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Un rosarino en “el primer mundo”

Por: Ricardo Caronni, desde Ginebra

Un muy buen amigo me pide que le envíe mis impresiones de rosarino en Europa. Cada vez que estoy en Rosario, muchos otros amigos me preguntan cómo es vivir acá. Otros no se toman ese trabajo y directamente evalúan que yo estoy en el “primer mundo” y que ellos al permanecer en la Argentina, en Rosario, forman parte del mundo pero en una jerarquía diferente. Le adjudican, según el humor del día, un tercer o cuarto puesto. Es curioso: nunca escuché la posición segunda. Parece que hay sólo primer mundo y tercero y si hay un segundo, no se sabe muy bien cuál es.

Esas nociones se agudizaron y se vienen arrastrando desde épocas en que para hacernos adelantar en los casilleros de clasificación nos engañaron diciéndonos que los argentinos debíamos abrir nuestras fronteras a todo lo que provenía del exterior porque lo que construíamos en nuestro país no era bueno y por lo tanto debía ser reemplazado indiscriminadamente. Podría seguir con esta vertiente pero no es mi fuerte. Solamente sé, al igual que todos los argentinos, que ese modelo económico produjo una catástrofe que terminó en 2001con un golpe civil que destituyó al gobierno democráticamente elegido y con un 300 por ciento de inflación. Con un plus de unas 30 muertes violentas que aún no está claro cómo y por quiénes fueron originadas. Ipso facto, los mismos que durante diez años pusieron alevosamente en pie y fogonearon el modelo catastrófico a rajabonete y que terminó con la explosión en las manos del gobierno votado, cantaban abrazados y a los saltos su marcha partidaria en la Rosada como si la situación que el presidente electo no supo maniobrar, hubiera sido generada por cualquiera, menos por ellos.

En ese 2001, en un oportunista viraje de 180° se proclamaron los salvadores de la República en un tomala vos dámela a mí, saliendo desde todos los rincones donde una vergüenza –muy superficial y pasajera– de acusados de corruptos y de derrotados en las urnas los había amontonado.

Y la mayoría de los argentinos dijo sí. Vengan. Un ataque súbito y fulgurante de amnesia aguda e indiscriminada pareció posesionarse de esa mayoría del pueblo argentino. No importó cuán corruptos habían sido y –quizás– sigan siendo, no importó que hubieran sido los mismos que medraron durante 10 años para producir la misma catástrofe de la que ahora descaradamente sacaban provecho a ojos vista. Vengan y sálvennos, pareció pedir esa amnésica mayoría del pueblo argentino. Y vinieron, –los mismos de antes– a los empujones, uno después del otro, llenos de brío partidario y estrenando cada uno sus mágicamente transmutadas fisonomías ideológicas para la ocasión. Para salvar la República, se entiende. Para qué otra cosa podían disputarse el poder, a ver si se comprende bien. Y luego fueron votados. Por la mayoría del pueblo argentino. Y con distintos coloretes, maquillajes, caretas y disfraces, ahí siguen. Las mayorías argentinas los votan. Firmes, respectivamente los unos en votarlos y los otros en ser votados y en la certidumbre de ser elegidos por el destino democrático para llevar a sus más brillantes rumbos a la República. Todas las veces que sea necesario. Diez años seguidos antes del 2001, y van para diez años seguidos, después. Me permito recordar que hace 20 años casi seguidos que están en el poder con una oposición mucho más respetuosa y menos destructiva que la que hacen ellos cuando no son gobierno. ¿Y?

Digo yo: en 20 años, podrían haber puesto en funcionamiento al menos los ferrocarriles que con tanto orgullo compró Perón a los ingleses y franceses. Por dignidad partidaria y por vocación federalista. Todo el “primer mundo” se mueve en ferrocarril. Los suizos, que algo entienden de negocios, están construyendo el túnel ferroviario que va a ser el más largo del mundo: 57 kilómetros para conectar por ferrocarril Europa del norte con el sur. Cuesta millones. ¿Será negocio? ¿Servirá para que la gente viva mejor?

Entonces estábamos en que yo me fui. Después de los primeros –de esa serie– diez años de poder de ese polimorfo grupo partidario, yo me fui. Es decir, me vine para aquí.

Una pequeña cereza tan argentina para rematar la copa. Hacia el final de esos años, una de mis hijas ganó –y por lejos– un concurso público –de los tantos que ganó– como instrumentista para la Orquesta Sinfónica de Rosario. Pero el cargo lo ocupó la amigovia, –un apellido conocido de la ciudad– del primer instrumentista… Curiosamente, ella, tenía a un pariente muy cercano, del otro lado del grupo político que nos viene ocupando. ¿Por qué no pudo asumir su cargo mi hija? Porque era –y es– suiza. Parece que un extranjero no podía ocupar un cargo público en la provincia. Se nacionalizó argentina. Demasiado tarde. Ya habían triunfado la ley y el amor, por sobre los extranjeros Beethoven, Mozart y Vivaldi. De ahora en adelante todo parecía indicar que la Sinfónica de Rosario solamente ejecutaría con músicos genéticamente puros de la mejor cepa nacional. Y, quizás ¿por qué no para potenciar la coherencia?, interpretaría exclusivamente autores clásicos argentinos.

