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Política internacional

Un reinado marcado por la política de integración

El próximo miércoles 18 de junio, Juan Carlos I dejará de ser rey de España luego de más de 39 años en los que supo construir lazos en distintas partes del mundo, pero especialmente en América Latina.


Madrid – Minucias, que en un régimen regio importan, pero que intentan transmitir símbolos para un sistema que tiene que buscar nuevas justificaciones en la era de la política líquida: Juan Carlos I dejará de ser rey de España (y también de Jerusalén, dignidad formal que ni ejerce ni seguramente recuerda) el miércoles 18 de junio a las seis en sombra de la tarde. Será cuando un ujier del salón de las Columnas del Palacio Real pulse la tecla “enter” de una computadora que colgará en una edición especial del Boletín Oficial la ley de abdicación.

Antes, Juan Carlos y Mariano Rajoy habrán firmado la promulgación de la norma que se espera perfeccionen los senadores en la sesión del martes 17. Para esa votación, el Gobierno –que sostiene a pie firme la forma y fondo de esta sucesión– espera un porcentaje de votos aún superior al 85% de Diputados. La votación será por tablero electrónico y no a viva voz, como ocurrió el miércoles en la cámara baja.

Estas artesanías son apenas el preámbulo de un proceso inevitable por el que ya pasó Juan Carlos hace 39 años: la construcción del liderazgo político y social de su heredero. Este final del “juancarlismo” –rodeado de especulaciones sobre sus motivos– abrirá el del “felipismo”, del cual algo se conocerá en las entrelíneas del discurso que dará el nuevo rey cuando haya asumido el jueves ante las Cortes. Armar lo que fue el “juancarlismo” fue una proeza por el origen de este período, una instauración decidida por Francisco Franco saltándose la línea dinástica que preveía que el monarca de 1975 fuera el padre de Juan Carlos, don Juan, conde de Barcelona, a quien los franquistas acusaban de liberal y masónico. Ayudó, con efectos seguramente no buscados, el intento de golpe de Antonio Tejero en 1981, otro oscuro episodio del cual el rey salió fortalecido.

Un tercer desafío fue reinar con una serie de gobiernos socialistas, un conglomerado en buena medida republicano pero que nunca cuestionó la legitimidad del sistema. En ese período el monarca desarrolló una ingeniosa expansión de los negocios de empresas de su país por todo el mundo, especialmente en América Latina, adonde se instalaron las principales marcas de la península detrás de Juan Carlos como un embajador especial.

De la mano de ese proceso, en ascenso desde finales de la década de los años 80, el rey encabezó las cumbres iberoamericanas que le dieron a los Gobiernos de la región -a la salida de los regímenes militares- un sistema de integración que hoy es un activo que no se entiende con la política de la casa Real. Buscaba Juan Carlos seguramente salir del aislamiento de España y darle solidez a su cargo. También promovió esa expansión de empresas españolas en los procesos de desregulación y privatizaciones de los 90.

El principal obstáculo con que nace el “felipismo” es la abdicación misma de su padre a una edad en la que algunos monarcas estrenan su cargo. El debate en Diputados desnudó lo resbaladizo de la situación, cuando se criticó a quienes rechazaban la norma como si quisiera que Juan Carlos siguiera reinando hasta su muerte, que es el final de estos mandatos vitalicios de los reyes, algo que quebró el Borbón como el año pasado lo había hecho el papa Ratzinger. Habrá dos reyes, como hay dos papas, y la lógica de la política es que en algún momento surjan disidencias, diferencias, internas, reales o legendarias, que son más o menos lo mismo en el resultado final. Le deja este pasivo Juan Carlos a Felipe, pero no es mucho lo que suelen dejar estas herencias no registrables.

El novelista norteamericano John Dos Passos contó en sus memorias que, cuando cayó el rey Alfonso XIII en 1931, entró al palacio real junto a amigos españoles y que en el fondo de un ropero encontraron una bolsa de tela con una corona adentro. El segundo presidente del Gobierno después de la asunción de Juan Carlos, Leopoldo Calvo Sotelo, contó que cuando asumió el cargo en 1981, entró al despacho y un ujier le dio una llave y le señaló una caja. “Ahí están los secretos de Estado”. Cuando lo dejaron solo, la abrió y no había nada.

