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The Leftovers, un enigma de este mundo

Con dos temporadas y una tercera que se avecina, la serie plantea qué pasa cuando el dos por ciento de la población mundial desaparece misteriosamente. Un drama fantástico sobre las incertezas de la vida y el poder de los lazos afectivos


La primera y la segunda temporada de The Leftovers fueron emitidas en HBO entre 2014 y 2015, y recién en abril de este 2017 se estrenará la tercera y última. Tan triste como hermoso, el mundo de la singularísima The Leftovers se despliega entre la pesadumbre y la amargura constituyendo en su desarrollo una experiencia de inmersión con una potencia dramática poco frecuente. The Leftovers parte de una acontecimiento descomunal e incomprensible que deja a la humanidad frente al abismo. Aunque mejor sería decir “a lo que queda de la humanidad”, a sus desechos, a sus sobras, a esos inútiles remanentes cuyas vidas sentenciadas ya no pueden sino circular absurdamente entre el dolor, la culpa y el miedo. Se trata para ellos, a partir de allí, de un vagabundeo existencial que recorrerá sin rumbo la intemperie de una vida cuyos cimientos han desaparecido dramáticamente junto con el dos por ciento de la población mundial. Y es que ese ha sido el devastador suceso, el acontecimiento último, la deflagración de todas las certezas y el consecuente despliegue asolador de todo lo desierto: 140 millones de personas desaparecen misteriosa-mente, sin explicación posible, al mismo tiempo y a lo largo de todo el planeta. Pero es allí donde la serie juega su carta más fuerte y desconcertante. La acción comienza tres años después de aquel suceso, sellando en ese comienzo elíptico la imposibilidad de conocer sus causas. Ya ni siquiera hay preguntas al respecto, porque ya nada de eso cabe, ni siquiera, o mucho menos, las posibles especulaciones científicas o conspirativas. Nada cabe ya salvo la asunción desestabilizadora de que el misterio irresoluble se ha presentado con la fuerza arrasadora de un “más allá” hecho carne despiadadamente en el instante de su retirada. Ya no valen las preguntas porque toda respuesta fue desterrada al orden de lo inexplicable. No queda ya ni un intersticio por el cual se pueda filtrar la posible solución del enigma. Apenas pervive un pueril resabio burocrático como ridículo sello de aquella imposibilidad, formalizado en la división llamada Ministerio de Partida Súbita, una sección gubernamental cuyos funcionarios encuestan a familiares de “ascendidos”, buscando estúpidamente un patrón en las minucias de lo cotidiano (“¿Su hijo comió cereales antes de la desaparición?”). ¿Ascención? ¿Rapto? ¿Retirada? Nada y todo a la vez. Lisa y llanamente, no se sabe nada y nada se va a saber. Pero la elucubración metafísica, aquí, se habilita y opera por la omisión ostensible de toda especulación científica. El antiguo despliegue racional y tecnocientífico se ha topado repentinamente con el abismo de lo que no puede explicar ni domesticar. Su estructura se derrumba porque todas sus armas se han revelado final y escandalosamente ineficaces. Y, si el Dios de la ciencia se retira, el espacio queda abierto a otros nuevos o viejos dioses que puedan ocuparlo.

