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Un vacío que por ahora se llena con varias preguntas

La muerte de quien garantizó la contención del peronismo deja una vacante que Duhalde acecha con otro norte.

Temerario sería arriesgar una hipótesis para los tiempos que vendrán tras la muerte del ex presidente Néstor Kirchner en un escenario tan cambiante como el de la Argentina, al que la desaparición de un claro líder y constructor político suma interrogantes. Pero a falta del necesario panorama general vale tomar un par de provisorios apuntes entre las numerosas declaraciones –unas sinceras, otras sospechosas y varias de protocolo– con que las agencias de noticias inundaron ayer los medios.

Un “abrazo paraguayo y latinoamericano en estos momentos de prueba para su temple y su espíritu”, fue el mensaje enviado por el presidente Fernando Lugo a su par Cristina Fernández. Y en verdad ahora se entrevé el vacío que deja la desaparición de Kirchner como garante –gusten o no los modos o la dirección– de contención y suma política dentro de un movimiento tan heterogéneo y de lealtades tan vertiginosamente cambiantes como el peronismo. Nada menos que el soporte principal de la actual administración nacional y, además, base de la estrategia electoral oficialista para poner en juego la continuidad del “modelo” en el desafío electoral de 2011.

A la sociedad política del matrimonio Kirchner, con Cristina en la gestión y Néstor tejiéndole redes de apoyo político y social entre gobernadores, legisladores, sindicatos y organizaciones, le falta ahora una pata. Y ya se sabe quién acecha para el reemplazo: el ex presidente provisional y –hay que recordar– mentor de la candidatura del santacruceño tras la debacle de 2001, Eduardo Duhalde. Claro está que no se trata de un cambio de nombres para la misma función, y ahí los interrogantes. “Las acciones de empresas argentinas que cotizan en Wall Street se dispararon, y analistas vinculados a inversores norteamericanos lo interpretaron como una «apuesta» de los mercados a que con al muerte de Néstor Kirchner, el gobierno argentino se verá forzado a adoptar políticas de apertura y liberalización”, rezaba anoche un cable de Noticias Argentinas. Casi “honestidad brutal”, parafraseando a Andrés Calamaro. “Según la agencia especializada Dow Jones, es «una apuesta a que la muerte del ex presidente populista podría forzar al gobierno de su esposa a adoptar políticas más amigables hacia los mercados»”, precisa el cable.

La “apuesta” está así lanzada. En Wall Street, al menos, piensan que ahora hay más chances de que la bola caiga en el casillero deseado. Y Duhalde aspira a ocupar la referencia vacía en sintonía con estas aspiraciones: no sólo viene cuestionando la política de derechos humanos de Néstor y de Cristina. Con su fundación Movimiento Productivo Argentino aglutina apoyos empresarios de las patronales descontentas con el rumbo económico de las dos últimas administraciones nacionales. Y no aparece dentro del peronismo otra figura de la misma talla y diferente signo.

Pero también es cierto que no es el único actor en la encrucijada. Y que Cristina Fernández demostró tener peso e identidad propios. Lo prueban políticas impulsadas por su gestión que profundizaron –e incluso cambiaron el norte de– las estrategias de su marido. Valga mencionar la aprobación de la ley que ordena democratizar el espectro audiovisual, cuando su esposo había negociado una endeble paz con el mayor multimedios; o el cambio de lógica del Banco Central luego de que Kirchner admitiera que debió entregar ese estratégico espacio a un referente del establishment para no sumar frentes de combate.

A un año de las elecciones, con el peronismo vacío de un liderazgo capaz de aglutinarlo sin desatender las obligaciones de gestión, y el oficialismo huérfano de su más claro candidato, se disparan las preguntas de imposible respuesta inmediata.

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