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Un hogar invisible pero real

En la vivienda de Gaboto 1335 residen diez niños en tratamiento por trasplante o leucemia junto a sus padres, de escasos recursos. Algunos llevan años allí, otros no saben si vivirán. Todos necesitan ayuda.

Arias, Heredia y Coira, responsables de la lucha sin fin que muchos no ven.
Arias, Heredia y Coira, responsables de la lucha sin fin que muchos no ven.

Luciana Sosa

Una nena de cuatro años maneja su triciclo con una sola pierna. La otra la tiene vendada, delicada, a la espera de un nuevo injerto de piel. El resto de su cuerpito está intentando recuperarse de una quemadura de gravedad que padeció por un accidente doméstico en su casilla. Una cicatriz al mejor estilo de carnicería le recorre su cuerpo del cuello al ombligo. Sus bracitos tienen la piel sumamente irregular, llena de heridas. Y su pierna descubierta está peor. El paseo en triciclo fue en medio del living de la casa de Gaboto 1335. Allí funciona desde hace veinte años el Centro de Apoyo Integral Hemato-Oncológico (Cenaih), una entidad sin fines de lucro, que alberga a veinte personas –diez niños y sus acompañantes– afectadas por enfermedades como leucemia, trasplantes o quemaduras de gravedad. Los chicos reciben su tratamiento médico en los distintos nosocomios de la ciudad, en especial en los hospitales de Niños Víctor J. Vilela y Zona Norte. “Pero aquí recibimos de todos los hospitales”, señalaron sus trabajadoras. El espacio es conocido por los distintos secretarios de Salud de los últimos gobiernos provinciales, pero prácticamente no lo tienen en cuenta y sus integrantes no saben cómo sostener esta infraestructura tan importante, tan necesaria para tanta gente de escasos recursos que padece alguno de los males mencionados.

Blanca Coira es la presidenta, Alicia Heredia trabaja allí luego de perder a su hijo por leucemia y Marcela Arias colabora con tremendo accionar. Las tres relataron la historia del espacio a El Ciudadano con dolor, con orgullo y con un poco de esperanza –la que puede quedar después de tantos años de silencio–, de que la provincia o el municipio se haga eco de este centro y se comprometa a ayudarlos. Hasta ahora sólo la concejala María Eugenia Bielsa asistió al lugar días después de asumir la Vicegobernación de la provincia. En esa oportunidad recorrió el espacio, habló o los pacientes y trabajadores y donó el dinero con el que se compró un segundo hogar, a escasos metros del de Gaboto al 1300, donde en unos meses se albergarán más niños en tratamiento.

“La entidad se creó luego de que su fundador recorriera asiduamente los pasillos del Hospital de Niños Víctor J. Vilela y viera a los padres de los chicos internados durmiendo en los bancos del lugar. Aquí viene gente de escasos recursos y muchos de ellos de los alrededores de Rosario. Aquí viven mientras dure el tratamiento, hablamos de meses o años, y otros se quedan un tiempo más, dado que una vez finalizada la quimioterapia, o recuperados de su transplante, no pueden volver a su hogar dada su precariedad y el peligro que eso representa para su salud”, explicó Coira.

Sin un peso

Los que habitan el Cenaih lo hacen gratuitamente. Hay diez habitaciones para veinte personas, y cuatro de ellas tienen baño privado. La vivienda, más chica de lo actual, fue donada por los padres de un joven de apellido Berardi, que necesitaba un trasplante de médula ósea. El mismo debía hacerse en Israel, y sus familiares intentaron por todos los medios conseguir el dinero para la intervención, pero no lo lograron, fue entonces que, a pedido del joven, se donó la casa que luego sufrió reformas para este fin.

“Los chicos y su acompañante tienen la comodidad que podemos darles, absolutamente gratis. También tienen apoyo psicológico y nos ocupamos de asesorarlos y acompañarlos en algunos trámites necesarios para la internación de su hijo. Uno viene con un rayo que te parte el alma en pedazos que es el diagnóstico, y los médicos te derivan a Rosario, que muchas veces está lejos de tu casa y ni siquiera se sabe qué tipo de trámites hay que realizar para el tratamiento de su hijo”, explicó Heredia.

Las mujeres que trabajan en el lugar se encargan de conseguir remedios y cuentan con la ayuda de un equipo de 35 personas, todas ad honorem. “Por suerte tenemos muchos voluntarios, algunos de ellos estudiantes de psicología, que contienen a los familiares, otros de medicina y algunos que, simplemente, tienen ganas de darnos una mano en toda esta labor”, comentó Arias, una de las secretarias del espacio.

Entre las pocas ayudas que reciben se cuenta la de la Municipalidad de Rosario, que envía unos 1.200 pesos mensuales para la compra de comida y demás gastos del lugar. “Estamos agradecidas, pero esa cifra no nos alcanza. Es una casa donde viven veinte personas, donde en verano no se puede apagar el ventilador ni en invierno la estufa por el cuidado extremo que deben tener estos chicos, pero bueno, algo es algo”, destacó Coira.

Paralelamente, agregó que algunas entidades privadas, como la Bolsa de Comercio o el Club de Leones, se acuerdan de ellos y los ayudan esporádicamente con algún aporte de dinero. “También tenemos algunos socios que nos ayudan con su cuota, que son mínimas, pero a ellos también les afecta la crisis económica de estos tiempos”, lamentó.

  El día a día

“Convivimos con chicos con leucemia y hubo casos en los que los pobrecitos no tuvieron la fuerza para terminar su tratamiento. Uno de ellos fue mi hijo”, expresó Heredia, con lágrimas en los ojos. “Por eso también nos tratamos con la psicóloga del grupo. Es muy fuerte compartir cada momento. Festejamos cumpleaños, celebramos la Navidad juntos, les hacemos regalos para el Día del Niño, tratamos dentro de las posibilidades de darles un buen momento cada día. No olvidemos que son chicos”.

Coira recordó que han tenido que buscar un hogar para que los que se recuperaron puedan vivir, dado que en gran parte de los casos los chicos no pueden regresar a su residencia original. Inclusive han techado piecitas en barrios humildes para que los chicos recuperados puedan volver a su casilla con algún mínimo confort.

Por otra parte, el caso de la nena quemada sigue sin respuesta. Su familia perdió la casa hace casi un año, en Puerto General San Martín. Apenas ingresó al Vilela se les pidió a las autoridades rosarinas y las de su lugar de origen que gestionaran un lugar donde pueda vivir esta familia, pero aún no hubo respuestas.

En otro orden, Heredia comentó que muchas madres comen con culpa: “Saben que en su casa tienen seis o siete chicos que no tienen qué comer”, apuntó.

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