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Un análisis de la violencia en los últimos siete siglos

El autor evalúa el comportamiento agresivo en la Europa Occidental desde el siglo XIII hasta la actualidad.

La violencia ha sido consustancial a la historia del hombre, a pesar de que no siempre se ha tenido la misma percepción sobre su existencia, según sostiene el historiador francés Robert Muchembled en su flamante obra “Una historia de la violencia”, que analiza el comportamiento agresivo en la Europa Occidental desde el siglo XIII hasta la actualidad.

El autor de “El orgasmo en Occidente” analiza en esta ocasión la valoración sociocultural del fenómeno de la violencia en los últimos siete siglos, entre el estertor de la Edad Media y los primeros balbuceos del tercer milenio, a lo largo de los años y a lo ancho del mundo, aunque haciendo hincapié en la historia francesa.

“La palabra violencia aparece a principios del siglo XIII; deriva del latín vis, que significa fuerza, vigor, y caracteriza a un ser humano de carácter iracundo y brutal”, analiza el ensayista, para quien el término se habría acuñado para describir las expresiones más funestas de dicho vigor.

Desde la antigüedad, las comunidades más avanzadas han encontrado algún método por canalizar o reprimir la agresividad y a partir de la época medieval se consolidó una ética de inspiración cristiana que buscó anteponer la vida humana a cualquier otra consideración, al tiempo que el insulto y la agresión, las peleas y el derramamiento de sangre han sido estigmatizados en Occidente.

Esa “condena social” a los episodios violentos se reforzó con medidas disuasorias como la prisión –que recluye y excluye a los individuos inadaptados– o las multas, que pacifican y contribuyen a la recaudación de fondos, según rastrea Muchembled en su libro.

Con la Edad Moderna, paradójicamente, la Justicia aumentó la mano dura: “Los tribunales penales ven transformarse en todas partes su función. Ya no tienen como meta principal tratar de reconciliar a los adversarios, sino culpabilizar y castigar duramente a los autores de homicidios”, escribe el ensayista.

En “Una historia de la violencia”, Muchembled explica que la violencia no desaparece nunca del escenario social y señala una paradoja: el Estado moderno desarma a la ciudadanía y arma a sus órganos de control –el ejército primero, la Policía después–, generaliza el recurso de la tortura –un “terror salvífico”, según sus defensores– y transforma las ejecuciones públicas en escenificaciones del destino último del criminal.

“El Estado no erradica la violencia, la instrumentaliza, la dosifica, la monopoliza. La autoridad hace suyo el mandamiento bíblico no matarás, y añade: «A menos que sea yo quien te lo mande»”, apunta el autor en la obra editada por el sello Paidós.

“El Estado necesita controlar la agresividad de sus súbditos para canalizar mejor la de sus ejércitos hacia el terreno fundamental de la confrontación lícita contra los enemigos –advierte–. Se alimenta el odio al enemigo exterior (en muchos casos, se inventa un enemigo exterior), lo que genera un doble rasero aplicado alegremente todavía hoy: si somos agredidos, hablamos de atentados; si agredimos, es para hacer justicia”.

Muchembled es profesor en la Universidad Paris-Nord, profesor visitante en la Universidad de Michigan en Ann Arbor, y antiguo miembro del Institute for Advanced Study, de Princenton, además de autor de más de veinte obras traducidas a diversas lenguas, como “Una historia del diablo” (2004) y “El orgasmo en Occidente” (2008).

A diferencia de los enfoques clásicos, el autor está convencido de que la brutalidad y el homicidio iniciaron un descenso constante a partir del siglo XIII, lo cual parece abonar la teoría de la civilización de las buenas costumbres, de la domesticación e incluso la sublimación progresiva de la violencia.

“La explicación principal de las oleadas recientes de brutalidad destructiva en Europa reside en las cada vez mayores dificultades con que se encuentran los más desfavorecidos, especialmente las nuevas generaciones, por hacerse con su parte del pastel social en un período fuertemente marcado por el desempleo y el futuro”, establece Muchembled.

El ensayista francés sostiene que la conducta violenta ha ido sufriendo mutaciones causales, a excepción de dos constantes que se mantienen a lo largo de los siglos: el sexo y la edad.

“Los implicados son sobre todo varones jóvenes de entre 20 y 30 años”, indica Muchembled, que atribuye tan sólo un 10 por ciento de los delitos de sangre, desde la Edad Media, a la mujer.

¿Qué mecanismos se han implementado en Europa para controlar la violencia? Un control social cada vez mayor de los adolescentes varones solteros, además de una educación coercitiva de esos grupos de edad.

Hasta el siglo XVII, la violencia está relacionada con una cuestión de honor, fruto de un sistema de códigos muy precisos. “La violencia asesina no refleja más que la intensidad de las emociones colectivas que unen a un ser con su grupo, hasta el punto de que la venganza se convierte en una obligación sagrada, ya que la pérdida del honor implica también la pérdida de la honra de la familia”, explica el ensayo.

Según Muchembled, la violencia masculina ha desaparecido del espacio público para concentrarse en la esfera doméstica, a la vez que una amplia literatura popular, precursores de los medios de comunicación de masas actuales, asume un rol catártico: los duelos de “Los tres mosqueteros”, así como el género policial que surgió en la narrativa del siglo XIX son una muestra de la sublimación de las pulsiones violentas.

El aumento de la esperanza de vida en el mundo moderno hace que los jóvenes tarden más tiempo en ocupar sus roles sociales y prolonguen su condición de personas dependientes de su familia.

Según Muchembled, la sensación de estancamiento les lleva a desesperarse y recurrir a la violencia “como forma de expresión de un poderoso descontento del mundo juvenil frente a los adultos”, dice el autor. Sin embargo, concluye que “rara vez ese comportamiento desemboca en homicidio”.

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