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Qué ves cuando me ves

Una crítica a la mirada racista sobre la imagen de la cama de Evo Morales

Cora Gamarnik, doctora en Ciencias Sociales y referente del fotoperiodismo latinoamericano, reflexiona sobre la viralización de la imagen de la habitación de Evo Morales y la guerra de imágenes durante el golpe de Estado en Bolivia


Por Cora Gamarnik

¿Dónde nos acostamos?

¿Cómo es nuestra cama? ¿Con qué nos tapamos? ¿Cuán cómodo es nuestro colchón? ¿Cuán suaves nuestras sábanas, cuán blanditas nuestras almohadas? ¿Cómo está decorado nuestro cuarto? ¿Qué miramos desde la cama? ¿Cuánto calor o frío pasamos en las noches? ¿Con quiénes, con cuántxs compartimos ese cuarto? ¿A quién se lo mostramos?

La cama es parte de lo más privado que tenemos. Llevar por la fuerza algo del ámbito de lo íntimo a lo público es una escena de gran humillación. Meterse en el cuarto de alguien, filmarlo, llenarlo de gente que jamás sería invitada, de camarógrafxs, de fotógrafxs que se mueven ahí como aves de rapiña dando vergüenza ajena es humillar al ‘indio’ para volver a hacer lo que vienen haciendo desde hace 500 años.

Y necesitaron también agregarle palabras a las imágenes para forzar la interpretación, para explicar lo que no se ve. ‘Ostentación’, ‘lujo’, ‘opulencia’ para mostrar hipocresía e incoherencia. Para señalar sobre todo lo que un indio no merece tener.

Imágenes para humillar al que se atrevió, para humillar como escarmiento, como ejemplo.

Mostrar la cama de un indio que se atrevió a ser presidente. Y digo ‘indio’ sabiendo la carga de historia que tiene esa palabra, sabiendo que no nombra a nadie, sabiendo que es el término del colonizador, sabiendo toda la carga de resistencia e impugnación que contiene ese término.

Guerra de imágenes, guerra por otros medios.

Y camas.

El video sexual que circula por WhatsApp de la autoproclamada presidenta es la misma operación a la inversa. Usar otra cama para también intentar humillar.

Por suerte ahí surgieron rápidas voces para señalar que no somos lo mismo, que no jugamos con las mismas armas.

Que el problema es que ella es golpista, racista y no que coja cómo y con quien se le cante.

¿Y nosotrxs? ¿Alguna vez dormimos a la intemperie o en piso de tierra? ¿Fue por elección? ¿Entendemos lo que es tener que compartir obligadamente una pieza? Lxs que tenemos un buen techo, lxs que no nos inundamos: ¿Somos capaces de entender lo que es no tener dónde dormir? ¿Somos capaces de entender lo que significa «no tener donde caerse muerto»? ¿Percibimos la carga de desprecio de esa frase?

Cuando Evo Morales mostró esa foto suya acostado en el piso, cuando aún estaba escondido en Bolivia, cubierto con esa tela lila, me pareció una puesta en escena demasiado obvia, una victimización innecesaria. Pero esa foto se anticipaba a estas otras, a la violación de su intimidad. Era decir “sigo siendo un indio”. Era mostrar que se iba a adaptar a las nuevas circunstancias, que está dispuesto a resistir, que el poder no lo cambió.

No sé cómo es Evo en realidad.

Este texto solo habla de esta parte de la batalla, de la guerra de imágenes, guerra de símbolos, guerra de wiphalas quemadas y vueltas a enarbolar, guerra de camas y biblias, de persistencias.

Es la batalla por el sentido. La batalla por la dignidad.

Foto compartida por medios de todo el mundo luego de que la nombrada ministra de Comunicaciones por los golpistas ingresara con decenas de medios a la vivienda presidencial de Evo Morales en La Paz

Bolivia, 14 de noviembre de 2019.

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