Edición Impresa

Ciencia y Tecnología

“Todas las teorías están en constante revisión”

Alejandro Olivieri, experto en Química Analítica, fue galardonado con dos premios Konex tras 30 años de trabajo.


“Empecé desde muy chico. Tenía el jueguito de química y había montado mi pequeño laboratorio en el fondo de mi casa. De pequeño vivía en una casa muy grande y siempre les pedía a mis padres juegos de química. De tanto insistir me lo compraron”, relata Alejandro Olivieri, licenciado en Química, doctor en Química Industrial, profesor titular de Química Analítica de la UNR e Investigador Superior del Conicet.

Hace 30 años que trabaja en la Facultad de Ciencias Bioquímicas y Farmacéuticas (UNR), donde participó de la creación de un grupo de investigación en química analítica, e inició una nueva línea de investigación en quimiometría analítica. Presidió la Asociación Argentina de Químicos Analíticos (AAQA) y es autor de unas 200 publicaciones en química, incluyendo libros y capítulos de libro, tanto de investigación como educación y divulgación. Distinguido con varios premios, se hizo acreedor al año pasado del prestigioso premio Konex por su destacada producción científica en Química analítica en los diez últimos años y, además, el Konex de Platino entre sus colegas del país.

Sumergido en la frescura de los recuerdos, el investigador recrea lo que en aquellos años de la infancia lo atraía con la fuerza de un imán gigantesco: “Me dejaba atrapar por el cambio de colores, por la formación de productos sólidos, desprendimientos de gases; todo lo cual contribuyó a mi vínculo con la química. Parecían fantasías. Empecé así, de la forma más empírica posible. Y no tenía ni idea del mundo que había detrás de esos cambios; los que para mí eran mágicos”, agregó Olivieri.

—¿Cómo fue su educación formal en la química?

—Comenzó muchos años después, en el secundario, el que cursé en el Superior de Comercio. Luego entré en la Facultad Católica que era donde se dictaba la carrera de química; y en donde tomé contacto con los textos. Allí me enfrenté a la cuestión más formal de la química. La que puede llegar a resultar aburridísima; sin embargo, a mí me gustaba más que el mismo laboratorio.

—A quienes no se sienten atraídos por la química les resulta incomprensible ese apego…

—Por eso, son pocos los estudiantes y somos menos quienes nos dedicamos al estudio profundo de ella; aquí y en el mundo. Justamente por ser pocos, los estudiantes que se reciben encuentran rápidamente trabajo. En nuestra región abundan las empresas que trabajan en procesos químicos.

—Una vez egresado, ¿cómo continuó su carrera?

—Tenía idea de trabajar en la industria, que era para lo que nos preparaban en la facultad. Sin embargo, era la época de (José Alfredo) Martínez de Hoz, ministro de Economía de la última dictadura militar, en la que la industrial nacional quedó partida. Por casualidad me encontré con un amigo que había empezado la carrera de investigador con una beca del Conicet. Me interesé. Hice una propuesta, hablé con Edmundo Rúbeda, quien fuera el creador del Instituto de Química Orgánica y Síntesis, y me otorgaron una beca. No sabía bien a dónde me metía. No sabía lo que era la investigación y menos en Química Orgánica. Para mí era toda una incógnita lo que me iría a pasar. Y allí descubrí que ese mundo, nuevo para mí, me empezaba a gustar; la academia, la investigación, la docencia; que son apasionantes. Y ya nunca más me aparté de la carrera.

—Cuando se encuentra con esa química, la que, según usted, no era la que más le gustaba, ¿por qué cree que lo atrapó?

—Tal vez porque tenía que darle un giro a mi salida laboral. Se me presentaba la posibilidad de profundizar en investigación en un área de la química que, en mi época de estudiante, no era la que más me atraía. Me llevó un tiempo de adaptación. Yo no estaba preparado para este trabajo. De la mayor cantidad de cosas que yo debía hacer, no tenía ni idea de cómo se hacían. Tuve que estudiar mucho. La química orgánica, de las químicas, es la más experimental de todas. Tediosa, sacrificada y menos productiva que todas las otras ramas de la química. Para obtener un resultado potable hay que trabajar mucho.

