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Diversidades

¿Una estufa para Belén?

 Problemáticas de las trayectorias de vida de mujeres trans. Lecturas necesarias desde el Trabajo Social


Por Facundo Zamarreño / Colegio de Profesionales de Trabajo Social 2da Circunscripción Santa Fe (*)

Belén es una mujer trans de 40 años que, desde su adolescencia, contrario al género que le fue asignado al nacer, se autopercibe mujer y responde a roles y estereotipos que se asocian a las feminidades.

Su familia, compuesta por varones pescadores y mujeres encargadas exclusivamente de las tareas del hogar y cuidados, no aceptó su expresión e identidad de género, por lo que a fines de los ’90, aun siendo muy joven, debió alejarse de su casa para evitar los violentos-malos tratos que recibía a diario.  Tampoco fue posible sostener su escolaridad ni las changas como ayudante de albañilería que hacía cuando aún se “vestía como varón”. De este modo, se fueron destejiendo sus redes afectivas y de apoyo.

Encontró en el trabajo sexual la única posibilidad de obtener ingresos económicos, y en ese marco contrajo VIH. También en ese contexto fue víctima de abuso sexual y, por defenderse de ello, estuvo privada de su libertad por varios años, sufriendo nuevos abusos. Permaneció en una cárcel para hombres hasta obtener libertad condicional bajo el acompañamiento de una tía.

Durante el encarcelamiento, su casa había sido usurpada. Tras su salida, el vínculo con su tía no resultó tal como lo esperaba, por lo que fue deambulando por diferentes alojamientos que brindaron algunas amistades.

Las idas y vueltas de un barrio a otro, la búsqueda permanente de empleo, la falta de oportunidades y el deterioro de su cuerpo por irrupciones en su tratamiento, fueron llevando a que recurra nuevamente al trabajo sexual como forma de subsistencia. Retomó también el consumo problemático de sustancias del que tantas veces intentó alejarse, y fue detenida en diferentes oportunidades.

Todo ello se presentó como una serie de obstáculos para sostener las condiciones de su libertad: asistir periódicamente al patronato de liberados y mantener una conducta “intachable” en la vida en sociedad. Luego de un tiempo, fue buscada y encontrada por la policía mientras estaba en la casa de una amiga, donde se presentaron con una orden de detención.

Esta vez, ya contaba con su DNI donde su nombre era “Belén” y su género femenino, tal como ella deseaba ser reconocida. Pudo tramitarlo tras la sanción de la Ley de Identidad de género en 2012, de la cual se enteró en una de las pocas clases a las que asistió en la escuela media nocturna para personas adultas. De esta forma, fue encerrada en una cárcel para mujeres.

No obstante, allí también fue víctima de hechos de violencia. Las instituciones, en todos sus niveles y reparticiones, parecieran estar preparadas para hombres y mujeres cis (quienes se autoperciben acorde al género que les fue asignado al momento del nacimiento según su anatomía), excluyendo y relegando a las identidades disidentes, transgresoras de normas binarias.

Tras cumplir otra vez su condena, su principal preocupación fue tener dónde vivir, no cómo hacerlo. No hubo continuidad en su tratamiento para el VIH y su estado físico fue debilitándose progresivamente.

Un martes por la tarde se presentó al Centro de salud para hablar con su médica de referencia. Padecía una afección respiratoria que, sumada a su estado general, no era muy alentadora. La profesional le indicó una serie de cuidados que incluían, entre muchas otras cosas, habitar un espacio templado y sin humedad.

En ese momento, Belén solicitó ser atendida por Trabajo Social. Sus primeras palabras en la entrevista hicieron referencia a que temblaba de frío todas las noches. No tenía estufa, ni frazadas, ni una cocina para calentar algún alimento. Es decir, no contaba con recursos materiales básicos para realizar el tratamiento indicado, y sabía que en su casa enfermaría aún más.

Se realizó una visita domiciliaria conjunta con enfermería para conocer sus condiciones de vida y planificar alguna estrategia que facilitara su día a día teniendo en cuenta sus condiciones físicas, económicas y el entorno afectivo que pudiera ayudarla.

Su pequeña vivienda se encuentra sobre una barranca de la que ya se han ido muchas familias por problemas de derrumbe. Es de paredes de ladrillos pegados con escaso cemento, por lo que, en invierno, el viento frío filtra todos los agujeros que pueden verse. Su techo es de chapas de un rancho que desarmaron cerca de la zona y vendían a bajo precio. Baratas, pero la lluvia las atraviesa como si no estuvieran. No hay aberturas, solo maderas que tapan la entrada. El baño; un pozo separado con una cortina.

