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Una escalera para subir a la presidencia

El mensaje de Macri es que se bajará de la presidencial si hay un candidato mejor.

Lanzar un llamado a la unidad de la oposición sin haber disipado las dudas sobre su candidatura presidencial es lo que abre, en el gesto del último martes de Mauricio Macri, un flanco de debilidad. Para quienes apuestan a que repetirá el mandato porteño –algo que le reclaman sus entornistas Gabriela Michetti, Jaime Durán Barba, el amigo Nicolás Caputo–, el llamado es montar una escalera de lujo: me bajo de la presidencial porque hay alguien mejor. Resguardaría, como el mejor candidato PRO, el poder para el partido en el distrito y esperaría un momento mejor para un salto a la nacional.

Pero Macri insiste en que no se baja. Hizo el llamado después de que su embajador in partibus infidelis, Federico Pinedo, se lo adelantase a sus punteros del radicalismo y del peronismo disidente, con quienes vive negociando en el Congreso los temas más importantes en nombre del PRO. Esos interlocutores no le dijeron a Pinedo si responderán al llamado de Macri, pero es esperable que este filme tenga un episodio más en las próximas horas, como una reunión entre Macri y delegados de esas fuerzas para tensar más la cuerda.

Después de la conferencia de prensa, Macri se reunió en la misma oficina con los encargados de la campaña nacional del PRO, Humberto Schiavoni y Emilio Monzó, para escuchar de ellos un informe sobre la marcha de la estrategia nacional de su candidatura. Antes de que ese dúo, que juegan su vida al Macri presidencial, partiese a Santa Fe a acompañar a los candidatos de esa provincia, escucharon del jefe porteño las seguridades de que no se baja de la pretensión.

Para este grupo, el llamado del martes es pieza imprescindible de su proyecto. En el sector en el cual tiene amigos –los radicales antialfonsinistas, los federales– es el mejor ranqueado para una candidatura presidencial, es más que Duhalde y es más que Sanz. Estas unidades de opositores suelen ser quiméricas sin un caudillo que hoy los adversarios no tienen y que podría ser el referente del humor colectivo que en 2009 representó más del 60 por ciento de los votos. Para decirlo brutalmente, no hay hoy un Chacho Álvarez que pudiera encabezar el malhumor colectivo contra los gobiernos que hay en la Argentina desde hace más de una década. Si lo de Macri del martes no tiene segundas intenciones, es el momento de encarnarse en un opositor furibundo que hasta ahora no ha aparecido. Como los otros caciques de la oposición, se le va más el tiempo comentando los problemas para competir que construyendo una alternativa que conmueva.

También mandó mensajes Macri a otros dos que tendrán premio si no se baja: a Horacio Rodríguez Larreta y a Michetti les hizo saber que anunciará en Semana Santa quién será el candidato PRO a la jefatura porteña. Algunos creen que se resolverá entre ellos dos; otros que es una elección entre tres. El llamado a alguna forma de unidad de Macri importa más por la manera y la oportunidad que por el fondo. En cuanto a esto, el gobernante porteño viene repitiendo hace más de un año que él es candidato a presidente, pero que si alguna alianza opositora encuentra un candidato mejor, él se alineará. Por la forma y el momento –lo más importante en este tipo de gestos–, Macri no se aparta de algo común antes de una elección presidencial, que se busquen acuerdos de agenda para no desperdigar los esfuerzos y los votos. Esa agenda es tan amplia y bienintencionada que la podría compartir cualquier partido o candidato. Eso debilita la posibilidad del acuerdo y más si el reproche al oficialismo es en cuestiones de estilo, algo instrascendente en política pero que suelen usar algunas formaciones, como el gobierno, para distraer a sus opositores con debates sobre si un presidente llega o no a horario, si recibe o no a un invitado, o si se usa un tipo u otro de vestidos y zapatos, o por el tono de voz que se usa en los actos. Cuando sus adversarios se ensañan con el gobierno por minucias de estilo es cuando duerme tranquilo el gobierno. También pertenece a los usos y costumbres preelectorales que los candidatos busquen acuerdos; saben que todas las mediciones de imagen condenan a los políticos cuando se pelean entre sí. El público quiere que nadie se pelee, ni en el gobierno ni en la oposición.

Por eso, sin apartarse de lo esperable, Macri dice que se sentará en cualquier mesa de acuerdo sin condicionar nada a su candidatura presidencial. Es obvio que nadie que tenga alguna pretensión se sentará con él bajo esa condición. Conoce además las restricciones que hacen de ese sueño de periodistas y opinadores de cabotaje al que la oposición se suma: los radicales alfonsinistas ven en Macri el límite de cualquier arreglo con la misma fuerza que sectores antiperonistas del macrismo se niegan a sentarse con los duhaldistas. Macri, después de todo, ofrece lo mismo que hizo el año pasado Eduardo Duhalde junto a Rodolfo Terragno, o que esta semana lanzó en dos escritos (una carta y una plataforma) el radical Ernesto Sanz. ¿Por qué no lo haría Macri, a quien se le conocen lazos más que amables con los dos? Él ha sido parte de las especulaciones del Peronismo Federal desde que se creó como fracción; mantiene además estrechas relaciones con el mendocino, con quien conversa más de lo que se conoce, y también a través de Gabriela Michetti, que forma con él parte de la red RAP que los une en reuniones. También ha encontrado Michetti cobijo en la finca de Sanz en San Rafael para reponerse de sus fatigas y allí han enlazado una relación política que está detrás de muchos movimientos de Macri.

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