Opinión

Miedo en el aire, crónica de pandemia

Un viaje de continente a continente bajo la sombra del covid

La periodista Susana Pozzi cuenta su experiencia en un vuelo. "Doce horas en alerta en las que el miedo invade la cabina de un avión donde retumban síntomas que delatan al virus. Toses y estornudos que paralizan"


Arte El Ciudadano

Por Susana Pozzi

6 de Marzo 2020, nieva en la autopista camino al aeropuerto de Frankfurt. Mi vuelo a Madrid sale desde la Terminal 2. Una vez allí, tras breve espera, abordaré el vuelo con el que llegaré a Buenos Aires tras casi dos meses de ausencia.

Como cada año es Gabi quien me lleva a tomar el vuelo de regreso a Argentina. El tiempo de vacaciones junto a mi familia llega a su fin. Puedo hacer este recorrido con los ojos cerrados sabiendo en qué momento, a la izquierda de la autopista, aparecerá la planta de IKEA con sus muebles y objetos del más moderno diseño de máxima austeridad, en qué momento a la derecha aparecerá esa “ciudad fábrica” de químicos de BASF. Y así hasta que la autopista se adentre en el ingreso al aeropuerto.

Charlamos con Gabi del tema del momento, en Alemania, y en el mundo: el Covid19, la extraña enfermedad que sorprende a científicos, profesionales de salud y a ciudadanos de a pie como nosotras. El Covid y anécdotas del tiempo compartido este año aplacan la tristeza de la partida.

Llegamos con el tiempo justo para el check in. Nos despedimos con la promesa de vernos el próximo año entre lágrimas y un fuerte abrazo (todavía no estaban prohibidos a pesar que el Covid marchaba a paso redoblado sobre Europa).

Me quedo sola, paso los controles. Chequeo en el bolsillo de mi mochila si guardé mi pequeño envase de alcohol en gel que por estas horas es algo indispensable en la cotidianeidad de un mundo “Covid”.  Está. Avanzo. Todavía no abrieron la puerta de embarque. Tengo hambre. Busco algo para comprar para comer. En el avión no me darán de comer gratis pues es un vuelo inter europeo. Mejor un sandwich ahora. Compro un veggie y me siento frente a la puerta de embarque. Me gusta estar sola en los aeropuertos. Disfruto de ver a la gente y juego a adivinar de dónde son, a dónde van, por qué están acá. Son tiempos de Covid. Sólo los pasajeros orientales caminan rápido y ligeros de equipaje luciendo barbijos. Los demás estamos con nuestros rostros descubiertos y nada más.

Llaman a embarcar. No hay distancia social. Nadie la dispuso. Estamos “pegaditos” (como en la canción de Natalie Pérez) en la fila de embarque. Cerca de mí un joven calma a su perro, un hermoso cachorro que va en sus brazos. Me enternece verlos. Pienso en Toffee, mi gato y en cuánto lo extrañé. Pasaporte y tarjeta de embarque en mano camino hasta un arco “detector” de temperatura. Primer indicio de un viaje en tiempos de Covid. Mi cuerpo está helado como el clima fuera. Paso. Ubico mi asiento. Respiro aliviada. Me tocó sentarme junto a la puerta de emergencia. Iré sola (nadie quiere ir en esta ubicación). Me siento tranquila. No me gusta compartir espacios en los aviones y mucho menos con el Covid dando vueltas presto a atacar en el momento menos pensado.

El joven con su cachorro se sientan detrás de mí. El cachorro “llorisquea”. El joven lo calma.

19:05. Despegamos. No duermo. Estoy inquieta. Alerta a posibles estornudos y toses indeseadas. Es raro lo que siento pues siempre disfruto en la pequeñez de las cabinas de los aviones con los que llego a lugares remotos que me permiten conocer culturas distintas. En un abrir  y cerrar de ojos aterrizamos en el aeropuerto de Barajas – Madrid- donde debo abordar un vuelo que me devolverá a la madre Patria.

Noche cerrada y fría. Poca gente en el aeropuerto como siempre a estas horas tardías que pisan la madrugada. Estoy en tránsito cómodamente sentada aguardando el llamado para embarcar en el vuelo IB6841 con destino a Buenos Aires. Embarcamos. Nuevamente me toca la misma ubicación. Saco el alcohol en gel de mi mochila y la guardo en el compartimento superior. Elijo una película para ver (no hay muchas pues las que me interesaban las vi en el viaje de ida).