Más minucias, aunque recorrerlas permite hundirse en las densidades de un debate que conmueve a este país en una segunda transición de norte más incierto que la que emprendió en 1975. Como Juan Carlos no será ya rey, no participará el acto en las Cortes Generales (el equivalente a nuestra Asamblea Legislativa, o sea el pleno de las dos cámaras) de la mañana del jueves 19. Sí irán la reina Sofía, la infanta Elena, hermana del nuevo rey Felipe VI, las hijas de éste y las hermanas del ya exrey Juan Carlos (las infantas Pilar y Margarita). No estará tampoco la otra hermana de Felipe, Cristina de Undangarin, que permanecerá en Suiza, adonde vive desde que estalló el escándalo que compromete a su marido en una trama que se menciona como uno de los tantos motivos de la abdicación de su suegro.

Otra minucia conocida ayer en la Zarzuela es que antes de que salgan Felipe y su mujer Leticia Ortiz hacia las Cortes, Juan Carlos le entregará en el palacio de la Zarzuela a su hijo el fajín (cinturón de seda) de Capitán General de los Ejércitos (equivalente al comando de las Fuerzas Armadas que ostentan los presidentes argentinos) para que Felipe no ingrese al acto con el actual grado de general, que tiene desde enero pasado, cuando su padre lo ascendió en discutida decisión porque era un modesto teniente coronel.

Juan Carlos permanecerá en la Zarzuela, adonde seguirá viviendo en la actual residencia. Su hijo tiene una casa en el mismo predio que en el último tiempo se refaccionó con la construcción de un primer piso. Cuando haya terminado ese jueves el acto de asunción del nuevo rey, irá a juntarse con éste en el Palacio de Oriente, adonde se ofrecerá una recepción a invitados especiales pero sin delegaciones extranjeras. Serán legisladores, altos funcionarios del Gobierno, embajadores y amigos. Hasta anoche no habían salido las invitaciones y hay ansiedad de todos por estar cerca. Felipe irá desde el palacio de las Corte en la gran Vía hasta plaza de España y de ahí al palacio en un Rolls descapotable seguido de una comitiva que se espera sea saludado por multitudes en las calles.

En un momento de la recepción toda la familia real, incluyéndolo a Juan Carlos, aparecerá en un balcón para saludar al público que se espera se agolpe en la plaza de Oriente. Para ese marco de apoyo callejero ya está en marcha un operativo de convocatoria promovido por grupos que defienden la monarquía, envalentonados por la pobre convocatoria que tuvieron dos llamados de los antimonárquicos. Una fue en la plaza del Sol y la otra, que tampoco se notó mucho, el día en que los diputados votaban la ley. Hasta entonces existía en estos sectores cierto apichonamiento ante la marea de críticas al rey saliente y a la monarquía, que se manifestaron cuando se supo la noticia de la abdicación. Pero al mostrarse el escaso eco de esas algaradas, el resultado de la votación y las encuestas que dio a conocer el diario monárquico ABC, los defensores de la institución parecieron tomar aire.

También en envalentonó a esta franja la ovación que el rey recibió en la plaza de las Ventas cuando asistió a la corrida de toros de la Beneficencia (un clásico de este arte) en la tarde del día de la votación en Diputados. Fue aplaudido por al público y, según los medidores de esas expresiones, hubo más énfasis en las tribunas del “Sol” y “Andanada” (o sea las que no tienen techo y están en las gradas altas, adonde asiste el público común). “En las Ventas entra mucha más gente que en la Plaza del Sol y eso prueba que hay apoyo a Juan Carlos, a Felipe y a la monarquía”, se entusiasmó uno de los testigos de esa corrida. En suma: si hay alguna agitación hoy en la opinión sobre los actos de la semana que viene, se registran entre los promonárquicos, que reaccionaron como una contra ola de republicanismo que inundó los medios hasta la aprobación de la ley.

Este ánimo se percibió ayer cerca de la Zarzuela, donde se hacía una autocrítica de la decisión de hace una semana de no invitar a delegaciones extranjeras. Eso se comunicó a varios Gobiernos –entre ellos el de Argentina- a pocas horas del anuncio de la abdicación, pero ahora se lo comenta como un exceso en la intención de darle sobriedad y austeridad a una decisión que reflotó críticas al rey saliente y al propio sistema.

Esa decisión arrastra a otra ausencia, notable si se trata de una sucesión real, que es la de las casas reales europeas, cuyos representantes suelen asistir a esos actos. El argumento que se escuchó ayer en la Zarzuela es que a las coronaciones suelen asistir los príncipes y no los monarcas, pero que en Europa hoy hay reyes muy jóvenes y los príncipes –sus hijos– son niños o adolescentes que habrían convertido a esas delegaciones en un jardín de infantes.

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