En estos días aciagos, a partir de la arrolladora embestida mundial de la pandemia del coronavirus, se intenta conocer cómo se combatió y quiénes se enfrentaron con otros tipos de virus en el pasado, quiénes estuvieron detrás de las acciones científicas y médicas que lograron alguna solución.
Uno de los hombres más probos en el tema fue el español Juan Bautista Peset, un médico con un marcado carácter científico que se apasionó por investigar las pandemias que asolaban Europa a principios del siglo XX y producían verdaderas catástrofes, principalmente entre los sectores de las poblaciones más desguarnecidos.
Peset había terminado su carrera a los 22 años y a partir de allí se encerró en los laboratorios y salía sólo para hacer recorridos de territorios afectados y tomar pruebas.
Peset apuntó rápidamente a las pésimas condiciones higiénicas y sanitarias en las que se encontraban los poblados y que muy bien retrataría el cineasta Luis Buñuel en sus primeras incursiones fílmicas en el descarnado documental Tierra sin pan, de 1933, donde un virus hace estragos entre los habitantes de una aldea española.
Peset había trabajado denodadamente en descubrir algún antídoto para la fiebre tifoidea desde el laboratorio bacteriológico de Sevilla, que conducía. Poco antes, había viajado a París para estudiar una vacuna contra esa enfermedad y a su vuelta comenzó a articular campañas de vacunación.
Una frágil seguridad sanitaria
A tono con la pandemia de la llamada Gripe Española, en 1918, Peset desarrolló una vacuna contra algunas de las complicaciones más graves de ese virus que sirvieron para las epidemias desatadas en localidades del interior español muy pobres y olvidadas logrando frenar su avance.
Peset se trasladó a esos pueblos pese a las advertencias de que los sistemas de seguridad sanitaria eran muy frágiles o casi inexistentes y tomó muestras de hisopados a los contagiados para analizarlas.
En esa estadía, además, detectó enfermos de fiebre tifoidea, lo que le hizo ver que el problema clave estaba en que la salud no era un problema prioritario para las autoridades políticas, que desechaban cualquier gasto en prevención para que esas tragedias no ocurriesen o fueran detectadas con el suficiente tiempo para ser tratadas.
Uno de los descubrimientos de Peset en ese trabajo de campo en el que arriesgaba su propia salud fue que buena parte de la transmisión tenía que ver con que el agua utilizada para limpiar no servía porque contenía bacilos, es decir, se trataba de agua infectada.
Peset también llevó adelante una campaña agresiva de tratamiento y vacunación en otras poblaciones ya en el periodo más agresivo de la pandemia de Fiebre Española.
El médico había conseguido fabricar una vacuna que resultó muy eficaz contra el neumococo (causa la neumonía), el microorganismo identificado como el más perjudicial en los casos más graves y el causante de las complicaciones respiratorias más severas de la enfermedad.
En las décadas siguientes las investigaciones de Peset fueron consideradas como unas de las que tenían más rigor científico de las que existían hasta entonces en la comunidad médica mundial y que mucho tenía que ver con sus traslados a los territorios donde las pestes se enseñoreaban.
Textos científicos de su autoría habían sido publicados en prestigiosas revistas con ejes en las epidemias y pandemias de la Europa de su tiempo.
Sin tiempo para las “pestes”
Ya instalada la Segunda República en España, Peset, que tenía profundas convicciones políticas, se ilusionó con que las cosas podrían cambiar.
Pero fueron tantos los frentes abiertos para ocuparse durante los cinco años que duró la república hasta el golpe franquista, que no le dieron tiempo de ocuparse como hubiera querido de las “pestes”, como las llamaba.
Fue primero militante de Acción Republicana y, más tarde, de Izquierda Republicana, ambos partidos fundados por el periodista, político y escritor radical Manuel Azaña, quien sería presidente de la república.
Peset fue candidato del Frente Popular en las elecciones de 1936 y resultó elegido diputado por Valencia. En mayo de 1935 participó en un multitudinario mitin de Manuel Azaña en Valencia, que reunió a sesenta mil personas y ahí se refirió a la atención que debía tener la salud pública en relación con las epidemias.
Durante la República fue rector de la Universidad de Valencia y ya durante la Guerra Civil ayudó a perseguidos por las milicias franquistas en la zona republicana, atendiendo heridos y refugiando gente en su propia casa. Había actuado también como inspector de los hospitales de guerra y fue responsable de varios hospitales.
Salud pública: una cuestión política
Tras el triunfo del franquismo, y un tanto reacio a exiliarse porque todavía debía atender gente, fue rápidamente apresado igual que otros colegas científicos e investigadores por “sus actuaciones en las zonas que han sufrido la dominación marxista, y por su pertinaz política antinacional y antiespañola”, tal como rezaba la orden de arresto.
Con igual celeridad que su detención, en 1940 fue sometido a consejo de guerra donde se lo acusó de auxiliar a los rebeldes republicanos y condenado a muerte.
Algunos médicos que profesaban el credo franquista pero que reconocían su capacidad y su talento, y que había logrado avances sustanciales para combatir los virus epidémicos intentaron que la sentencia fuese conmutada por una prisión a 30 años y hasta llegaron a pedir que se le permitiera seguir investigando durante ese tiempo. Incluso algunos colegas organizaron, desde el exilio en Francia, una campaña para lograr un indulto en la que participaron reconocidos científicos de Europa y Estados Unidos.
Pero la ignorancia y el salvajismo del nuevo gobierno español, fusionados en la persona del general Franco, hicieron caso omiso del pedido y se dejó firme la sentencia.
De este modo, el franquismo hacía desaparecer a un pionero en la investigación epidemiológica, que ya marcaba en su época cuáles eran las principales deficiencias sanitarias a la hora de enfrentar las pandemias y que mucho hubiera contribuido para encontrar estrategias de combate eficaces.
La muerte de Peset pone de relieve que la salud pública no es otra cosa que una cuestión política.
Una advertencia inútil
En una nublada tarde de marzo de 1940, un pelotón de fusilamiento de la guardia civil aprestaba sus fusiles mientras dos guardias conducían al doctor Paset hasta un paredón de la prisión principal de Valencia.
El médico de 56 años no quiso que le vendaran los ojos y enfrentó de esa forma los disparos de sus asesinos. Esa misma mañana había operado a otro prisionero y había advertido de que en un pabellón había varios enfermos de gripe y que si no se actuaba rápido podía contagiarse todo el penal.
Nadie, salvo los presos que gritaron “Viva la república!” cuando sonaron los disparos, lo escuchó.
Comentarios