La gestión de recursos materiales y las instancias burocrático- institucionales no condicen con los tiempos de las realidades de cada persona en su vida cotidiana. Conseguir una estufa, frazadas, una cocina y acondicionar su vivienda, demoraría más de lo que su cuerpo podía esperar.

Los días siguientes permaneció internada en un hospital por fiebre persistente. Se retiró de allí con alta voluntaria por temor a vivir nuevamente una usurpación y quedar en situación de calle.

Belén empeora día a día tras meses de cansancio corporal, de molestias secundarias a tratamientos discontinuados y necesidades económicas crecientes. Cada día es un desafío de resistencia al destrato, a las múltiples exclusiones y a la violencia.

Claro está, la estufa no alcanza a dar respuesta a su problemática. Sin embargo, la demanda que surgió de esa entrevista, permitió conocer numerosos atravesamientos a lo largo de su historia de vida y habilitó la construcción de un vínculo más cercano con el personal del Centro de Salud. A su vez, posibilitó, al interior del equipo, reflexionar acerca del lugar que ocupan las instituciones del Estado en esos itinerarios sinuosos que muchas mujeres trans deben recorrer.

Actualmente asiste poco al Centro de salud. Entre las causas, refiere que la “mirada ajena”, los prejuicios de las otras personas usuarias de la institución, son el motivo principal por el cual evita acercarse: “Muchas chicas trans del barrio tenemos HIV, no nos gusta que nos vean retirar la medicación. Tampoco las hormonas. La gente no te dice nada, pero te mira mucho”.

No obstante, concurre -cuando puede, como puede- al Centro de Especialidades Médicas Ambulatorias (CEMAR) a retirar medicación, hormonas y realizar algunos controles. Allí funciona un “consultorio de diversidad”, el cual siente como un espacio de pertenencia: “La sala de espera es un boliche. Nos encontramos todas, tomamos café, salimos al centro”. Hay situaciones en las cuales la cercanía territorial no es suficiente para garantizar por completo el acceso a la salud, sino que el espacio donde se habilita el encuentro, la escucha y circula la palabra sin prejuicios, es mucho más significativo que la georreferencia.

La situación de Belén es la que atraviesan muchas mujeres trans de nuestra sociedad. Nos encontramos frente un grupo poblacional cuya esperanza de vida, según el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC) es de 37 años. Es decir, una cifra que apenas se acerca a la mitad de la expectativa de vida en Argentina.

A su vez, en el Boletín Oficial de HIV del Ministerio de Salud de la Nación de diciembre de 2021, se establece que la prevalencia de HIV en mujeres Trans es del 34%, siendo la más alta en los distintos grupos seleccionados.

En el reporte “Por la salud de las personas Trans” de la Organización Panamericana de la Salud y la Organización Mundial de la Salud del 2018, se informa que en Latinoamérica y el Caribe, las personas Trans atraviesan múltiples problemas de salud relacionados, principalmente, a altos niveles de exposición a violencia verbal, emocional y física; consumo problemático de alcohol y sustancias psicoactivas; efectos negativos de hormonas autoadministradas y prácticas no seguras de modificaciones corporales.

Según el último informe del Observatorio Nacional de Crímenes de Odio LGBT realizado en 2021 por la Federación Argentina LGBT (FALGBT), del total de las personas víctimas de crímenes de odio del colectivo LGBT+, el 80% de los casos corresponden a feminidades trans, siendo el blanco principal de ataques de este tipo que, en muchos casos, incluyen la muerte.

Los datos anteriores expresan una condición de vulnerabilidad y precariedad sensiblemente preocupante en relación a las condiciones de vida de las mujeres trans. Se necesitan políticas públicas de escala nacional, provincial y local que penetren cada intersticio de la sociedad, del Estado y sus instituciones para que sus Derechos sean garantizados de forma equitativa.

En este sentido, es importante el avance y tratamiento del Proyecto de Ley Integral Trans propuesto por la Asociación Travesti Trans Argentina (ATTA) y la FALGBT, cuyos ejes principales contemplan la inclusión social, económica, cultural, educativa, habitacional y laboral de las personas trans en pos del desarrollo de su vida en sus diferentes etapas, en un marco de respeto, equidad y libertad.

Todas las “Belén” merecen políticas integrales de reparación. No alcanza el recurso económico o material cuando una vida fue relegada de la sociedad por tantos años, cuando los golpes fueron tantos que destrozaron no solo su cuerpo, sino que llegaron a lo más profundo de su alma.

(*) Nota: este escrito no pretende “dar voz” ni “hablar por” las mujeres trans, sino agendar en el colectivo profesional y en la comunidad las problemáticas del colectivo travesti-trans a fines de acompañar su lucha y repensar nuestras acciones cotidianas en los diferentes espacios que ocupamos, en pos de una sociedad donde prime el respeto a la diversidad y en la que todas las personas tengamos una vida vivible.

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