Cultura

Pintora y poeta rosarina

Tras el legado de Emilia Bertolé

La pintora y poeta rosarina inserta en la historia del arte local viene siendo objeto de distintos proyectos artísticos y editoriales, revalorizándose su figura que, durante décadas, sólo tuvo versiones románticas y estereotipadas.


Desde hace varios años distintos proyectos artísticos y editoriales –sin una explícita relación entre sí pero de evidentes intereses comunes– comenzaron a rescatar a Emilia Bertolé, cuyo legado ya es parte de la historia legendaria del arte rosarino y del país: su obra plástica, producida fundamentalmente entre 1915 y fines de la década del cuarenta, la coloca como una artista de indiscutible nivel.

Su aptitud para la pintura y la belleza de su pluma de poeta comienzan así a revalorizarse tras permanecer, durante décadas, perdidas en versiones románticas y estereotipadas de su figura.

En 2006, la Editorial Municipal de Rosario sacó “Emilia Bertole; Obra pictórica y poética”, un libro importante que propone un buen pantallazo de sus trabajos plásticos, rescata sus dos libros de poesía y contiene una detallada biografía. Increíblemente, no había en Rosario hasta ese entonces un trabajo organizado que dé cuenta de su vida y de su obra, y que funcione como un piso sólido sobre el cual avanzar en busca de nuevas conceptualizaciones.

Recientemente, el director de cine local Gustavo Postiglione estrenó “Las cartas de Emilia”, un documental en donde algunas actrices leen e interpretan fragmentos de su correspondencia, en clave dramática, al tiempo que se entrevista a distintas personas que reflexionan sobre su figura.

Entretanto, apuestas de menor trascendencia pero no por eso menos efectivas se hicieron ver: desde la publicación de poemas sueltos en fanzines y revistas informales de literatura hasta la inclusión de su cuadro Cora como parte de la muestra Museo Urbano, que hizo de las paredes laterales de los edificios céntricos una especie de museo a cielo abierto.

Evidentemente hay una especie de pregunta colectiva, una insistente inquietud, que de distintas maneras quiere saber quién era y qué hizo, realmente, Emilia Bertolé.

La larga marcha

Nacida en la localidad santafesina de El Trébol en 1896, Bertolé llega a Rosario de niña y tras dejar la escuela se forma en el Instituto de Bellas Artes Doménico Morelli junto a Alfredo Guido y Augusto Schiavoni. Su capacidad y su absoluta dedicación, desde temprana edad, llaman la atención de los demás.

En la década del 20 se instala en Buenos Aires y, mientras se convierte en la retratista estrella de las personalidades de la clase alta a fin de sobrevivir y ayudar a su familia –que le brinda un fuerte apoyo pero a la vez la convierte en su sostén económico–, le roba horas al día para dedicarse a su “obra”, que también consistía en retratos, pero cuya producción no estaba atada a exigencias comerciales.

Participa en distintas ediciones del Salón Nacional de Buenos Aires y aunque no expone individualmente en la Capital, sí lo hace, en varias ocasiones, en distintos lugares del país.

Forma parte del grupo Anaconda, cuya figura central era el escritor Horacio Quiroga, y edita el libro “Espejo en Sombra”, en 1927; que fue presentado por Alfonsina Storni. Su estilo simple y enraizado en el romanticismo es de una belleza singular.

Frecuenta las clases altas, los grupos de arte y su imagen cobra notoriedad en la prensa; aunque vale aclarar, se hablaba de ella sobre todo a partir de su figura elegante, linda y misteriosa, y no de su trabajo artístico.

Con la crisis del 30 comienzan a desaparecer los retratos por encargo y su economía, ligada siempre a sostener la economía familiar, decae. Ilustra revistas de época y libros. Redobla esfuerzos. La muerte de su padre en 1944 y las ya escasas entradas de dinero la traen de vuelta a la ciudad, que la reconoce y le permite volver a trabajar. En 1949 fallece de un derrame cerebral.

Como puede verse, su vida fue una larga marcha, una lucha que no cesó hasta el día final.

Bertolé en su lugar

“Desde una perspectiva contemporánea veo la necesidad de reivindicar a Emilia Bertolé como una trabajadora del arte de principios del siglo XX, que se formó desde niña y dejó Rosario para instalarse en Buenos Aires, transformándose en precursora por su forma de vida. Tuvo la convicción de dedicar tiempo completo a forjar un estilo propio y ser reconocida por su trabajo, pero también la inmensa responsabilidad de generar ingresos para mantener a su familia, algo poco común para una mujer de esa época”, reflexiona Victoria Noya, que se encuentra trabajando actualmente sobre su correspondencia junto con la editorial Dankee, de nuestra ciudad, con el fin de publicar parta de ella.

La mirada de Noya propone no sólo aportar datos y amplificar la biografía de Bertolé. Sobre todo, insiste en la resignificación de su obra y figura.

“Me llama  la atención la construcción mediática y social que se hizo de Bertolé a lo largo del tiempo, todo lo que ha sido dicho sobre su vida y en cómo fue pensada hasta ahora”, –comenta–. Muchas veces se ha puesto más acento en su misteriosa vida personal que en su extensa producción pictórica, de la que conocemos una parte”.

Si se tiene en cuanta la enorme demanda laboral que afrontó Bertolé sobre todo en la década del 20, ciertamente se llega a pensar que de su obra pictórica se conoce tan solo una parte pequeña. A muchos de sus cuadros –los que no están en museos o en colecciones privadas de fácil acceso–, se les ha ido perdiendo el rastro.

“A través de numerosos recortes de prensa se puede notar la exagerada atención puesta en su belleza y el hecho de que nunca haya formado familia, que era el único destino esperable para una mujer a principios del siglo pasado. Probablemente éste haya sido el origen de algunas consideraciones reduccionistas, así como de la escasa difusión de su trabajo por fuera de algunos circuitos especializados. Por su labor pictórica y poética debemos a Bertolé el reconocimiento de ser una de las más grandes artistas de su época”, concluye Noya.

Por Santiago Beretta / Especial para El Ciudadano

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