Desde diciembre del año pasado hasta ahora, altas temperaturas azotan la ciudad y trabajar al rayo de sol se torna insufrible y hasta inhumano. Sin embargo, trabajadores acostumbrados y obligados en el quehacer cotidiano encuentran una salida. Inspectores de tránsito, banderilleros de playas de estacionamiento, albañiles, parrilleros, diarieros y estatuas vivientes cumplen su labor expuestos al sol. Sin embargo, día a día, ponen a prueba su pasión por el oficio –o su necesidad de trabajar– cuando deben soportar, como ocurrió más de una vez en las últimas semanas, más de 40 grados de sensación térmica. Aquí, algunos oficios a los que el sol no da tregua.
La Inspectora
El inspector de tránsito es una de las víctimas de estos oficios con este clima. Micaela tiene 23 años y hace poco más de un año que su labor es dirigir el tránsito en pleno centro. Su zona de trabajo es la esquina de San Lorenzo y Sarmiento y explicó a El Ciudadano que su tarea es trabajar siempre de a dos, es decir, que se van reemplazando: cuando dirige un inspector, otro “limpia” la cuadra, por ejemplo. Y a la vez puede resguardarse por unos minutos de los rayos de Febo.
“Nuestro uniforme es muy caluroso. El pantalón es color negro y grueso, los borcegos cerrados y pesados, la camisa también. Un día me desmayé dirigiendo el tránsito, me bajó la presión y me socorrieron”, recordó la mujer, mientras se preparaba para volver a su tarea.
Estar en la calle mucho tiempo da otra visión del afuera: Micaela contó, por ejemplo, que son muchas las personas que se descomponen en la vía pública, y en algunas oportunidades son ellos los primeros en atenderlos. Han tenido que llamar a la ambulancia, llevar personas a un lugar con aire acondicionado –en un negocio o en un banco–, y en algunos casos, hasta se tuvieron que hacer cargo de llamar a los familiares.
“Para apaciguar el calor traemos botellas de agua congelada y las guardamos en el bolso. El diariero de la esquina también nos guarda las botellas en un rinconcito del puesto. Me pongo mucho protector solar y con el intenso calor transpiro más. Me tengo que cuidar la piel porque no puedo tomar sol”, lamentó la inspectora de tránsito.
Micaela recuerda que un día de mucho calor, en su descanso, estaba tomando agua, pasó un hombre y le dijo que era “una vergüenza” lo que estaba haciendo, y que tenía que ponerse a trabajar. Gajes: “Se sufre muchísimo el calor. Algunos no entienden que nosotros tenemos derecho a hidratarnos, a descansar un rato, a estar un poco en la sombra. Muchos hasta insultan y nos tratan de «ñoquis», y no ven nuestro verdadero trabajo. Lo bueno es que interactuamos con la gente y la ayudamos. Realmente este oficio es duro y complicado, pero cuando llego a mi casa, me saco todo y se me pasa”, concluyó Micaela.
Al calor de las brasas
Luis Oviedo es oriundo de Las Rosas y hace más de 10 años que vive en Rosario. Tiene 47 años y más de 20 en la espalda como asador. Actualmente trabaja en “Lo Mejor del Centro”, la parrilla recuperada por sus trabajadores que funciona en forma cooperativa en Santa Fe al 1100. Es un ambiente de comedor familiar que no tiene mesas en la vereda, pero sí parrillero a la vista y a la calle.
Cuando en las mesas los comensales disfrutan de un vacío, un carré de cerdo, un bife de chorizo, una entraña, una marucha o un pollo de mar a la vasca con aire acondicionado, detrás del mostrador, los días más calurosos se soportan temperaturas superiores a los 70 grados.
“Hay días que se ponen muy pesados, otros son más livianos pero estoy acostumbrado”, se resignó el asador.
Luis rememora que sus abuelos, sus tíos y su padre eran asadores de ley: se dedicaban a hacer vaquillonas con cuero, asados a la estaca y grandes cantidades de pollos en fiestas, cumpleaños y casamientos.
“Tomo mucho líquido, cinco o seis litros de agua por día. Y más también. Hay veces que me toca cubrir los dos turnos, el del mediodía y el de la noche. Me gusta lo que hago, hay días que lo padezco muchísimo y el calor me deja muy agotado”, contó el hombre.