Fábula sobre la incerteza

Con frecuencia, se ha visto a la serie como una suerte de fábula sobre la pérdida y el dolor, sobre el duelo y la necesidad de recomposición personal, pero podría tal vez entenderse mejor como una otra fábula sobre el despertar violento y repentino a la conciencia de que la vida se desconoce profunda y radicalmente. Sobre el derrumbe aciago de toda certeza acerca de la vida misma. Sobre el saberse de repente abandonado en una totalidad que se desconoce, y que ella misma desconoce el arbitrario afán tranquilizador de la causalidad y la explicación racional. Existen ahora de modo efectivo, por tanto, el misterio de lo indecible y el terror de lo indecible. Existe ese límite que la ciencia trataba de negar para afirmarse como dogma civilizatorio. Existe eso radicalmente Otro que no se sabe ni se sabrá qué es, aunque se le imponga el nombre de Dios, Ser, Voluntad o Naturaleza. Lo imposible ha sucedido finalmente y con ello la aseveración irreversible de lo que se desconoce sin medida ni atenuantes. Pero lo más trágico allí es que el misterio se ha hecho presente afirmando su existencia para decir que nos abandona. El momento de la afirmación es el momento del abandono, el instante de una retirada tras la cual parecen quedar sólo las sobras o los deshechos: el 98% de la humanidad, abandonada quizás a la espera del nuevo diluvio. Es por tanto en esa orfandad devastadora e inexplicable, y ya demasiado tarde, donde se llega a la intuición del misterio de la vida insurgente. Pero si The Leftovers se ubica en el momento tardío e irreversible de esa revelación trágica, el mundo que construye es un mundo en el que conviven los sentimientos pre-apocalípticos, apocalípticos y post apocalípticos. Es decir, el misterio mismo niega su condición de irreversibilidad, simplemente porque es eso: el misterio de la vida como lo radicalmente desconocido que escapa a toda subordinación. Y es en ese misterio de la tragedia incomprensible donde también se adivina un espacio para esos otros misterios del milagro siempre improbable pero, aun así, posible. No se trata sólo del dolor de la pérdida y del terror ante lo desconocido, se trata también ahora de la conmoción abrumadora de saberse una singularidad insignificante entre otras singularidades igualmente insignificantes arrojadas a la persecución de nuevos refugios y nuevos sentidos. Esto es, la construcción de nuevos lazos erigidos sobre el derrumbe y sobre sus ruinas. En el mundo amargo y asfixiante de The Leftovers hay lugar aún para el respiro de lo común. Es decir, para la posibilidad del amor como lazo capaz de repensar la vida misma más allá de la instrumentalización de todas las antiguas certezas, y más allá incluso de un Dios que se presentó en retirada.

La vida insurgente

The Leflovers, hábilmente consciente de la magnitud de su premisa, se despliega entre bordes a veces imprecisos o esquivos que enturbian el sentido de la fábula. Sin embargo, ¿se trata de una fábula religiosa? Se podría decir que sí, que sin dudas el relato se afirma sobre una religiosidad  exenta de dogmatismo, una religiosidad que se presenta como el impulso incesante de la pregunta por la alteridad radical de lo incognoscible, y como la interrogación por todo el misterio que supone lo insurgente de la vida. Entendiendo allí, por tanto, a la vida como una manifestación insubordinada que no se deja sujetar por la razón del dogma científico-mercantil que anuda en sus mecanismos las funciones del saber y del poder para definirla.  Después del acontecimiento inexplicable, las sobras de la humanidad no pueden sino enfrentarse con el derrumbe de todas las antiguas verdades sobre las que se edificaba la civilización. El misterio quita poder. Lo inexplicable rehúye al dominio. Allí se entiende que la vida es vulnerable y precaria por desconocida, que se abre paso pero no en cualquier circunstancia, que desconoce de las ataduras que la razón le impone para mejor explicarla y dominarla. La vida ocurre, sí, pero como una alteridad indomable que no puede ser sujetada, sino apenas sostenida o inventada en la conformación de lo común, en la gestión de los lazos afectivos desinteresados que buscan erigirse más allá del misterio y más allá de las certezas. Así deambulan los personajes de The Leftovers, abandonados a una errancia amarga intentando reparar y construir, curar y ser curados, cuidar y ser cuidados. Conscientes en parte ya de que ese común es lo único cierto en lo que se reafirma lo posible de una vida que ya no se entiende. Y de ahí la epifanía de esos (muy) pequeños respiros que otorga el relato: el momento de un (re) encuentro ansiado y postergado, el instante en que se adivina que la vida precaria ocurre sin fines ni justificaciones, pero que se hace finalmente cierta en esa comunidad de los afectos. Es decir, en el amor, que no es sino ese otro misterio antiguo y vilipendiado, cuya fuerza es reunir a las singularidades para señalar al infinito de la vida insurgente.

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