23:55. Todo dispuesto para el despegue.

Estoy incómoda. Hace mucho frío en el avión. No es normal. Pido otra frazada. Tomo mi campera del compartimento de guardado. Me cubro. Alguien tose  unas filas detrás de mí. Tose feo. El cachorro sigue llorisqueando. Ahora alguien estornuda. Traen la comida. Miro qué hay, nada que llame a comer -soy vegetariana y las compañías aéreas no se lucen demasiado con este tipo de comidas excepto las compañías del sudeste asiático-. Dejo intacta la bandeja. Intento ver una peli. Ahora alguien estornuda del otro lado del pasillo. Alguien contesta con una tos incontrolable desde el otro lado. Contengo la respiración y me cubro la cara completa con frazada y campera. El frío cala los huesos. El cachorro vuelve a llorisquear, el muchacho lo calma hablándole cual bebé. El avión está a oscuras. Es el momento en el que “te obligan” a dormir. De repente comienzan a oírse voces del otro lado del pasillo… algo ocurre. Azafatas que corren presurosas. Van y vienen desde el sector donde algo está ocurriendo. Asomo la cabeza por encima de mi “improvisado” barbijo de frazada y campera. Está muy oscuro, muy frío. Todos corren. Un coro de toses y estornudos musicaliza el momento. Da miedo. Pienso que pasé casi dos meses en Alemania sin preocuparme por el Covid y sin haberme infectado y acá, en este espacio de “dos por dos” me asalta el pánico.

Una voz desesperada dice por alta voz “si hay un médico presente por favor acercarse”, y repite “urgente, un médico”. Dos hombres corren por el pasillo respondiendo al llamado desesperado.

Desde donde estoy sentada tengo vista privilegiada del gabinete del personal de abordo. Traen a una mujer. Alcanzo a divisarla antes de que corran las cortinas para que miradas indiscretas como la mía no puedan adivinar qué ocurre en ese lugar, el único iluminado en el avión. Escucho que una voz de hombre pregunta si alguien sabe si la mujer tomó alguna medicación. Temo que viajemos hasta Buenos Aires con un muerto sentado en el avión… casi todos parecen toser y estornudar en el avión. El cachorro sabe que no estamos seguros y sigue llorisqueando. Intento ver la hora. Enciendo la luz. Mi reloj sigue con horario “alemán”. Falta más de la mitad del viaje. Será largo, muy largo. Parece que lograron estabilizar a la mujer. Respiro aliviada. No habrá que soportar un cuerpo helado, rígido, pasillo de por medio.

Acomodo la almohada. Intento conciliar el sueño que se niega a “arroparme” con sueños lejanos al Covid. Saco un libro para leer. “If cats disappeared from the world” de Genki Kawamura, lo compré en Berlín pensando en ToffeePozzi -mi gato bengal-. Mala elección para leer en este vuelo sobre la vida de alguien que tiene los días contados a causa de una enfermedad terminal… por enésima vez me paso alcohol en gel. Me paro. Voy al baño, siento que mi vejiga reventará con el próximo “pozo de aire”. Da miedo ir al baño. Siento que el Covid me sonríe desde el inodoro y me odio por no poder aguantar el pis un minuto más. Regreso a mi asiento. El sueño comienza a ganarme, los párpados se vuelven pesados. Me duermo arrullada por el llorisqueo del cachorro y un coro de toses y estornudos.

Me despierta una azafata ofreciéndome el desayuno. Señal de un pronto arribo. Tomo el café y elijo jugo de naranjas (muy artificial). Vuelvo al baño a lavarme los dientes. Creo que todos temen ir al baño pues no se ven las colas habituales previas a un aterrizaje. Regreso. Acomodo mis cosas. Esta vez no me llevo la frazada (siempre me llevo las frazadas en los vuelos), me da miedo que este infectada del temerario virus que invade nuestra cotidianeidad.

8:25 del 7 de Marzo 2020. Anuncian que en minutos aterrizaremos en el aeropuerto Ministro Pistarini. Respiro aliviada. Llegamos a casa, saldré de este cubículo. Me aguardan 14 días de “cuidados con responsabilidad social” (como dicen los alemanes). En Argentina no es aún obligatorio. La larga cuarentena comenzará el 20 de Marzo. Aún estamos entre círculos de encierro que no terminan de abrir mientras los contagios continúan y estoy libre de Covid.

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