Ciudad

Un ícono de un barrio obrero

Checha Frutos fue parte del proyecto cultural más grande de Latinoamérica, la Biblioteca Vigil, donde participó desde 1958. Hoy, pasa la mayor parte de su tiempo en el edificio recuperado, trabajando para que vuelva su esplendor.


Por Laura Hintze

Checha Frutos está sentada en un salón grande, en la planta baja de Gaboto 450, la vieja unidad administrativa de La Vigil. El reloj marca las 15. Es tan grande el lugar y aún está tan vacío, que hace frío adentro y los rayos del sol – que afuera pega fuerte – no llegan a entrar al edificio. Una estufa intenta, en vano, calentar el ambiente. Checha tiene puesto un sobretodo oscuro que no se va a sacar en toda la entrevista. Nunca habla del frío, tampoco del sol, la conversación no llega a ninguno de esos temas comunes. Cada rincón que mira, pisa o señala es una historia y ella la cuenta. Le sobran historias. La maestra, bibliotecaria y militante está sentada en una silla de plástico, frente a una mesa larga, de madera. Golpea la palma de su mano contra la mesa, como si le diera unas palmadas, como si fueran amigas. “Es la mesa vieja, la de la antigua Comisión Directiva”. La mira con cariño, pareciera que el mueble le hubiera sonreído ante esas palabras, y cuenta que un viejo alumno de ella – del jardín de infantes – vio que un día la gente del Ministerio de Educación la estaba sacando, que la iban a tirar, y él la guardo. “La tuvo a la intemperie, porque no le cabía en su casa”. Checha la acaricia. “Creo que se puede reparar”.

La reconstrucción

La Vigil – biblioteca, escuela, fenómeno cultural – se reconstruye desde mediados de junio de este año, cuando el inmueble volvió a manos de sus dueños, los socios, y abrió sus puertas para que la gente se acerque con escoba e ideas en mano. Volvieron los vecinos que la pusieron de pie, acompañados de otros tantos jóvenes que quieren formar parte del proyecto. Todos tienen el desafío de construir una institución que ya tiene historia, el proyecto cultural más grande de Latinoamérica. Entre ellos está Antonia “Checha” Frutos, que ahora tiene 73 años y se la pasa todos los días en el viejo edificio, dando vueltas, recorriendo; haciendo números, pasando fichas de socios. “Estoy sembrando futuro”, dice en algún momento, durante la entrevista. Es indispensable. Checha no es sin la Vigil, y probablemente la Vigil no sería mucho de lo que es sin ella.

Checha llegó a Vigil en 1958 a través de Mingo, un amigo suyo que integró la Comisión Directiva.  Le ofrecía trabajo en la que era una biblioteca chica, que dependía – y lo haría sólo por un año más – de la vecinal del barrio. “Yo era maestra, no bibliotecaria. Evidentemente buscaban a alguien que amara a los libros, y mi hermano y yo éramos lectores, leíamos muchísimo. En mi casa y en cada casa de mi familia siempre hubo biblioteca. Había de todo y no te controlaban qué leías”. Cuando dijo que sí, Checha no pudo imaginarse que la Vigil se iba a transformar en el motor de su vida. “Pero al poco tiempo me di cuenta de lo que iba a ser”. Pensar en “La Vigil” ahora es pensar en una institución cultural que sobrepasó a la biblioteca. Que fue escuela, jardín de infantes, editorial, museo. Llegó a tener 20 mil socios, tres mil alumnos, 550 empleados, 23 socios desaparecidos, 8 miembros de comisión directiva detenidos y torturados.

