producida por HBO y la BBC, la serie de ocho episodios de media hora cada uno está llevada adelante por la escritora Cash Carraway, quien ya había escrito y dirigido para la cadena británica el telefilme L’Opera del Lavoratore, en 2022.

La historia narrada en Rain Dogs es simple y retoma una cierta línea de realismo sucio, fraguado en el contexto de la desigualdad social, y atravesado de punta a punta por un humor algo despiadado cercano por momentos a una incómoda incorrección. Porque Rain Dogs es sin dudas una comedia, de ahí la breve duración de sus episodios que responde a la histórica convención televisiva del género, pero que mas allá de lo efectivo y cáustico de su humor deja relucir de modo permanente un sustrato sensible y crítico que la vuelve incómoda y por momentos dolorosa.

En el centro de la historia está Costello (Daisy May Cooper), “madre soltera” que debe sobrevivir junto a su hija en medio de una situación económica desastrosa, lidiando con desalojos, trabajando en peepshows, y acudiendo a todo tipo de dudosas artimañas para sobrellevar cada día. Su hija preadolescente Iris (Fleur Tashjian) enfrenta esa vida con asombrosa entereza.

Fiel a su madre, la acompaña en su debacle sin hacer patente lo dramático de la situación en la que (sobre) viven. Todo puede suceder en sólo un día: ser desalojadas de la vivienda social, jugar a la raspadita para conseguir unos pocos billetes, recurrir a engaños para no pagar un taxi, o aceptar las exigencias de un pervertido para conseguir un lugar en el cual pasar la noche. Cada día es una aventura sórdida en la que el humor filoso no genera distancia, sino que profundiza los aspectos violentos de ese mundo brutal en su desigualdad.

Junto a ellas se mueve el tercer personaje clave del relato, el violento y casi desagradable Selby (Jack Farthing), un joven gay de clase social alta, de vida igualmente desastrosa (aunque por otros motivos y vivencias) y que acaba salir de la cárcel tras cumplir condena por asesinato. Selby es el mejor amigo de Costello, y hace las veces de afectuoso padre de Iris, configurando una suerte de cuadro familiar anómalo y brutal.

Un círculo familiar en el que nada está bien

La relación entre Costello y Selby es tildada en varias ocasiones de “tóxica”, y no sin motivos. A pesar de cierta tendencia al cuidado mutuo, el vínculo no deja de estar marcado por los insultos ingeniosos y también por la violencia física. Sin embargo, y allí tal vez se desplieguen las aristas más ricas del relato, en apariencia incorrectas y conflictivas, no deja de hacerse patente una cierta ternura, una cierta idea del cuidado mutuo mal entendido y mal direccionado por la brutalidad y el daño.

Nada está bien en ese círculo familiar viciado, el maltrato campea a cada instante, pero no dejan de sobrevivir juntxs con una problemática obstinación. En el centro, la niña Iris, aunque víctima principal de toda la situación, no deja de ser el insospechado pivote de entereza sobre el cual pueden giran las pésimas y destructivas acciones de  lxs adultxs.

El paisaje en cual se desarrolla el relato oscila entre los estratos sociales altos y lujosos y los más mugrientos bajos fondos. Peepshows de mala muerte, grandes monoblocks de viviendas sociales, basureros y baños son el escenario de situaciones que rozan lo grotesco, desplegando un humor corrosivo que no le teme a transitar por los límites entre lo asumido como correcto e incorrecto.

 Criaturas que tras la tormenta han perdido el rumbo

A pesar de su crudeza, Rain Dogs es una suerte de alivio en el universo de las series. Una de esas propuestas que por pequeñas no dejan de desmarcarse de la banalidad habitual. Apenas ocho capítulos de media hora cada uno bastan como para desenrollar la complicada madeja sensible de esos personajes que viven al límite, errando a cada paso, haciéndolo todo mal, hundiéndose en el fango de la violencia pero sin perder jamás el deseo de que Iris, la niña, pueda salir de ese círculo de la brutalidad del que ellxs no pueden y de seguro ya no podrán.

Así, Rain Dogs es graciosa, dolorosa, crítica e incómoda, alcanzando esa extraña síntesis por demás de destacable.

El título, claro, no deja de remitir a aquella gloriosa canción del glorioso disco homónimo de Tom Waits, editado en 1983. Una canción que hablaba, en su fascinante y deforme sonoridad híbrida, de los “perros de la lluvia”, esos que salen a la calle cuando el chaparrón ha cesado. La lluvia ha lavado los olores y ellos no pueden encontrar su camino.

De esto trataba esa figura de los “rain dogs”, y de eso mismo trata esta serie. O cuanto menos, desde el título, así aborda a sus personajes, como criaturas que tras la tormenta han perdido el rumbo, y que obstinada e infructuosamente intentarán encontrar un camino a un lugar que ya desconocen plenamente.

Rain Dogs / HBO / 1era. Temporada / 8 episodios

Creadora: Cash Carraway

Intérpretes: Daisy May Cooper, Fleur Tashjian, Jack Farthing

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Comentarios