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Un pacú en Copenhague

Por: Carlos Duclos

Eran las 7 de la tarde (o las 19 horas para los que no gustan del horario enmarcado en el modelo norteamericano del antes o después del meridiano); con su caña india de pescar al hombro y un soberano pacú colgado de su mano izquierda, el hombre trepaba contento la cuesta de calle Rioja entre avenida Belgrano y 1º de Mayo. El pescador acababa de dejar el sitio, a pocos metros de la Estación Fluvial, que cada tarde, a partir de las 4, elegía para lanzar y probar suerte. Lo curioso del caso es que el pacú lo había obtenido con una línea casera (si hasta la plomada había fundido) hecha de piolín de algodón trenzado.

Hacía una semana, aproximadamente, el experto pescador había obtenido, con la colaboración de un amigo, en una canoa y a pocos metros de la costa, un hermoso cachorro de surubí. Lo devolvió al agua. Después contaría en el bar La Marina, de 1º de Mayo y Rioja, mientras saboreaba una ferroquina, que hay que respetar a la creación. “A las piezas chicas siempre hay que devolverlas”, subrayó con énfasis como para que todo el mundo lo tuviera en cuenta. Claro, el lector pensará que esto es de ficción, porque ¿un pacú obtenido desde la orilla y a metros de la Fluvial? ¿Quién puede creerlo? Pero no, es exactamente lo que aconteció por aquellos días de las décadas del 40 o del 50, cuando el río en esta región no estaba contaminado, los ejércitos de pescadores con redes no habían llevado a casi la extinción a muchas especies, el planeta era otro y todos los valores y principios no se salían del orden natural.

La cumbre de Copenhague sobre cambio climático ha comenzado y las palabras de muchos líderes, preocupados por el destino del mundo, no dejan lugar a dudas: si los países de todo el orbe no hacen algo pronto para impedir la contaminación que inside en el clima, nuestros hijos, nuestros nietos, las generaciones que vienen inmediatamente sufrirán graves consecuencias. Nadie, en ningún rincón del mundo, estará a salvo. Y esta verdad sin atenuantes ha comenzado a vivirse no sólo en Argentina, sino en cientos de países de todos los continentes.

El presidente del Panel Intergubernamental de Cambio Climático, Rajendra Pachauri, que en el año 2007 recibió el premio Nobel de la Paz junto a Al Gore señaló: “El calentamiento del sistema climático es inequívoco. La mayoría de la temperatura observada en la segunda mitad del siglo XX –añadió– es muy probablemente debida a la emisión de gases de efecto invernadero de origen antropogénico”. El experto trazó un panorama muy comprometedor: tormentas, aumento del nivel del mar, deshielos, escasez de agua, sequías, son sólo algunos de los dramáticos problemas a los que ya se enfrenta la humanidad y que se profundizarán si no se hace algo rápidamente.

Pero al calentamiento planetario, al efecto invernadero con las mencionadas consecuencias, se deben añadir los graves resultados que se viven ya por el quiebre ecológico y la extinción de muchas especies vegetales y animales. La desertificación, como consecuencia de la tala indiscriminada de bosques, no sólo provoca cambios en el clima, sino que arrasa con muchas especies de animales. El resquebrajamiento del ecosistema tiene un costo muy alto para todos, y principalmente para el mismo hombre. Muchas enfermedades son provocadas, por ejemplo, por la proliferación de alimañas en razón de la extinción de especies que limitaban su crecimiento poblacional.

La cumbre de Conpenhague ha comenzado y habría que exhibir allí un pacú, como testimonio de lo que alguna vez fue sobre la faz de la Tierra.

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