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Un cometa llamado Xul Solar

Por Rubén Alejandro Fraga.- Se cumplen 126 años del nacimiento del polifacético, esotérico y autodidacta artista amigo de Jorge Luis Borges.

fraga“Qué raro que la gente piense que es mejor creer en un solo Dios. Es un error. Si Dios es bueno, conviene que haya muchos dioses. Cuantos más dioses, mejor”. La frase, dicha cierta vez a su amigo Jorge Luis Borges, es de Xul Solar, el polifacético, esotérico y autodidacta artista de cuyo nacimiento se cumplen hoy 126 años.

Pintor, dibujante, astrólogo, inventor, metafísico, músico, lingüista, titiritero, arquitecto, diseñador, mago, creador de un mundo plástico inclasificable, cruzado por enigmas cabalísticos y secretos esotéricos, Xul fue un personaje clave para la cultura de Buenos Aires.

Pasó por la historia del arte argentino como un cometa. No tuvo antecesores ni dejó discípulos. “Pero limitar a Xul Solar al espacio del arte sería empobrecerlo. Xul se sale de la pintura por todos los costados”, señaló el escritor, abogado y periodista Álvaro Abós, autor de la biografía Xul Solar. Pintor del misterio (Sudamericana, 2004) en la que, haciendo eje en esa cualidad polifacética, trata de explicar la diversidad en la formación, los saberes religiosos y profanos de Xul así como en las fuentes de su fabulosa creación artística.

“Múltiple fue también el ser humano Xul, un hombre a la vez carismático y reservado, universal pero inconfundiblemente argentino”, sostiene Abós.

Oscar Alejandro Agustín Schulz Solari nació el miércoles 14 de diciembre de 1887 en la localidad bonaerense de San Fernando. Era hijo del ingeniero letón de origen alemán Emilio Schulz Riga y la italiana Agustina Solari, y se rebautizó a sí mismo, en el arte, como Xul Solar, por adaptación de sus dos apellidos: el Schulz se convirtió en Xul y el Solari en Solar.

Desde joven se interesó por la literatura, la música y la pintura. Estudió violín y piano y a los 22 años comenzó a escribir poesías. Luego de cursar dos años de la carrera de arquitectura en la Universidad de Buenos Aires, e iniciarse en el arte sin maestros, Xul, a los 25 años de edad, se embarcó rumbo a Londres.

Así, entre 1912 y 1924 deambuló por un viejo continente convulsionado por revoluciones, estéticas, políticas y sociales, incluida una guerra sangrienta.

Se empapó de arte antiguo y nuevo, frecuentó la vanguardia parisina de Picasso, Apollinaire y Modigliani. Xul paraba en Zoagli, un pueblito de la Riviera Lígure, pero vivió largas temporadas en París, en Florencia, en Londres, en Munich, a veces en compañía de otro joven que sería un argentino universal: Emilio Pettoruti.

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Ilustración: Facundo Vitiello

En 1916, durante su estadía en París, adoptó su nombre artístico. Pettoruti y Xul regresaron juntos a la Argentina en 1924. A su regreso al país, Xul se relacionó con los escritores que batallaban por la revolución estética, por lo “nuevo”, entre quienes estaban Macedonio Fernández, Victoria Ocampo, Oliverio Girondo, Norah Lange y Evar Méndez. Y formó parte de la revista Martín Fierro (1924-1927), donde trabó amistad con Jorge Luis Borges y Leopoldo Marechal.

Entre Borges y Xul nació de inmediato una amistad singular, plena de mutua admiración. Personaje excéntrico, versado en religiones, en astrología, ciencias ocultas, idiomas y mitologías, Borges contribuyó a que se lo conociera, exaltando su figura singular, antes que su obra.

“Xul era el hombre más capaz de amistad que he conocido. Creo que le debo quizás las mejores horas de mi vida, leyendo y discutiendo, y, sobre todo, dejándome enseñar por él”, recordó Borges en la conferencia que dictó en septiembre de 1980 en la Fundación San Telmo.

Y Leopoldo Marechal creó para él al personaje del astrólogo Schultze en su novela Adán Buenosayres.

Además, sus amigos martinfierristas se encargaron de divulgar que era inventor de una pan-lengua, que de algún modo reflejaba todas las lenguas de la Tierra, y del neocriollo. También inventó un pan-ajedrez, en el que las casillas convencionales eran más y se relacionaban con las constelaciones y los signos zodiacales.

Según su amigo Borges, Xul había creado varias cosmogonías en una sola tarde. La pintura de Xul Solar es fantástica, antes que surrealista, como a veces se la definió. Pletórica de poesía, espiritualista, refractaria a lo racional y en la que casi nunca estaba ausente el humor.

En todas sus creaciones aflora siempre una enorme frescura de espíritu, una notoria intención de asombrarse y divertirse, así como de asombrar y divertir a los otros.

Cuerpos, máscaras, astros, cúpulas, ojos, banderas, escaleras, edificios, figuras precolombinas, signos de todas las religiones, flotan en el espacio, sin apoyatura. Recuerdan al arte primitivo rupestre y sugieren la realidad como una serie de visiones sin tiempo ni espacio.

Es imposible estimar cuántos cuadros pintó Xul, pero quizás rondan los mil. Sin embargo, expuso poco en vida, ya que puso toda su energía en la obra y no en la difusión.

Al respecto, Abós destaca que Xul fue un aventurero espiritual: viajó por el mundo, por las religiones, el ocultismo, los lenguajes, la música y la invención.

Lo había iniciado en el esoterismo uno de los ocultistas más populares y controvertidos, el inglés Aleister Crowley (1875-1947) conocido como “la Bestia”, cuya faz ilustró a comienzos de la década de 1960 la tapa de un álbum de Los Beatles, lo que llevó a su redescubrimiento.

En esa senda, Xul Solar estudió la Cábala, el Corán, el I Ching, el Tarot, las leyendas celtas y la Edda Mayor así como las fuentes del hinduismo y del budismo.

Leyó a los grandes autores de la literatura mundial cuya obra se relacionaba con las enseñanzas herméticas, desde Dante Alighieri, el autor de la Divina Comedia, jefe de la asociación templaria Fede Santa, a William Blake. Pero también frecuentó a Swedenborg, Milton, Goethe, Narval, Poe, Baudelaire, Mallarmé. Además se interesó en los cultos de la América precolombina. “Cuanto más sé, más quiero saber”, confesaba.

Xul Solar murió el martes 9 de abril de 1963, en su casa del Delta del Tigre, sobre el río Luján. Dicen que no le daba mayor importancia a la muerte ya que creía en la reencarnación.

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