Espectáculos

Crítica

Todos los amores en una noche insomne

Felipe Haidar escribió, dirige y protagoniza el singular unipersonal “Los lugares comunes”


Una sucesión de archivos que contienen historias de amores que pasaron al olvido y que en una noche insomne y eterna se revelan todos juntos para, a modo de rompecabezas, buscar disipar un poco de ese dolor que siempre está, que siempre aparece a borbotones, como piñas en la cara, quizás porque la confesión escénica tiene, seguramente, algo terapéutico y al mismo tiempo devastador.

“Es por amor que al mundo yo le hago frente”, dice la letra de un clásico de G.I.T. de los años 80, que le va en saga a este inventario poético, a este “archivo de ficciones” sobre el amor que se refleja a través de Los lugares comunes, algo así como un heredero posmoderno y desencantado de los Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes, pero en clave performática y posdramática.

El que está en escena es el talentoso actor, dramaturgo y director Felipe Haidar y es, también, muchos otros. Pero es él, el que se carga el peso de la historia y del relato, compone y descompone acciones y discursos que se mezclan con recuerdos, se ríe y se emociona con lo que dice y con lo que rememora, y pone a funcionar una máquina que conoce y logra sostener: él mismo genera en escena una serie de loops que son el soporte sonoro-musical y hasta se refugia en el micrófono (acaso el recurso posdramático inevitable y más distanciado) para contar qué fue de esos amores que, como exilios internos, vuelven al presente (al cuerpo, a las marcas que dejaron) para relatar una y otra vez “otra de amor” y “otra de amor” y así poder exorcizar el dolor de la pérdida o en todo caso, de una temporaria etapa de felicidad compartida.

Así, la noche insomne se eterniza en un compendio de bellos relatos que de lo real pasan con desparpajo al campo de la ficción, apostando por un teatro que busca trascender ciertas tradiciones o modos narrativos, y va a mitad de camino entre una novela de la tarde y un alegato de amor punk.

Bello y personal melodrama en el que afloran el mejor y el peor de esos amores, los que están y los que se diluyeron en la memoria, las mutaciones del dolor en anécdota, los amores del que sueña, el amor de la calle y hasta el amor absurdo e imposible, el material con el que Haidar se despega radicalmente de su etapa anterior al frente del grupo Enjambre P, es una excelente oportunidad para encontrarse con un actor de singular presencia escénica y estupenda voz, medido y jugado en partes iguales y con mucho para crecer, inteligentemente acompañado desde la dirección actoral por Celeste Bardach, y con arte y objetos escénicos de Pali Díaz y Julio Gandini que siempre son una grata sorpresa.

Los lugares comunes es un unipersonal que de lo pequeño y lo propio se vuelve universal, algo que lo acerca a los relatos de Paul Asuter por su singular manera de describir la identidad y sobre todo, el inevitable tránsito hacia la soledad de todos los seres humanos. De hecho, las historias “consultadas” por el personaje para poder reconstruir su propia historia, encuentran en el público un eco que es casi obligatorio, al hablar del hombre que conoce a otro hombre con problemas de adicciones, a esa mujer que está en una relación complicada y violenta (bella y sutilmente plasmada la problemática de la inmanente violencia de género) o al “muchacho problemático” al que todos terminan abandonando.

Y así, de esa historia primigenia que habla del encuentro entre dos hombres que se aman pero que jamás estarán juntos (donde lo idílico coquetea con lo trágico), Haidar da un salto al vacío (eso es el teatro en definitiva) y se expone en primera persona entre realidades y ficciones y con una honestidad infrecuente, dejando de lado cualquier posibilidad de especulación y desnudando aquello que no se nombra, lo que incomoda o distancia, lo que expone y manifiesta, lo que siempre duele pero que al final sana.

 

Ficha técnica

Dramaturgia, dirección y actuación: Felipe Haidar

Dirección actoral: Celeste Bardach

Arte y objetos: Pali Diaz, Julio Gandini

Colaboración musical: Simonel Piancatelli, Irene Moreno

Sala: La Manzana, San Juan 1950, sábados a las 22

 

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