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Hubo tres premiados

Un científico rosarino fue distinguido por sus estudios vinculados al Parkinson

Andrés Binolfi, investigador del Conicet y director del Laboratorio de Biología Estructural-Celular en el IBR, obtuvo una mención especial ya que con los avances en la investigación se podrían identificar marcadores tempranos de las enfermedades y nuevos blancos de acción terapéutica


Andrea Gamarnik, directora del Instituto de Investigaciones Bioquímicas de Buenos Aires (IIBBA, FIL-CONICET), entregó una mención especial a Andrés Binolfi, investigador del Instituto de Biología Molecular y Celular de Rosario (IBR), que depende del CONICET y de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Créditos: Instituto Leloir

El rosarino Andrés Binolfi recibió una distinción en los Premio Fima Leloir 2019. Binolfi y su equipo lograron caracterizar por primera vez y con resolución atómica las propiedades conformacionales, la estabilidad y la actividad enzimática de ciertas proteínas relacionadas con la enfermedad de Parkinson y las afecciones cardiovasculares, lo que podría conducir a identificar marcadores tempranos de las enfermedades y nuevos blancos de acción terapéutica.

María Soledad Espósito fue distinguida en el campo de las neurociencias y Federico Ariel, biólogo vegetal que busca desarrollar nuevas estrategias de agricultura sustentable, ganó el Premio Fima Leloir 2019 “A la Excelencia Científica de Jóvenes Investigadores”, una distinción instituida por Josefina Hortensia “Fima” Leloir, sobrina y ahijada del doctor Luis Federico Leloir, Nobel de Química 1970.

Josefina Hortensia Leloir, sobrina y ahijada de Luis Federico Leloir, Nobel de Química 1970, entregó el Premio Fima Leloir a Federico Ariel, investigador del Instituto de Agrobiotecnología del Litoral (IAL-CONICET) con sede en la ciudad de Santa Fe. Créditos: Esteban Rosso
Angeles Zorreguieta, directora de la Fundación Instituto Leloir, entregó una mención especial a María Soledad Espósito, investigadora del Centro Atómico Bariloche y de la Comisión Nacional de Energía Atómica. Créditos: Francisco Disabato

 

Para el premio se postularon 170 investigadores jóvenes que cumplían con los requisitos de la convocatoria: haber obtenido el título de doctor con menos de 10 de años de antigüedad, residir en Argentina, pertenecer al sistema científico, y contribuir de forma destacada en las áreas de las ciencias biomédicas, la biología o la fisiología.

Andrés Binolfi, investigador del CONICET que dirige el Laboratorio de Biología Estructural-Celular en el IBR, también ganó una mención especial “por sus excelentes antecedentes científicos y su vocación innovadora en el estudio de las proteínas en su entorno celular”, según puntualizó el jurado.

En estos tiempos de adversidad, el reconocimiento de la comunidad al trabajo que realizamos es una gran motivación para continuar y fortalecer nuestro compromiso con el desarrollo de la ciencia en Argentina”, indicó Binolfi, un biotecnólogo de la UNR que después de doctorarse en ciencias biológicas hizo su posdoctorado en el Instituto Leibniz de Farmacología Molecular, en Berlín, Alemania.

Empleando la resonancia magnética nuclear en células vivas, Binolfi y su equipo lograron caracterizar por primera vez y con resolución atómica las propiedades conformacionales, la estabilidad y la actividad enzimática de ciertas proteínas relacionadas con la enfermedad de Parkinson y las afecciones cardiovasculares, lo que podría conducir a “identificar marcadores tempranos de las enfermedades y nuevos blancos de acción terapéutica”, dijo Binolfi.

Por sus contribuciones de alto nivel científico en el campo de las neurociencias, María Soledad Espósito, directora del Laboratorio de Neurobiología del Movimiento en el Departamento de Física Médica del Centro Atómico Bariloche y de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), recibió una mención especial.

“Este reconocimiento es un incentivo más para hacer ciencia en la Argentina de la mejor calidad posible”, afirmó Espósito, quien realizó su doctorado en la Fundación Instituto Leloir.

En sus trabajos con modelos animales, Espósito describió desde el punto de vista anatómico y funcional regiones del cerebro localizadas en el tronco encefálico que participan en el control de diferentes tipos de movimientos. Y comprobó la existencia de “módulos” que “funcionarían como llaves de encendido de movimientos específicos, como el alcance y agarre, la locomoción, o la inmovilidad en respuesta al miedo”, explica la bióloga graduada en la UBA. El hallazgo podría favorecer en el futuro el desarrollo de terapias para lesiones o enfermedades neurodegenerativas.

Ariel, biotecnólogo y director del Laboratorio de Epigenética y ARNs No Codificantes del Instituto de Agrobiotecnología del Litoral (IAL), con sede en la ciudad de Santa Fe y dependiente del CONICET, recibió el máximo galardón. Los estudios que le granjearon el premio se relacionan con la genética de las plantas. Llamativamente, apenas una pequeña porción de todo el ADN tiene instrucciones para fabricar secuencias de proteínas. El resto se conoce como ADN “no codificante”, y durante décadas se lo consideró “ADN basura”, sin ninguna función aparente.

“Sin embargo, en los últimos años han surgido numerosos estudios que demuestran que en realidad el ADN no codificante puede igualmente transcribirse a ARNs [mediadores entre la información genética del ADN y la síntesis de proteínas], que cumplen muy diversas funciones en el desarrollo de los seres vivos”, explicó el investigador del CONICET. Y agregó que la “desregulación” de esos segmentos genéticos está asociada a numerosas enfermedades humanas y animales, además de participar en la adaptación de las plantas al ambiente.

Ante el “devastador” avance de la humanidad sobre la naturaleza, “urge pensar nuevas estrategias de agricultura sustentable que respeten nuestro planeta”, indicó Ariel, quien agregó que para alcanzar ese objetivo “es necesario comprender mejor cómo funcionan las plantas, cómo convergen en su desarrollo las señales internas del organismo y las condiciones del ambiente”.

El científico santafesino hizo su posdoctorado en el Instituto de Ciencias de las Plantas Paris-Saclay (IPS2), en Francia, y volvió a Argentina como científico repatriado a comienzos de 2016 para montar su propio laboratorio. “Regresé en una época difícil por la fuerte desinversión y asfixiante ajuste que se aplicó al sector de la ciencia y tecnología. El esfuerzo que hicimos como equipo fue enorme, y seguimos luchando por llevar adelante nuestros proyectos”, aseguró. Al recibir el galardón, Ariel afirmó: “Entiendo este premio como un reconocimiento a la resistencia”.

“En un mundo que valora el éxito fácil, buscamos resaltar el esfuerzo y la creatividad de científicos jóvenes que encaran preguntas fundamentales de la vida, que nos van a permitir entender el mundo y enfrentar sus desafíos. El premio Fima Leloir es un respaldo económico importante y un mensaje sobre los valores que nos guían como Institución. Impulsar la ciencia en Argentina es el único modelo de crecimiento, y por eso apostamos fuerte a los jóvenes, porque piensan distinto y toman riesgos. Porque queremos que sigan convirtiendo lo desconocido en nuevo, y que lo hagan con total convicción”, afirma Alejandro Schinder, presidente de la Fundación Instituto Leloir.

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