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Tratado sobre la “animalidad”

El actor Fernán Mirás, que hoy estrena “Un dios salvaje” de Yasmina Reza, sostiene que la clave de las obras de la autora de “Art” está en que “parte de conflictos pequeños para armar situaciones muy complejas”.

Mirás: “Rehuyo las situaciones violentas, les tengo miedo, siempre fui muy pacífico”.
Mirás: “Rehuyo las situaciones violentas, les tengo miedo, siempre fui muy pacífico”.

Por: Patricia Espinosa

La diplomacia y los buenos modales vuelan por los aires en Un dios salvaje, la nueva obra de la dramaturga Yasmina Reza (la autora de Art). El título original en francés, Le dieu du carnage, alude a una “masacre”, si bien en escena, hasta las situaciones más violentas adquieren un rasgo humorístico. Los protagonistas son dos matrimonios que se reúnen para resolver, amigablemente, una pelea entre sus hijos que dejó como saldo dos dientes rotos. Las intenciones son buenas, pero la charla cordial deviene en discusión y de allí en más todo se va descontrolando.

La pieza fue estrenada en París, Londres, Nueva York y Madrid, siempre con elencos de primer nivel. En los roles femeninos se han destacado Isabelle Huppert, Maribel Verdú y Aitana Sánchez-Gijón, y en los masculinos, Ralph Fiennes, James Gandolfini (Los Soprano) y Jeff Daniels, entre otros.

El debut porteño tendrá lugar esta noche en el Paseo La Plaza, con dirección de Javier Daulte y la actuación de Fernán Mirás, María Onetto, Florencia Peña y Gabriel Goity. Mirás, quien habla en esta nota acerca de la pieza, se confesó admirador de la obra de Reza.

—Ya actuó en “Tres versiones de la vida” y ahora en “Un dios salvaje”. Parece que le gusta esta autora.

—También disfruté mucho con Art. La vi como tres veces, dos cuando trabajaba Oscar Martínez y la tercera en Nueva York, protagonizada por Alan Alda. Creo que hay una gran crisis de dramaturgia en el mundo. Cuesta encontrar buenas obras. Reza es uno de los pocos autores interesantes de hoy. Lo que la hace única, es que suele partir de un conflicto muy pequeño y absolutamente cotidiano para armar situaciones muy complejas. En Art era la compra de un cuadro, acá una reunión de padres. Uno no diría que son grandes conflictos. Es como si la autora partiera de una reunión de consorcio, ¿qué tiene eso de interesante? Sin embargo, hay que ver lo que provoca en sus personajes.

—Reza sostiene que hasta la persona más civilizada lleva un salvaje dentro ¿Está de acuerdo?

—Yo creo que, en general, uno es consciente de su conducta civilizada y no tiene el más mínimo registro del momento en el que pierde los estribos. Nos gusta pensarnos como seres civilizados, y así tratamos de educar a nuestros hijos, pero al menor incidente, esa buena voluntad se nos pianta, porque hay una pulsión que se opone a ella. Nadie sabe cuánto de animal lleva adentro.

—Hay quienes se sorprenden de que una obra “tan violenta” haya sido escrita por una mujer.

—Para mí, lo curioso es que este planteo sobre la violencia haya surgido en una sociedad como la francesa, que siempre ha hecho un culto de la civilización y el intelecto. Tengo la sensación de que no me sorprendería si fuera norteamericana, por tratarse de una sociedad mucho más violenta y con gran predilección por las armas de fuego.

—¿Cómo es su relación con la violencia?

—Rehuyo las situaciones violentas, les tengo mucho miedo, siempre fui muy pacífico. Con relación a la obra, creo que hay gente que tiende más a la violencia que otra. Pero a la vez hay otras formas de ejercer violencia. Mi personaje es un abogado que está acostumbrado a pelear y no tiene ningún problema con eso. En cambio, los padres del otro chico tienen un espíritu más conciliador. Pero esto empieza a modificarse y van apareciendo distintos aspectos de esa cosa más salvaje que todos tenemos.

—¿Todos?, ¿incluso los que detestan la violencia?

—Una cosa es que no te guste la violencia y otra es favorecerla con conductas negativas. Hay situaciones que caen como un bombazo en las que uno debería decir algo o incluso gritar. Pero hay gente que no lo hace y eso, a veces, resulta mucho más violento. El personaje de María Onetto es el que sostiene esa bandera de lo racional contra la barbarie, pero nunca se baja de ahí. Y está tan aferrada a ese discurso que termina generando más violencia e irritación que si se pusiera a gritar. Esto es algo que también veo en mi propia manera de ser civilizado.

—¿Usted es de los que canaliza la violencia a través del humor negro?

—Es un código que sólo comparto con un par de amigos. Ya no me siento bien haciendo humor negro.

—Sin embargo, hace poco lo escuchamos contar en radio algunas anécdotas negrísimas. Por ejemplo, aquella vez que le dijo a otro actor, señalando las cenizas de un sahumerio: “Ojo, que hoy vino a verme mamá”.

—Sí. Ese código lo heredé de mi vieja, justamente. Ella compartía con sus amigos esa clase de chistes. Yo siento que el humor negro es una salida ante lo inevitable, algo que nos permite sobrellevar mejor un hecho doloroso. En los momentos más difíciles de mi vida he hecho los mejores chistes. Pero ese humor sólo puedo ejercerlo con gente muy querida y muy cercana. Me ayuda a cerrar heridas. No se hace humor sobre temas que uno no tiene resueltos.

—¿Va a hacer televisión este año?

—En marzo empiezo a grabar Para vestir santos, con Gabriela Toscano, Celeste Cid y Griselda Siciliani. El libro es de Javier Daulte y ya me dijeron que tengo historia con Toscano. No sé más que eso.

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