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Un refugio para docentes en el infierno de la dictadura

Por Paulo Menotti.- Educadores rosarinos perseguidos en el gobierno de facto encontraron cobijo en el ISP Nº3 de Villa Constitución.


Las dos últimas dictaduras militares llevaron la represión y el terror a las aulas universitarias. Con “La noche de los bastones largos”, el gobierno militar de Juan Carlos Onganía abrió la puerta y expulsó a grandes profesores y el ámbito educativo perdió un rico recurso humano que trajo un alto costo al país.

El autodenominado Proceso de Reorganización Nacional irrumpió en la casa de altos estudios y muchas veces sacó a la rastra a profesores y estudiantes. La profesora de Historia Nidia Areces vivió en carne propia este ambiente de época en la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y decidió buscar otro horizonte donde poder trabajar con un poco más de tranquilidad.

Al mismo tiempo, la ciudad de Villa Constitución fue un escenario paradigmático en el que el último gobierno militar desplegó su política. Incluso desde antes, porque el 20 de marzo de 1975 se produjo la represión posterior a la pueblada conocida como “Villazo”: el 20 de marzo 1975 fuerzas de “seguridad” irrumpieron la ciudad para detener la creciente agitación social de días anteriores, que pretendía como mínimo la autonomía y la democracia sindical en el gremio metalúrgico. Esto era un hecho importante para la urbe, considerada un centro productor por alojar la fábrica “Acindar”.

Como una burla a ese Estado terrorista que se pretendía omnipresente, los profesores de Rosario terminaron refugiándose en el Instituto Superior de Educación Nº3 “Eduardo Laferriere” (ISP Nº3). Convocados por el profesor Hugo José Goicoechea, quien no preguntó ideologías y garantizó un espacio de trabajo en verdadera libertad, no pocos docentes se fueron incorporando y crearon un rico espacio para el conocimiento de la región. En ese lugar se encontraron muchos militantes sociales que sufrieron en carne viva la represión de mediados de los 70 y encontraron en saberes, debates y estudio, aquello que pretendió ser apagado. De hecho, el espacio formó a docentes y dio cabida a otros dirigentes sociales que, durante las últimas décadas, decidieron incrementar su capital cultural haciendo efectivo ese viejo anhelo de los trabajadores de cultivarse para hacer frente a las trabas que imponía el sistema.

A más de treinta años de esa experiencia, lo sembrado dio sus frutos y la Sección Historia del instituto realizó sus Primera Jornada de Historia Social Regional. En una entrevista con El Ciudadano, Nidia Areces narra su historia y reflexiona sobre la importancia de la producción escrita sobre el pasado local.

—¿Cómo fue tu historia, y de otros compañeros, cuando fuiste a trabajar a Villa Constitución?

—Me reintegré al profesorado en 1981. El grupo de docentes de Historia y Geografía eran en su mayoría egresados de la UNR. Con los más allegados, en particular con Cristina Di Bennardis y Edgardo Ossanna, compartíamos las experiencias y miedos de esos tiempos. Las actividades curriculares y extracurriculares que fuimos compartiendo con los alumnos propiciaron un clima de comprensión y respeto mutuo. Después de muchos años fui con ellos a escuchar a otros historiadores y cientistas sociales. Sabía que de alguna manera u otra conocían parte de la historia que me había tocado vivir. Les pasé así bibliografía prohibida en la forma de apuntes donde no figuraba el autor. Cuando se dio la Guerra de Malvinas no estaba permitido escuchar las noticias en el Profesorado. Sin embargo, cerrábamos la puerta del aula y nos poníamos al tanto de lo que estaba sucediendo. Precisamente el ámbito forjado –del cual fue partícipe el director de la institución, José Goycoechea– hizo del Instituto un lugar en donde, pese a las restricciones, podía debatirse, aunque guardando ciertos recaudos.

—¿Qué importancia crees que tiene ese instituto en una ciudad como Villa Constitución?

—El Instituto sigue dejando su impronta en Villa Constitución no sólo por su trayectoria sino por lo que es en sí mismo: una especie de transmisión de conocimientos y debates, receptor de inquietudes y, sobre todo, motivador de análisis de la realidad que lo circunda, una realidad signada por reivindicaciones y luchas obreras, por cruce de distintos idearios y líneas de acción.

—¿Qué importancia tiene la historia regional?

—Destaco algunas cuestiones siempre asumiendo que a la historia regional, como a toda historia crítica, se le abren múltiples posibilidades analíticas, metodológicas y de aplicación que hay que saber aprovechar. Una de ellas es que los testimonios disponibles en archivos locales y regionales captan otras miradas y visiones y hacen surgir otros actores integrantes de las redes que sustentan a los múltiples poderes. Esta indagación con un protagonismo de las historias regionales permite introducir renovados matices en la historia nacional, haciéndola más encarnada y compleja; y desfocalizándola de las metrópolis. Por su parte, el enfoque de historia social regional se beneficia de las biografías de familias, de personajes y de los hombres y mujeres corrientes. Las entrevistas a sus pobladores ofrecen en este sentido un material inapreciable para la historia del lugar, de la región.

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