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Un oscuro abogado que por atender los asuntos de la mafia descuida los de su familia

"Mindfulness para asesinos", que puede verse por Netflix, es una serie en tiempo de comedia negra donde destellan el humor y la ironía y donde un abogado intenta equilibrar su trabajo y su vida personal mediante técnicas de relajación, aunque tal aprendizaje suponga hasta asesinar sin prejuicio alguno

Gustavo Galuppo / Especial para El Ciudadano

Entre sus estrenos de noviembre Netflix sumó la producción alemana Mindfulness para asesinos, una serie que, si bien no escapa del todo a la media de la plataforma, cuanto menos aporta una mirada un tanto singular basada en el humor negro y en una posición un tanto irreverente.

Hay algo, de por sí, que en Mindfulness para asesinos remite a simple vista a obras a estas alturas mayores y de referencia, como Breaking Bad y Better Call Saul, pero se trata apenas de una coincidencia, de meros recursos que permanecen ajenos a la profundidad asumida y llevada hasta las últimas consecuencias por aquéllas. Aquí sólo se atestigua la epidermis, el recurso, el modelo de la caída libre; esa suerte de falacia que es la estructura desnuda del guion como sustento suficiente, como si eso fuese idóneo para sostener un edificio complejo y singular.

Pero de todos modos, más allá de una referencia o filiación casi innegables, Mindfulness para asesinos puede deshacerse de ese peso y apostar, justamente y sin prejuicios, por la liviandad destacable, por el mero despliegue de situaciones muy transitadas que, aún en su escaso peso dramático, en sus arbitrariedades, y poniendo el énfasis en otra arista irónica (la práctica del mindfulness), logra construir un relato  de sesgos un tanto personales y atractivos, cuando no incómodamente graciosos.

De aquellas poco queda, claro. Hay que olvidar tanto la coyuntura social (el ascenso de los desclasados) como la riqueza de los personajes (debilidades, vilezas y contradicciones varias). Hay que dejar de lado la perfecta construcción dramática, el juego con los códigos de géneros y la puesta en escena sofisticada. En Mindfulness para asesinos hay que olvidar todo eso, lo que queda es un esqueleto rudimentario, un esquema. Pero aquí, en cierto modo, eso termina por funcionar. Es sólo cáscara, sí, pero hay humor e ironía, y hay también la suficiente liviandad asumida sin prejuicios y a tal grado que el divertimiento se torna, aunque predecible, efectivo y un tanto ácido en su humor.

Aquí el personaje principal es un varón de vida acomodada. Exitoso, podría decirse. Lejos de aquellos desplazados que buscan otra identidad y otra vida posible. No, este lo tiene todo, distancia enorme con respecto a aquellos. El tema es otro. Este es un oscuro abogado de buen pasar que resuelve los chanchullos de la mafia local. Por otro lado, tiene una familia correcta. Todo en orden.

Si Diemel (Tom Shilling) tiene un problema serio es que el trabajo lo absorbe al punto de desatender desastrosamente la vida familiar. No logra concentrar y separar los tiempos, y sus relaciones familiares se derrumban. De ahí que surja la recomendación que funciona como detonador: la práctica de mindfulness le puede ayudar a estar presente en cada momento, separando experiencias y ligándose a cada momento, para disfrutar de su vida y hacer más fácil la de lxs demás. Y así lo hace, comienza con la práctica de mindfulness. Desde allí, claro, todo caerá en picada (y el esquema de la caída libre siempre resulta atractivo).

El humor y la ironía ponen su foco en esa práctica que da título a la serie, y hay allí un gesto simpático que le da cierto encanto. No cabe entrar en detalles y polémicas, pero esa práctica supone, de algún modo, la desvalorización de antiguas tradiciones y saberes principalmente orientales (meditación vipassana) para ser convertidas en el mero ejercicio de un “bienestar” malentendido, acorde ahora al imperativo del capitalismo occidental y su idea de la eficacia y de la optimización de recursos prácticos.

Nada más lejano de la espiritualidad que les da sustento en la tradición. Lo que allí implicaba el camino para una experiencia de la totalidad de lo sagrado, aquí se reduce a una exacerbación del individualismo y del éxito a toda costa. Pero desde ya que aquí no se proponen polémicas fundamentadas al respecto, se trata en cambio de una comedia de tintes paródicos, una caricatura que bordea el absurdo sin prejuicios. No cabe esperar ni exigir mucho más, un poco de sarcasmo y de humor negro.

Bien, Diemel sigue el consejo y practica mindfulness. Y eso le ayuda, le ordena la vida familiar y laboral. Parece comenzar a ser una mejor persona, dedicada y afectica. Por un lado, el tiempo con su familia (islas de tiempo), y por el otro, el tiempo del trabajo con la mafia local. Cada cosa en su lugar y de modo ordenado, sin juzgar, sin considerar causas y consecuencias, sin apego. Ahora bien, si su vida familiar se ordena de modo considerable, su vida laboral toma un giro.

Esa especie de ecuanimidad infundada, alcanzada con esta práctica, sin contenido espiritual ni sustento sólido, no lo lleva sino a tomarse con tranquilidad pasmosa lo que sucede, incluso cuando eso que sucede es la muerte por él mismo provocada del capo mafia para la cual trabaja. Respiración, conciencia plena, aquí y ahora, desapego, ecuanimidad; sin fundamento espiritual y despojada de toda base filosófica tal perspectiva posibilita que Diemel “deje pasar” sin reparos, sin juzgar ni considerar consecuencias, incluso la muerte. Y allí todo se precipita hacia una perversa idea de éxito, acumulando cadáveres entre inhalaciones y exhalaciones.

 

Una primera muerte, convertida en asesinato por el ecuánime dejar pasar, desata una catarata de situaciones que Diemel enfrentará practicando siempre lo aprendido en su entrenamiento. Y de allí, poco a poco, con serenidad e inteligencia, se irá convirtiendo él mismo en una figura misteriosa y fundamental del crimen perseguido por la policía local. Una suerte de Heisenberg, sí, pero un poco blando como personaje, aunque a pesar de ello simpático y cargado de ironía.

Aunque esquemática y un tanto rudimentaria en su realización, se puede decir que Mindfulness para asesinos tiene su encanto y que divierte. La efectiva dinámica narrativa de la caída libre de Diemel, en contrapeso con su exasperante serenidad, se sustenta incluso en la breve duración de cada episodio, que no supera la media hora, y  que allí apoya la concisión del relato sin dilaciones ni distracciones.

Será claro que Mindfulness para asesinos no es una gran serie, pero cuanto menos asume una perspectiva singular e irreverente en su mirada para volver a jugar con un esquema ya probado y, aunque esto no es exactamente un elogio, allí la serie “funciona”. Sabemos a estas alturas, y no hace falta aclararlo, que nada más esperan plataformas como Netflix, de sus producciones.

Mindfullness para asesinos / Netflix / 8 episodios

 Creadora: Anneke Janssen

Intérpretes: Tom Schilling,  Emily Cox, Sascha Alexander

 

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