“Tablada era un barrio humilde, de clase obrera. A Vigil iban chicos muy humildes, se transformó en un lugar de contención. Yo venía de una formación de escuela normal, donde no me habían enseñado todo eso, y quería una educación distinta a la que había tenido. Los hijos de los trabajadores recién comenzábamos a entrar a las escuelas y me discriminaban mucho por ser hija de obrero. El único era mi papá”. Con el paso de los años y a medida que crecía el proyecto cultural, Checha dejó de ser bibliotecaria – su hermano Raúl la reemplazó, transformándose en el más importante de los bibliotecarios – y se dedicó a dar clases, además de ser vocal de la Comisión Directiva. “La escuela de Vigil se conformó de una manera ecléctica, adecuándose a una forma de ver y pensar la vida. Partíamos de una base: la escuela no es una cárcel ni un templo ni un cuartel, la escuela es la escuela. Queríamos alivianar la escuela, que se sintieran cómodos, que la disfrutaran”.

Las escuelas de Vigil incluían doble escolaridad para que los chicos pudieran ir a talleres de teatro, música, huerta, educación física, ajedrez. “Eran chicos. Hacían todo eso y también se pegaban cuando perdían. Había algunos bravos. ¡Querían entrar en caballo al edificio! Creo que Vigil rescató a muchos. Trabajamos mucho su autoestima, fundamental para modificar conductas nocivas. No tenían que estar en la calle, la cuestión era tenerlos «adentro de», y los tuvimos adentro de la biblioteca”. En un principio, los alumnos de estas escuelas eran del barrio. Con el paso del tiempo, la Vigil hizo fama como institución educativa y recibían alumnos de toda la ciudad. “Veíamos que la clase más humilde no asistía, entonces decidimos abrir dos jardines de infantes en Villa Manuelita. Esos alumnos después tenían que ir a la primaria de Vigil. Pero no llegaron. La dictadura nos intervino y esos jardines fueron desarmados por completo”.

Vigil sobrevivió a toda la época de transición dictadura/democracia, se mantuvo de pie hasta el 25 de febrero de 1977. “Fue un año pavoroso”.  Antes de que policía, militares y civiles entraran al edificio y exigieran la renuncia de la Comisión Directiva, a la Vigil ya le habían puesto dos bombas, le habían baleado el frente y le habían hecho pintadas de las Triple A. “No pensábamos renunciar. Pero lo hicimos porque sabíamos que nuestras vidas corrían riesgo. Renunció la Comisión Directiva y los directores de las escuelas. El personal que quedó fue perseguido terriblemente. Querían desestructurar todo tipo de pensamiento”.

Checha volvió a entrar a la Vigil en 1983, con la vuelta de la democracia. “Antes de eso, era pasar y mirar de reojo”. La vuelta fue en la escuela de artes visuales, durante una charla que daba Ruben Naranjo. “Eran años difíciles. Muchos de los que habían apoyado la represión estaban ocupando cargos políticos. Era muy difícil la llegada, pero nunca dejamos de pedir por la Vigil. Hicimos muchas movidas que no tuvieron eco, hasta que en el 2004 surge un cambio en la política de derechos humanos. La política nacional de Néstor Kirchner movió a los gobernadores y Jorge Obeid nos abrió la primera puerta”. La ley de restitución de bienes a la Vigil salió en 2012 y en junio de este año, el gobierno provincial entregó las llaves de la vieja unidad administrativa. El espacio donde ahora funcionan la biblioteca Eudoro Díaz y la sala Saulo Benavente tiene plazo de devolución hasta el 6 de diciembre.

Mientras la Vigil vuelve a ponerse de pie mediante jornadas de limpieza y “sábados culturales”, la Comisión Directiva encara otro juicio: por genocidio cultural. “Acá hubo veinte mil socios afectados en su manera de vivir. Más allá de los secuestros y desapariciones. Se cortó de cuajo una cultura. Los que tenían una biblioteca, una universidad popular, ya no lo tienen más. Ni piano, ni guitarra gratis, ni colonia de vacaciones. Se encontraron desposeídos. Tenían una forma de ver y pensar la vida que no la tuvieron más. Denunciamos genocidio cultural, una masacre cultural sobre una institución y la gente que participaba, que se vio privada de bienes culturales inalcanzables. El día que se pruebe el genocidio será el día que verdaderamente se reconozca a la Vigil”.

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