“Resulta inexplicable la existencia de ciudadanos que quieren enajenar nuestros depósitos de petróleo acordando concesiones de exploración y explotación al capital extranjero, para favorecer a éste con las crecidas ganancias que de tal actividad se obtiene, en lugar de reservar en absoluto tales beneficios para acrecentar el bienestar moral y material del pueblo argentino. Porque entregar nuestro petróleo es como entregar nuestra bandera”. La frase es del militar e ingeniero civil argentino Enrique Mosconi, ideólogo y primer director de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), de cuya muerte se cumplen hoy 76 años.
Enrique Carlos Alberto Mosconi nació en Buenos Aires el miércoles 21 de febrero de 1877, mientras Nicolás Avellaneda era presidente de la Nación.
Era hijo de Enrico Mosconi, un ingeniero italiano que llegó al país contratado para la construcción de ferrocarriles y vías en Rosario, Córdoba y Mendoza; y de María Juana Canavery, una argentina descendiente de irlandeses.
Mosconi ingresó al Colegio Militar de la Nación el 26 de mayo de 1891, y se graduó con diploma de honor como subteniente de infantería el 20 de noviembre de 1894, a los 17 años de edad. En 1920, con el grado de coronel, fue designado director del Servicio de Aeronáutica del Ejército.
Militar e ingeniero
En paralelo con su carrera militar, en 1903, Mosconi se graduó también en la Facultad de Ciencias Exactas Físicas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (UBA) como ingeniero civil.
Entre 1906 y 1908 Mosconi fue parte de una comisión de graduados argentinos enviados a Italia, Bélgica y Alemania para estudiar y adquirir plantas de energía hidroeléctrica y gasífera.
En Alemania se interesó por las ideas de Friedrich List (1789-1846), un destacado economista germano del siglo XIX que creía en el denominado “sistema nacional” y cuyas ideas industrialistas tenían gran influencia en Europa y Estados Unidos.
El lunes 16 de octubre de 1922, en el inicio de la presidencia del radical Marcelo Torcuato de Alvear, Mosconi fue nombrado director general de la recientemente creada YPF, donde permanecería por ocho años, dedicando grandes esfuerzos para incrementar la exploración y desarrollo de la extracción de petróleo.
Desde su cargo, fue el mayor impulsor de una política nacional que puso los recursos naturales al servicio del desarrollo económico, industrial y social de la Nación.
Defendió la nacionalización de estos recursos, un absoluto monopolio estatal en su exploración y explotación, la necesidad de los países latinoamericanos de tomar medidas coordinadas, y la promulgación de leyes relacionadas con los recursos naturales que fueran ventajosas para los intereses de los estados nacionales. La influencia de esta doctrina tuvo gran impacto en México, Brasil, Uruguay, Bolivia y Colombia.
Paralelamente, Mosconi administró eficientemente YPF y, al mismo tiempo que establecía una incipiente gran empresa petrolera, rompió con la dependencia que imponían los “trust” internacionales, tales como la holando-británica Royal Dutch, la Standard Oil del magnate estadounidense John David Rockefeller y la West Indian Oil Co.
El país que no fue
La vida y trayectoria de Enrique Mosconi constituye un andarivel de la historia argentina que permite imaginar un destino nacional distinto al que finalmente terminó prevaleciendo en la segunda mitad del siglo XX.
Hoy son menos los que discuten que los países desarrollados alcanzaron ese estadio a partir de una decisiva participación estatal en la construcción de infraestructura y en condiciones propicias para la existencia de una industria de base.
Esa discusión, sin embargo, sumergió durante el siglo pasado a la Argentina en una larga, crónica y estéril pulseada entre modelos de inserción agroexportadora y modelos de industrialización y sustitución de importaciones; disputas que terminaron por relegar al país en los mercados internacionales y lo introdujeron en una declinación de sus capacidades productivas que llega hasta hoy.
En la revisión del pasado, es posible encontrar, sin embargo, aquellos “eslabones perdidos” de lo que podría haber sido otra historia. Los generales Mosconi y Manuel Savio, como el demócrata-progresista Lisandro de la Torre o el socialista Alfredo Palacios, representaron arquetipos de un “deber ser” que siempre se rescató como un ejemplo a seguir.
Pero representaron, al mismo tiempo, arquetipos solitarios de hombres públicos.
Singulares entre sus pares, y siempre más admirados que conocidos e imitados.
En el caso de Mosconi, colocado en circunstancias históricas distintas, prolongó la acción emancipadora del libertador general José de San Martín.
Sostenía que la clave para conquistar la independencia económica del país radicaba en el autoabastecimiento petrolífero, y en su obra dejó impregnado el patriótico esfuerzo por conseguirlo.
Fue un infatigable luchador en contra de los monopolios extranjeros que transfieren grandes capitales para comprar voluntades y gobiernos, con el fin de acaparar la riqueza del país y someter a sus habitantes.
Uno de los grandes aciertos del primer gobierno del caudillo radical Hipólito Yrigoyen fue la creación, en 1921, de YPF.
Este organismo, destinado a que los argentinos explotaran por sí su propio petróleo y dispusieran libremente de él, fue puesto bajo la dirección del general Mosconi, un militar ejemplar que nunca volteó a un gobierno popular.
Yrigoyen, su sucesor, Marcelo Torcuato de Alvear, y Mosconi casi lograron que la ley de nacionalización del petróleo fuese promulgada en 1928, pero la oposición de un Senado dominado por los conservadores lo impidió.
Las compañías extranjeras se estremecieron. La Standard Oil protestó porque no se la autorizaba a explorar ciertas áreas en Salta. Para colmo, en agosto de 1929 Yrigoyen había facultado a YPF para que fijara los precios del petróleo y sus derivados.
Pero mientras Mosconi creía en Yrigoyen y en el papel de YPF, otros dos generales se alejaron del radicalismo y se aliaron con los hombres de la oligarquía y con los abogados de las compañías inglesas.
Eran los generales José Félix Uriburu y Agustín Pedro Justo, quienes se unieron con los sectores más reaccionarios para consumar el nefasto primer golpe de Estado en la Argentina, el 6 de septiembre de 1930.
Ellos dos, y quienes estaban detrás de ellos, inauguraron en el país un oscuro período de más de 50 años en el que se perdió la República, y en el cual el pueblo sólo fugaz e intermitentemente pudo disfrutar de sus derechos.
Tras el golpe del 30, Mosconi renunció a su cargo porque no quería trabajar para un gobierno golpista antidemocrático. El dictador Uriburu lo citó en la Casa Rosada para ordenarle que viajara a Italia en misión de estudios.
Era un destierro disfrazado.
Al regreso, en 1931, el general Justo lo designó director de Tiro y Esgrima del Ejército. El viejo luchador quedaba relegado así a un papel protocolar.
Poco después, en 1933, Mosconi sufrió un ataque de hemiplejía que soportó a lo largo de siete años. El 31 de diciembre de ese mismo año fue retirado del servicio activo del Ejército con el grado de general de división. Ya retirado de su vida profesional y pública y mientras libraba una dura batalla por su vida, testimonió su obra al servicio del país en su libro El Petróleo Argentino – 1922-1930.
Inválido y en el ostracismo político, Enrique Mosconi falleció el martes 4 de junio de 1940.
Al morir, en su cuenta personal del banco de la Provincia de Buenos Aires, tenía un saldo de $ 9,90 y la casa que compartía con sus dos hermanas en la calle Aráoz 2592, adquirida con un préstamo del Banco Hipotecario Nacional, se encontraba hipotecada por falta de pago de cuotas.