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Un día como ayer, hace cien años

Por: Ernesto Del Gesso

El 7 de noviembre de 1910 moría en Milán, Florencio Sánchez, el autor de Canillita, título de una obra teatral que se incorporó al lenguaje cotidiano de la ciudad como símbolo fraternal para la gran familia de trabajadores en la común tarea de repartir y vender diarios. Por eso la fecha de la desaparición física de Florencio Sánchez que lo originó es el Día del Canillita. El apelativo se extendió a Buenos Aires, al país y a otros de América, según consta en distintos diccionarios. El dramaturgo, coronado de éxitos, había partido a  Europa en representación cultural de su patria, la República Oriental del Uruguay. Se descuenta que cuando partió ya estaba enfermo. En Italia su salud se agravó; padecía de tuberculosis diagnosticada por el doctor Pompeo Saibene, médico rosarino que, con Santiago Devic, fueron las dos personas que estuvieron en Milán junto a su lecho a la hora de su muerte. El océano recorrido a la ida pasó a ser la medida de lo lejos que su cuerpo quedó de su patria, de Montevideo, la ciudad donde dio sus primeros pasos ideológicos y artísticos. También lejos de Buenos Aires, donde lo atrapó la fama, y de Rosario donde dejó sentada su ideología, su acción, vocación de dramaturgo y a Canillita.

El título dado a su obra fue tomado de un personaje de la vida real. Era éste casi un niño, vendedor de diarios de la zona del Mercado Central, flacucho, de largas piernas, que él llamaba con ese apodo.  El sobrenombre estuvo vinculado al aspecto físico, pero además, era un típico representante del trabajo infantil, muy común en la época de los conventillos, forma pobre de hogar de donde provenía este muchacho y todos los otros que hacían su mismo trabajo.

La pieza marca etapas en la  historia de la vida del autor. En su juventud compartió el pensamiento anarquista y comprometió su naciente pluma en el Centro Internacional de Estudios Sociales de Montevideo escribiendo gacetillas y pequeñas obras, simples, satíricas y simpáticas para los obreros que fueron representadas por los artistas de aquel centro de orientación libertaria. Algunas de ellas fueron Puertas adentro y Ladrones. Esta última la volvería a representar mejorada artísticamente y adaptada a nuevos ambientes y personajes en Rosario y Buenos Aires. Aquí será Canillita, y su representación no fue una idea directa sino causa de una situación muy propia de la vida bohemia de Florencio Sánchez. Bohemia señalada por Lisandro de la Torre que lo había contratado como periodista y redactor del diario La República que dirigía por 1898.

Ésta es la razón de la presencia del oriental en Rosario, donde a los pocos meses presentó su renuncia y se marchó a Buenos Aires. Lo hizo para no comprometer al diario y a su director con sus actividades, que eran observadas por la Policía.

Rosario, ciudad portuaria, que venía poblándose de inmigrantes, le brindaba mucho de lo que su vida pretendía. Aprovechó los cafés del día y los cafetines de la noche y con quien hablar de anarquismo. De la Torre había llegado a estimarlo por la calidad de su periodismo, cosa que escribió a un amigo y en la misiva agregó que era “un bohemio incapaz de someterse a ninguna disciplina de trabajo”. Sin embargo, radicado en Buenos Aires y sin abandonar los cafés, frecuentó ámbitos y  amistades entre la gente de letras tales como José Ingenieros, Gregorio de Laferrere, Enrique García Velloso, Juan José de Soiza Reilly, su compatriota Enrique Rodó y Evaristo Carriego, amistad que Borges señala en su Evaristo Carriego.

Las vueltas de la vida lo trajeron nuevamente a Rosario en 1901 y otra vez al diario La República, que ya no pertenecía a De la Torre sino a Emilio Schiffner, inmigrante alemán, hombre de negocios, de destacada actuación en la política local y cultural, enfrentado con el oficialista El Municipio. Sánchez era el periodista combativo que necesitaba y lo llevó a la dirección del diario.

No se equivocó: era el hombre ideal para esta disputa, pero no conocía al Sánchez completo. Primero le preocupó la participación de Florencio en largas charlas en los cafés del Mercado Central con sindicalistas y obreros. Estos contactos tuvieron su efecto cuando el personal del diario se declaró en huelga por la negativa al aumento de sueldos solicitado. Schiffner se encontró con su director apoyando a los huelguistas. Así terminó Florencio Sánchez su múltiple actuación en el diario La República, del que fue cronista, director y huelguista.