Antes de despedirse, Luis contó algunos tips a la hora de cocinar a las brasas: “En principio, te tiene que gustar la parrilla”, arranca en broma, pero también en serio: “Por ejemplo, un pollo bien hecho tarda casi dos horas, y se cocina a fuego lento. En el caso de los costillares, siempre se marca primero el lado del hueso y hay que fijarse la cantidad de carbón que se le pone. Si se cocina a la estaca, hay que buscarle la vuelta al viento”, recomienda.
Cara de piedra
“Esta profesión es una forma de vida y de ser. Me gusta lo que hago y el contacto con la gente”. El que habla es Juan Carlos Morales, 56 años y con el oficio más quieto del mundo: es estatua viviente. Caracterizada como un ciudadano de Roma antigua, la estatua cobró vida para contar su historia. Y en el caso de Juan Carlos, más que elegir al personaje, el personaje lo eligió a él: hace más de 20 años, en un viaje a Brasil, se quedó sin dinero para poder volver a la Argentina y un brasileño le enseñó el oficio.
“Cuando alguien se acerca le entrego unas estrellitas para que las tiren y pidan un deseo”, contó Juan Carlos, que todas las mañanas está en Córdoba entre Mitre y Sarmiento.
La estatua viviente contó que los transeúntes le hacen llegar agua fresca, comida y hasta algunos, cuando se van de viaje, les traen recuerdos de sus vacaciones.
Juan Carlos se cambia y se personifica de estatua romana en plena peatonal. Además de la ropa que lleva puesta, tiene encima 30 metros de tela en su cuerpo, guantes, un pasamontañas, peluca, un pollerín y el maquillaje, todo en color blanco.
“No lo tomo como un sacrificio, me hace bien al alma, me relajo. Al calor lo mitigo con el cariño de la gente”, dice el hombre.
Abanderados
Damián y Juan Manuel son banderilleros de playas de estacionamiento del centro de la ciudad y trabajan entre siete y ocho horas por día al rayo del sol. Ambos contaron que aplacan el calor mojándose la cabeza, tomando mucha agua. Pero también tienen que descansar, entre flameo y flameo de bandera, para poder seguir.
Su vestimenta es siempre clara: bermudas, zapatillas y remeras, a lo que se suman un chaleco naranja brillante para que lo visibilicen.
Los dos jóvenes afirman que no es un trabajo que no les guste, pero de todas maneras, apuntan y buscan algo mejor.
Canillita
Ramiro Tarán tiene 22 años y trabaja desde hace cuatro en un quiosco de revistas –herencia de su papá que ya no está– en la esquina de Sarmiento y San Lorenzo. El puesto no tiene ningún tipo de resguardo, sólo lo salva del sol el toldo de una librería que está en esa misma ochava.
“Me protege un poco de los rayos del sol, pero cuando calienta, el calor lo sentís igual”, explicó el joven a este diario.
Ramiro trabaja de lunes a lunes desde las 6 de la mañana hasta las 13.30. Como la vereda es muy angosta, no tiene permiso para colocar un toldo propio que lo ampare.
A pesar del calor, Ramiro usa ropa oscura “porque la tinta de los diarios mancha la ropa”.
El muchacho describió que en los alrededores del puesto de diarios hay muchos bancos, y coincide con la inspectora de tránsito: “Siempre se descompone alguien debido a las altas temperaturas”, asegura.
Por ahora no es su caso: “Por un lado, me siento orgulloso del legado que me dejó mi papá, pero este trabajo es muy sacrificado. Y no se justifica, en algún momento lo venderé. Cada año el calor es más fuerte y se siente más”, aseguró.
Ladrillo refractario
La construcción no ofrece trabajos livianos. Rodolfo es albañil desde hace “muchos años” y explica que, generalmente, con este calor no pueden trabajar más de un turno “porque realmente no se aguanta”.
“El ritmo de trabajo en esta obra es de dos a tres horas, con posibilidades de descansar 10 minutos en la sombra para refrescarse un poco. Pero realmente las altas temperaturas son insoportables. “Volvés a tu casa con dolor de cabeza, de espalda, y también tenés que estar en la ducha enfriándote el lomo”, contó el hombre resignado.
Rodolfo detalló que toman muchísima agua y mate al mediodía porque quita la sed.
Algunos compañeros suelen almorzar sándwiches de fiambre, “pero con este calor eligen frutas.
“Lo ideal sería que en cada obra tuviéramos una heladera, pero hay muchos insensibles. Hasta es inhumano trabajar con altas temperaturas. Pero es el oficio que elegimos, y lo hacemos con gusto”, concluyó Rodolfo.