Por Miguel Passarini
Algo que se erige de la tierra, algo que viene de otro lugar, de lo más ancestral; una especie de pacto sagrado en el que un ave de canto hipnótico surca el escenario, sobrevuela por las cabezas del público y se posa en algún rincón del teatro a disfrutar, como un espectador privilegiado, de una velada única e irrepetible, marcada por los verdes selváticos y las orgánicas costas de un río marrón rojizo.
Tonolec, banda chaqueña que desde 2001 a la fecha ha mixturado la música electrónica y el folclore más tradicional con los sonidos y las canciones de la comunidad Qom, pasó el viernes con su acústico por el Teatro Municipal La Comedia (Mitre y Ricardone, donde ya planean volver) y confirmó el extraordinario momento que vive la agrupación que encabezan Charo Bogarín (voz, charango, bombo leguero, accesorios de percusión) y Diego Pérez (guitarra, piano, moxeño, coros) a poco más de diez años de una especie de revelación que les hizo entender a ambos que, para que un hecho artístico tenga real sentido, hay que volver a las fuentes y desde allí intentar expresarse con arrojo y verdad.
Y es eso, precisamente, lo que radicaliza la apuesta de Tonolec: el sentido. Su propuesta, distinta a todas, conjuga una serie de elementos que abordan en escena una síntesis en la que la contundencia y amplitud vocal de Bogarín se mezclan con el eclecticismo y la originalidad musical de Pérez, ahora acompañados por un grupo de seis músicos que aportan la métrica exacta a todo aquello que antes ocupaban los recursos de la música electrónica (laptop, secuencias, samplers, loops) con la que el grupo se dio a conocer.
Ahora, piano, acordeón, bajo, guitarras, percusión, vientos andinos, set de semillas y caja, charango y bombo leguero están allí al servicio de un relato que se multiplica y engrandece, que recorre con sus sonoridades los recodos de Latinoamérica y que, desde las canciones en qom, se abre paso entre las grietas de los pueblos originarios que, a más de quinientos años de la “conquista”, aún encuentran ceñidos sus reclamos, hecho que corre a la presentación de Tonolec de un tradicional concierto para revelarse como toda una experiencia sensorial.
En el concierto acústico se recrean los temas de los tres discos editados a la fecha por el grupo: Tonolec, Plegaria del árbol negro y Los pasos labrados, del mismo modo que algunas licencias propias del escenario y adelantos de lo que será el próximo registro, dando así forma a un puñado de bellas canciones entre las que se incluyen “Techo de paja”, “El cosechero”, “El rito”, la inconmensurable “Canción de cuna”, una bella versión de “Zamba para olvidar” u otra de “Cardo y ceniza”, de la peruana Chabuca Granda.
Entre más, también brillan a lo largo de la velada una versión en castellano y qom de “Cinco siglos igual”, de León Gieco; “Duerme, duerme negrito”, “Ay coranzoncito”, la bella (y para muchos redescubierta) “Indio Toba”, y hasta un sorpresivo set de “cumbias y faldas” con una mixtura entre “La pollera amarilla” y “La pollera colorá”.
Pero es Bogarín, heredera de las mejores voces argentinas de todos los tiempos, de la estirpe de Mercedes Sosa o Liliana Herrero, con algo de sus más contemporáneas Lila Downs o Mimi Maura, quien completa el set con su magnética presencia escénica. Sobre todo, a lo largo de un concierto en el que el grupo logra expresar su invalorable falta de prejuicios y su osadía a la hora de mixturar y cruzar sonidos y palabras. En Bogarín, además, están marcados a fuego sus recorridos como bailarina, su descubrimiento en la potencialidad vocal y el apego a la canción, sus estudios de comunicación y su amor por la tierra; pero, sobre todo, su enorme compromiso con las comunidades de los pueblos originarios y la presencia marcada a fuego de su madre coraje y su padre militante, desaparecido por la última dictadura cívico-militar en 1976, cuando ella tenía apenas 3 años.
Es así como todo hace a la coherencia entre la ética y la estética y marca un destino cierto en la propuesta de Tonolec: no hay traiciones a la música folclórica en sus conceptos más fundantes, pero sí (algo que el público agradece), la propuesta suena extremadamente contemporánea; una música del pasado que resurge en el presente y que invita a un descubrimiento maravilloso: sólo basta con cerrar los ojos para volver a los orígenes de la mano de Tonolec.
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