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Justicia tardía

Un albañil y changarín le ganó un juicio millonario por filiación a su progenitor

Antes de morir, su madre le contó que fue abusada sexualmente por el magnate Eduardo Lapania, cuando trabajaba como empleada doméstica para los padres de éste en la ciudad cordobesa La Falda, y que él era su hijo. Marcelo Urbano decidió hacerse varias pruebas de ADN y le ganó la demanda a su "padre"


Marcelo Urbano es un albañil y changarín que vive en Villa Soto, Córdoba. Antes de morir por una grave enfermedad, su madre le contó que en la década del 60 fue abusada sexualmente por el magnate Eduardo Lapania, cuando trabajaba como empleada para los padres de éste en localidad cordobesa de La Falda, y que él era hijo del empresario. Marcelo, de 58 años, decidió hacerse varias pruebas de ADN, que le dieron la razón, y le inició y ganó un millonario juicio por filiación a su progenitor.

“Ha sido una lucha larga. Después de dos ADN logré encontrar mi identidad. Esta es una reivindicación a mi mamá, que siempre me dijo la verdad e insistió tanto para que esto pasara”, manifestó Marcelo en declaraciones al canal de noticias C5N, donde aseguró que repartirá la suma entre sus hijos y nietos. También, le pidió al empresario adinerado que “tenga la dignidad de conocer a sus nietos”. Tras conocerse la verdad: ¿quién repara en el delito original, es decir, la violación de la mujer?

Dos ADN con 99% de compatibilidad sanguínea

Luego de dos ADN que dieron 99% de compatibilidad, la Justicia Civil de la Nación finalmente determinó que Marcelo Urbano, albañil y changarín de 58 años de Villa Soto (Córdoba) es hijo de Eduardo Lapania, por lo que se convertirá en millonario por la demanda hecha contra  quien es su padre aunque antes fue el violador de su madre.

Antes de fallecer producto de una grave enfermedad, su madre le había contado que cuando era empleada doméstica de los padres del empresario Eduardo Lapania, en la década del 60, fue abusada sexualmente por él y quedó embarazada, y que producto de ese embarazo nació él.

A partir de ese momento, Marcelo se realizó dos ADN, que le dieron como resultado un 99% de compatibilidad. En una reunión que mantuvieron en Buenos Aires, el magnate le negó todo y, por pedido de su familia, Marcelo le inició una demanda por daños y perjuicios por 200 millones de pesos. “En el año 87, si no me equivoco, yo tenía 21 años y tuve una breve reunión en la calle Cabildo en Buenos Aires con él, donde negó todo, que no conocía a mi madre y que no podía ser mi padre, todo negativo”, relató Marcelo en una entrevista al canal de noticias C5N.

Finalmente, ante el inicio del juicio filiatorio la justicia determinó que Marcelo Urbano es hijo biológico de Eduardo Lapania. “Ha sido una lucha larga, esperando todos los resultados, que después dieron todos a favor mío. Después de dos ADN logré encontrar mi identidad. Esta es una reivindicación a mi mamá, que siempre me dijo la verdad e insistió tanto para que esto pasara”, manifestó emocionado Marcelo, a la vez que le pidió a su progenitor que “tenga la dignidad de conocer a sus nietos”.

Un violador que se volvió bodeguero

En la actualidad, Eduardo Lapania es un empresario bodegüero y cumple funciones como cónsul honorario de Bélgica en Mendoza.

En 1997, Eduardo Lapania, que hoy tiene 85 años, compró una finca en la provincia de Mendoza pese a no tener experiencia en la industria vitivinícola. En sus inicios, comercializaba uva a grandes bodegas. Dos años después creó la Bodega Don Cristóbal, una empresa familiar de capitales argentino-belgas, ubicada en Luján de Cuyo, sobre la ruta 40.

La compañía vende un millón de botellas por año y cuenta con cuatro viñedos propios. Según reveló su hijo –director de la bodega– en una nota, el 85 por ciento de los productos son exportados a Bélgica, Estados Unidos, Reino Unido, Japón, Alemania, Qatar, Brasil, China, Francia, Canadá, Dinamarca, Holanda y México.

En una entrevista en 2006, el propio Lapania aseguró que “en la vida hay que cambiar tres o cuatro veces de profesión, porque si no podía llegar a ser muy aburrida”.

En cuanto a la suma millonaria que cobrará por haber ganado el juicio, su hijo Marcelo aseguró que no quiere nada para él y que lo repartirá entre sus hijos y nietos.

El delito que nadie ve

En estos días, la mayoría de los medios de comunicación repararon en este caso, en el que un albañil se convierte en millonario tras ganar un juicio filiatorio, pero hasta el momento nadie repara en el delito original que fue la violación de la mujer.

La aceptación de los delitos cometidos por medios sexuales hacia las mujeres han sido históricamente naturalizados socialmente, incluso recreados en muchas de las novelas “de la tarde” donde las y los protagonistas pobres terminaban siendo hijxs de magnates producto de relaciones no consentidas con las empleadas domésticas.

El mito de la mujer que busca engatusar al varón de familia adinerada a través de embarazos que en la mayoría de los casos jamás obtienen reconocimiento de ese lazo biológico, impregna la moral sostenida socialmente. En este caso las y los espectadores son testigos de un hecho de la vida real donde, como en las novelas, se logra hacer justicia, ya que Marcelo Urbano sabe quién es su padre y recibe el dinero que le corresponde.

Una reforma de la intimidad para desmontar la escalada de la violencia societaria

Sin embargo, aquí no hay ningún padre porque la construcción social de la paternidad implica amor y cuidado. Nunca ese vínculo social puede nacer de un hecho violento: la violación.

Ésta célula violenta que nadie ve es la que resulta urgente y necesaria desandar. Tal como lo ha explicado en su obra Las estructuras elementales de la violencia, Rita Segato explica que los delitos por medios sexuales no corresponden a la esfera de la intimidad como históricamente hemos creído.  “Sólo mediante una reforma de la intimidad será posible desmontar la escalada de la violencia societaria, desde los niveles microscópicos de las agresiones domésticas a los niveles macroscópicos de las agresiones bélicas. Para ello también es imprescindible la cooperación entre el derecho y la comunicación, pues el primero transforma las relaciones sociales más por su eficacia simbólica que por la eficacia de las sentencias”, afirma la antropóloga.

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