—Pero era lo mismo que hacía en su casa grande, cuando era chico…

—Sí, era lo mismo… Trabajar mucho, pero ahora para completar el doctorado, y lo logré. Luego, antes de irme a los EE.UU., estuve en un laboratorio en Buenos Aires. Allí trabajé en temas que eran del área físico-química; me interesaban más. Me atraía poder explicar los resultados que obteníamos en un experimento, mediante una fórmula o una ecuación, mediante una teoría. Eso era lo que me atraía, más que el experimento mismo. Y, en Buenos Aires, se me dio esa oportunidad.

—¿Qué aprendió en los EE.UU.?

—Allí hice cristalografía. Ahora está de moda en nuestro medio. Es una ciencia que, entre otras cosas, permite “sacarle una foto” a un sólido cristalino por dentro, y nos deja “ver” dónde están ubicados los átomos. Se hace mediante rayos x que es una práctica bien consolidada y con eso podemos descubrir los patrones en los que los átomos se ubican en una red cristalina. Lo cual es interesante, ya que sabemos dónde están. A diferencia de lo que ocurre con otros sistemas, como los líquidos donde todo es móvil; en lo sólido, estando fijos, nos permiten visualizarlos.

—¿Estos estudios tienen después aplicaciones?

—A través de ellos nos encontramos con las dos grandes contribuciones de la química a la vida moderna: la síntesis orgánica de productos medicinales y la química de fabricación de nuevos materiales. Los medicamentos para curar enfermedades y controlar las patologías crónicas. Es lo que nos permite estar vivos, extender la expectativa de vida y ganar calidad de vida. Por otro lado, ya que muchos de los materiales son sólidos, al estudiar su estructura cristalina y saber dónde están los átomos, en cierta forma estamos en condiciones de predecir su grado de utilidad; o, en todo caso, cómo construir materiales de mejor calidad, porque la propiedad de los materiales depende, en algunos casos, de cómo están ordenados sus átomos en la fase sólida.

—¿Cómo sigue su carrera después de su paso por EE.UU.?

—En ese momento me enfrenté a un nuevo desafío: la química analítica. En Rosario y en el país, era un área de vacancia. Existían escasos lugares donde se hicieran investigaciones en Química Analítica y nuestra facultad era uno de esos lugares. Había un cargo de profesor en Química Analítica, y me quedé.

—El cambio fue brusco…

—No, ya había empezado a desarrollar un plan alternativo, y mientras seguía trabajando y publicando en Química Orgánica iba consolidando mis conocimientos en Química Analítica. Para enfrentar ese cambio, recibí la ayuda un colega español, Arsenio Muñoz de la Peña. Fuimos a visitarlo y nos abrió las puertas..

—¿Qué pasó por su cabeza cuando recibió los premios Konex, después de 30 años de trabajo?

—Sentí una mezcla de cosas: alegría, sorpresa. El de platino me cayó de sorpresa dos meses después. Y tuve mucha más alegría. Pero ya pasó; hace menos de un año. Hace poco me encontré con un amigo y al felicitarme tuve la sensación de que se trataba de algo que había pasado hacía mucho tiempo. Aunque, debo confesarle, que una de las gratas satisfacciones que tuve fue recibir mails de alumnos de la facultad. Los que, en realidad, no hacían referencia al premio, sino que recordaban mis clases de física analítica. Me llamaron por el premio pero recordaban al docente. Ellos premiaban al docente y remarcaban la pasión que ellos decían que yo ponía en las clases. Más que la técnica del pedagogo, lo que destacaban era la pasión y el entusiasmo del docente.

Comentarios