Afortunadamente la Fundación Antorchas y el Fondo Nacional de las Artes, centraron bien la mira y la becaron para el Conservatorio de Lyon, Francia y para la Orquesta Sinfónica Juvenil de la misma ciudad. No todo estaba perdido en las orillas, del Plata al menos. Al final de sus estudios, el Conservatorio de Lyon, creyó oportuno otorgarle el correspondiente diploma summa cum laude y medalla de oro. Después de todo, fue buen negocio. El Ministerio de Cultura francés contrató a esta doble extranjera por varios años y el resto se puede seguir por internet y los periódicos franceses. También por eso, saqué un pasaje barato de Aerolíneas y me vine al primer mundo. Para estar con mis hijas. Con una mano atrás y la otra adelante, me vine. Ahora cada mano está en su lugar. Y todos los personajes que intervinieron en la cruzada pro-músicos nacionales genéticamente puros también están en su lugar: lejos de nosotros. Allá. Entonces, cuando me preguntan cómo es vivir aquí, les digo que –al menos en lo que nos tocó vivir– las cosas, esas cosas, son diferentes que allá. El mérito cuenta. Y mucho.

El primer mundo

Aquí, en Europa, indudable eslabón del “primer mundo”, hace sólo 65 años que se pusieron de acuerdo para dejar periódicamente de asesinarse en masa. Se calcula en 55 millones el número de muertos de la última guerra mundial. En 25 millones el de la primera. Cada vez que uno pasa por un pueblito francés hay un monumento a los muertos locales de la Primera y de la Segunda Guerra. “Mundiales” las dos. Los cementerios de guerra ocupan extensiones enormes a la vera de las rutas nacionales. Los antiguos campos de concentración alemanes que aún se pueden visitar son centenares y eso que no quedaron todos en pie. Esta gente del primer mundo no se anda con pequeñeces de guerras políticas internas locales ni con cifras menores de víctimas y desaparecidos. La cosa es en grande, las cifras son enormes, los dramas humanos escandalosamente cuantiosos, siniestros y dolorosísimos. Y aún 65 años después se siguen descubriendo “novedades”. Las desapariciones fueron a escala industrial y bien contabilizadas. Se calcula en aproximadamente 300.000 los hijos naturales habidos por las mujeres en Francia, tras la ocupación alemana. Y una cifra quizás mayor de hijos de mujeres alemanas luego de la ocupación rusa. La violación, el estupro, siguen siendo “armas de guerra”, aun hoy, en los 43 conflictos armados en los actuales “tiempos de paz” que contabiliza la organización Médicos del Mundo. Y sin embargo el libro del doctor Michel Brugière, con 25 años de pertenencia a esa organización, –Refuser le malheur des hommes, Rechazar la desgracia humana, editado por Le Cherche Midi, París, 2010– mantiene y promueve activamente la esperanza y la lucha por reparar los daños y el dolor inmensos que la Humanidad se inflige a sí misma en forma permanente.

Guardando las debidas proporciones, tal como Antorchas y el Fondo Nacional de las Artes repararon y reconocieron el talento allá, Médicos del Mundo y tantas otras organizaciones allá y aquí reparan y trabajan por una Humanidad mejor. Menos corrupta. Menos violenta. Más equitativa. Más distributiva, menos partidista y más humanista.

Entonces les digo a mis amigos que para mí –hoy– eso es lo único que tiene “de primera” el mundo. Ese pensar y ese accionar son el verdadero primer mundo. Y puede situarse en cualquier geografía. Porque hoy, con toda la comunicación que posibilita la tecnología, y si uno no se distrae con ella pensando que es un fin en sí mismo, el “primer mundo” está situado en la interioridad y en la acción consecuente de todos y cada uno. En cualquier lugar del planeta. El resto es vidrios de colores, chucherías para pasar el rato y olvidarse de una enorme proporción del mundo en que vivimos y que vive a nuestro alrededor. También, como dice el tango, el resto es la curda que al final termina la función poniéndole un telón al corazón.

Conclusión, provisoria y parcial, y consciente de la consigna de que cada solución acarrea un nuevo problema, son esas racionalidades y esas acciones de promoción del medio y de la conciencia y del salvataje concreto de los cuerpos de la especie lo que me enseña hoy el “primer mundo”. ¡Dios mío, lo que les costó! Pero aprendieron. Parece. Hoy.

En Rosario

El centro llamativamente lleno de aparatosas 4×4 y coches nuevos, relucientes vidrieras con todos los productos semejantes a los que podemos encontrar en el “primer mundo” –al mismo precio para salarios diez veces menores– y los mismos cirujas que ahora escarban en vez de las bolsitas de basura, en los buenos containers metálicos que puso la Municipalidad. ¿La oposición a los muchachos de la inefable marchita está planificando o haciendo algo para paliar tanta desigualdad, tanta carencia? ¿Qué proponen y llevan a cabo para que las cosas mejoren en estos “tiempos de paz” en la Argentina? ¿Solamente se movilizan aparatosamente para que no les metan la mano en el bolsillo y preservar las ganancias de la soja transgénica?

¿Para cuando la movilización masiva, todos juntos, todos los argentinos juntos, los de un lado y los del otro, para la vivienda digna, para la educación de la razón y del alma y del corazón y del sentido común de todos los argentinos? Sin declamaciones emocionales y efectistas, ni pase de facturas, ni “yo lo hice”, ni oponerse por oponerse a lo que uno mismo hubiera hecho en el lugar del otro. Gobernando alternadamente, construyendo desde la oposición, manteniendo las líneas de base de la calidad de la vida humana de todos como objetivo de fondo permanente e inamovible. Aquí les costó. Y cuánto. Pero aprendieron. Hoy.

En la reciente reunión en Rosario con motivo de la aparición de mi último libro, uno de los presentadores dijo que yo escribía para “hacerme querer”. Después de lo que acabo de escribir ahora no estoy tan seguro.

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