Con periodistas amigos, Ramón C. Cornell y Miguel Ángel Correa, participó en la edición de un nuevo diario titulado La Época que no tuvo mucha duración. Uno de los socios mencionados, el segundo, llegaría a ser uno de los escritores clásicos santafesinos de trascendencia nacional bajo el seudónimo de Mateo Booz. En la Revista de Historia de Rosario Nº 19, de 1970, se publica un artículo de 1931 firmado con el seudónimo, relatando parte de las experiencias vividas con su amigo Florencio Sánchez.

Aparte de periodista, Sánchez también tenía espíritu de dramaturgo, aún cuando esa virtud no la había explotado plenamente. Y, como señala algún autor, mientras el café con leche salvaba la situación hasta el lanzamiento de La Época, escribió un sainete de costumbres rosarinas que tituló La gente honesta, que firmó con el seudónimo de Luciano Stein.

Aprovechó que había quedado libre el Nuevo Politeama, galpón donde posteriormente se edificaría el cine teatro Odeón, para ocuparlo con su obra, propuesta a la compañía de zarzuelas del actor Enrique Gil. Se estableció la fecha del estreno para el 26 de junio de 1902.

A medida que se iban conociendo posibles versiones del sainete sobre costumbres de la ciudad y la representación, no muy gratificante, de gente destacada de la sociedad, surgían preocupaciones. Se supo que entre los personajes aparecía un tal Chifle, que sería la personificación del propietario de La República, por lo cual se movieron las influencias y la Policía clausuró el teatro dos horas antes del estreno, con mucho público en el hall comprando la edición especial de la La Época con el texto completo del sainete porque se había corrido el rumor de la prohibición.

La protesta del público fue compartida por el mismo Sánchez saliendo a gritar su descontento por las calles y varios de los manifestantes, incluso Florencio, fueron detenidos pero liberados luego del sumario.

El conocimiento del contenido del sainete había asegurado buena taquilla para la obra y la censura, como siempre ocurre, hizo popular a Sánchez, quien se motivó para intentar ocupar un nuevo escenario. Hurgó en su mente y sus papeles y, entre estos últimos apareció Ladrones, la obrita de los tiempos del Centro Libertario en Montevideo. La mejoró artísticamente, la adecuó al ámbito rosarino y agregó el personaje que llamó “Canillita”. Se estrenó el 1º de octubre de 1902 en el teatro La Comedia por la compañía española de zarzuelas de Enrique Lloret. El papel de Canillita recayó en una mujer, Julia Iñíguez, llamada “La tiple Iñíguez” por poseer la más aguda del tipo de voces humanas, lo cual es muy propio de las mujeres. La música de fondo estuvo a cargo de un compatriota de Sánchez, Cayetano Silva, que años después compondría la Marcha San Lorenzo.

Canillita fue un éxito. A pesar de cierta aprensión por el autor, La Capital elogió la obra y a la compañía. Además mencionó como autor a Florencio Sánchez a pesar de que éste se había presentado con el seudónimo de Luciano Stein.

Después del éxito Sánchez tuvo invitaciones para descansar en un pueblo y una estancia de nuestra provincia. El regreso a Rosario sería a la vez la despedida definitiva de la ciudad.

Continuaría su carrera en Buenos Aires, casi meteórica, con éxitos año tras año, siendo el primero de ellos M’hijo el dotor en 1903 A poco más de un mes del primer paso a la fama, un 25 de setiembre, se casó con Catalina Raventos. La bohemia fue superada por su amor y respeto al de ella y a las esperas sufridas.

Seguirían La Gringa, en 1904, y Barranca abajo, en 1905. El recuerdo de Rosario afloraría con Canillita, presentada el 4 de enero de 1904, y con La gente honesta, la prohibida, adecuada a Palermo y porteños en enero de 1907 como Los curdas. Ambas tuvieron mucho éxito a pesar de ser ofrecidas en enero, cuando el estío puede llegar a dejar vacíos los teatros.

En 1907, 1908 y 1909 Florencio Sánchez estrenó tres obras en Montevideo y después partió a Europa. A modo de epílogo valen unos renglones alternados de los versos que le dedicó su amigo Evaristo Carriego: “… Ingrato… ¿Te parece poco /que jamás volvamos a encontrar tus huellas? //… ¡Irte a las estrellas! ¡Adiós, Canillita!”.

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