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Prohibido prohibir

Una escritora y una lingüista debaten sobre la contención que da el lenguaje inclusivo

Porque el lenguaje tiene la capacidad de incluir y visibilizar sujetos de derechos, la decisión del Ministerio de Educación porteño de prohibir el lenguaje inclusivo generó rechazo entre quienes advierten sobre los nocivos efectos que podría tener una reglamentación sin sustento teórico


Porque el lenguaje se hace con su uso, es de los hablantes y tiene la capacidad política de construir, incluir y visibilizar sujetos de derechos, la decisión del Ministerio de Educación porteño de prohibir el lenguaje inclusivo en las comunicaciones oficiales generó rechazo y debate entre escritores y lingüistas, quienes advierten sobre cierta ingenuidad de la medida, los potenciales efectos que podría tener una reglamentación sin sustento teórico y la necesidad de preservar las aulas como ámbitos de apertura, debate y libertad. La lingüista Paula Salerno y la escritora Ana Ojeda analizaron las contradicciones entre la resolución y otras directivas del mismo ministerio, cuestionaron la posibilidad de que se haga efectiva la prohibición sin que recaiga también en el aula y genere, de esa forma, un clima policíaco y poco pedagógico.

Paula Salerno es lingüística por la Universidad de Buenos Aires, investigadora post-doctoral en Conicet-Unsam y se especializa en estudios del discurso. Pocas horas después de la decisión del Ministerio de Educación porteño, redactó desde su cuenta en Twitter, @paulularia, un hilo que se viralizó. En esas breves intervenciones explicó, con argumentos y citas a varios textos teóricos, por qué estaba en desacuerdo con la medida.

“Este tipo de prohibiciones están en el marco de ciertas políticas que tienen que ver con lo que se llama «control de la discursividad», se trata de prohibir o controlar determinadas palabras porque son incorrectas políticamente o porque son entendidas como ideológicas, como si la ideología estuviera solo en las palabras o, como en este caso, en los morfemas”, sostiene, y advierte que esta operación desconoce que “cada vez que usamos la lengua también expresamos una ideología e ideas aunque no queramos”.

En aquel hilo de Twitter había remarcado que la argumentación de la medida era fantasmática y poco sólida y lo hizo, sin ingenuidad, usando lenguaje inclusivo: “Dicen que consultaron «especialistas», como si los y las especialistas no tuvieran ideología. ¿A qué especialistas consultaron? ¿Y qué fuentes citan? Citar a la Real Academia Española como única autoridad no solo es desconocer que en Argentina no hablamos el español madrileño sino que también es un gesto completamente colonialista. La otra autoridad citada en los medios son «las madres», que por supuesto tienen su legítimo conocimiento de hablantes. Sería bueno que su opinión se complementara con la de lingüistas locales y regionales”.

El lenguaje es un organismo vivo, no se puede normalizar

Salerno también apuntó contra el argumento que sostiene que el lenguaje inclusivo es ajeno a la morfología del español. “Esto no es lo que dicen nuestras lingüistas”, reflexionó y linkeó un paper de Cecilia Romero y Soledad Funes en el que explican por qué la “e” y la “x” son morfemas de género inclusivo en español.

“Y contra la idea de que la «e» dificulta el aprendizaje de la gramática y es la culpable en la falta de comprensión textual, muchos y muchas profes de escuela dicen que la «e» habilitó reflexiones sobre la gramática en las aulas y discusiones en las que las y los estudiantes se reinvolucran”, contó.

Para la lingüista, la medida intenta hacer de cuenta que el Estado puede controlar cómo cada hablante usa la lengua. “Es prácticamente imposible y además desconoce cómo funciona el lenguaje”, sostiene pero, además, alerta sobre efectos más problemáticos: “Podría generar e incentivar una actividad policíaca dentro del aula si alguien usa la palabra «todes».

¿Cuál es el límite entre prohibírselo a los docentes y a los alumnos? ¿Quién va a controlar eso? Es poco realista, poco productiva y limita más que habilita. Se supone que la resolución es para mejorar la educación, pero no hay un solo punto que desarrolle más las habilidades de los alumnos, sino que por el contrario inhibe, coarta y reproduce una idea errónea de una lengua abstracta y aislada de sus usos”.

Al leer la resolución ministerial, la escritora y editora de Paidós Ana Ojeda se topó con una de esas trampas anticipatorias que a veces juega la ficción: su próxima novela, Furor fulgor (Random House), saldrá a la venta en julio y justamente comienza con la hipótesis de un Estado que prohíbe el uso de un lenguaje, el puntapié para una revolución “Escribí Furor, fulgor hace ya dos años, pero se ve que capté algo que estaba en el aire. Hay una operación muy sencilla: todo lo que se prohíbe, vuelve con más fuerza.

Por lo cual la resolución sólo generará más interés en el uso del lenguaje inclusivo”, advierte Ojeda. La autora también propone repensar qué es aquello del “correcto uso” que invoca lo normal: “La escuela no nos enseña a hablar. Ahí hay una asimilación de lenguaje con gramática. Y además, si la RAE marca ese supuesto uso correcto, todos los argentinos hablamos mal. En definitiva, no se puede normalizar a un organismo vivo como el lenguaje”.

 

 

 

 

 

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