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Una competencia continua

Por: Alicia Caballero Galindo.

Cuando se es padre o maestro no hay que olvidar que la educación es fundamental en la consolidación del carácter de los individuos.
Cuando se es padre o maestro no hay que olvidar que la educación es fundamental en la consolidación del carácter de los individuos.

La competencia por la vida empieza desde el momento en que millones de espermas corren tras un óvulo y sólo llegan a la meta unos cuantos, pero sólo uno es el que encuentra el lugar preciso en el momento adecuado y entra; los demás se debilitan y mueren… así comienza una vida; después el huevo lucha por aferrarse a la delicada pared que le dará vida y, una vez lograda esta hazaña, comienza la lucha por obtener nutrientes, crecer y defenderse de algunas inclemencias del medio como enfermedades, golpes, y altibajos emocionales de su madre. Un buen día, por fin, llega el momento de abandonar el seno materno y después de una traumática experiencia llega a un mundo nuevo; lleno de luz, y de experiencias nuevas; se encuentra totalmente a expensas de los adultos por su condición de fragilidad al nacer, su única defensa es el instinto de protección y conservación de la especie que poseen los mayores.

A medida que va tomando conciencia, el individuo continúa su competencia pero ya con conocimiento de causa; el primer reto es conquistar a quienes le proporcionan protección; para ello, en forma inconsciente, “competirá” con sus hermanos por la supremacía haciendo alarde de todos sus recursos para llamar la atención. Dependerá de la madurez de los adultos que la equidad prevalezca en el trato con los hijos para su sano desenvolvimiento físico y emocional. Salir del círculo familiar y entrar en contacto con las instituciones educativas hoy en día es muy pronto, dadas las condiciones de la vida actual, en que las mujeres trabajan fuera del hogar; los niños entran a la jungla de la competencia por atención y cariño de sus maestros, pero la contienda se vuelve más exigente ya que los nexos entre los competidores no son familiares. De igual manera, se torna indispensable la madurez de quienes atienden a los niños para lograr un sano desarrollo. Las áreas de influencia, serán dos; el hogar y la escuela y dentro de la escuela, el contacto con otros niños con diversas costumbres; ahí es donde se torna indispensable una buena formación en el hogar, que le permita tipificar “lo bueno y lo malo”, de no ser así empiezan a desarrollarse los conflictos a causa de informaciones contradictorias. La semana pasada hablábamos de una queja generalizada de los adultos respecto a las “generaciones de hoy” pero éstas son producto de nuestras acciones; entonces: ¿de qué nos quejamos?…

A medida que los individuos se desarrollan en este ambiente competitivo, van tomando sus propios derroteros de acuerdo a sus inclinaciones naturales, sus necesidades y las circunstancias que la vida les presenta. A veces la competencia es injusta dadas las condiciones en que se desarrolla cada uno; en estos casos la actitud del hombre ante las adversidades puede ser:

a) De derrota y frustración; aceptan bajo protesta lo que tienen a su alcance porque “no hay más” y se resignan a la mediocridad con sus consabidas consecuencias.

b) El espíritu de competitividad es más fuerte que la adversidad y luchan con todo para alcanzar sus metas, convirtiéndose tarde o temprano en triunfadores. Este tipo de personas se convierte en líderes casi siempre. Aunque es reiterativo, la historia de México tiene el claro ejemplo de Benito Juárez.

c) Quienes quieren llegar a la meta sin esforzarse y se “embarcan” en el trabajo de otros por diversos medios. Buscan caminos cortos a costa de lo que sea ¡Y hay quien lo logre! Pero en lo profundo de la conciencia, siempre habrá cierto resentimiento en contra de quienes son capaces de alcanzar limpiamente sus objetivos.

 Cada individuo se va ubicando dentro de su contexto familiar, escolar y social, a base de ese instinto que se desarrolla con más fuerza a medida que se va consolidando su carácter. La formación familiar y la herencia genética son determinantes para ello. En la actualidad, nos enfrentamos a un mundo cada vez más competitivo debido a la universalización generada por las comunicaciones y el crecimiento desmedido de la población que provoca una competencia dura para escalar puestos en empresas o cualquier trabajo remunerado; la demanda de empleos supera a las ofertas de trabajo de todo tipo, por lo que sólo los más aptos y mejor preparados serán quienes logren colocarse en plazas vacantes. Lo mismo ocurre en el mundo de los profesionistas libres; sólo los más capaces obtendrán clientes que contraten sus servicios. Pero… ¿con qué elementos se está compitiendo? Eso dependerá, en un alto grado, de la educación que los individuos hayan recibido a lo largo de su vida.

No hay que perder de vista, cuando se es padre o maestro, que la educación es fundamental en la consolidación del carácter de los individuos; la competitividad es un instinto natural que se desarrolla conscientemente en el ámbito del hogar y la escuela; es un compromiso ineludible para con nosotros mismos, con la sociedad y el país, preparar generaciones que entiendan y desarrollen sanamente este instinto natural sin desvirtuarlo, denigrarlo o degenerarlo. Cada día de la vida es una competencia y el premio mayor es enriquecerse con experiencia positiva. No podemos culpar a los jóvenes de los errores o deficiencias provocadas por una educación mal enfocada. Tomemos la estafeta que nos corresponde en vez de buscar culpables.

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